El 11 de marzo se cumple un año desde que el maremoto ocurrido al noreste de la isla de Honshu, en Japón, desatara la catástrofe en la central nuclear de Fukushima. Desde ese día, de los 53 reactores con los que contaba Japón, diez han cerrado definitivamente, 14 están muy dañados y el resto se encuentran parados.
En abril, sólo dos reactores permanecerán activos en Japón. La presión popular ha tenido mucho que ver. La acampada de protesta que se inició tras el desastre nuclear, se mantiene frente al Ministerio de Energía (METI) en Tokio y cumplirá su jornada 178. El modesto campamento consiste en tres carpas de lona blanca, encajonadas entre la acera y las jardineras del ministerio, no ocupa ni un palmo del espacio público del gris distrito de Kasumigaseki, pero su poder simbólico se extiende mucho más allá.
Acampadas y marchas
La manifestación de protesta que el 9 de septiembre de 2011 conmemoraba medio año desde la fisión del núcleo de Fukushima Daiichi, culminó con una cadena humana que rodeó completamente la manzana del ministerio. Tras esa marcha, un grupo de ciudadanos de la prefectura de Yamaguchi comenzó una huelga de hambre ante la puerta del ministerio, para exigir la paralización de una nueva central nuclear que se está construyendo en su provincia junto al pueblo de Kaminoseki. La huelga de hambre se prolongó a lo largo de diez días, pero la tienda que se levantó de apoyo a los huelguistas permaneció pasado ese tiempo. De hecho, el campamento se amplió con una nueva carpa cuando un grupo de afectados de Fukushima viajó también a Tokio para mostrar su descontento por la nula transparencia de las autoridades y la compañía eléctrica Tokyo Electric Power (TEPCO), que opera en Fukushima.
A pesar de su pequeño tamaño, la permanente presencia de los activistas es un testimonio de la tenacidad del movimiento antinuclear japonés. Las demandas de los activistas van más allá de lo meramente relacionado con la gestión del desastre nuclear. Kazuyuki Tokune, miembro del grupo permanente de gestión del campamento, no recurre a los habituales eufemismos japoneses cuando habla: “Japón no es una democracia; debemos funcionar bajo una constitución y unas leyes escritas por la gente, no implantadas desde arriba” dice en referencia a la constitución, que nunca ha sido modificada.
El campamento no tiene fecha prevista de finalización y según Kazukuyi, ellos continuarán allí “mientras el Gobierno no revele toda la verdad y adopte las medidas que los afectados le demandan”. Como es habitual en las movilizaciones en Japón, la falta de cobertura mediática ha sido total. “Sólo el 27 de enero, cuando el mismo ministro en persona vino a comprobar si obedecíamos un ultimátum de desalojo que nos había enviado, vinieron algunas cámaras de televisión –cuenta Kazukuyi–. “Ese día contamos con una concentración de apoyo de más de 800personas. No nos moveremos de aquí porque ellos lo digan, sólo estamos haciendo un uso pacífico de nuestra libertad de expresión”, concluye. La prensa japonesa ha tenido un comportamiento errático entre el vacío habitual con el que castigan a los movimientos sociales en el país y la incapacidad para ignorar, comprender y abarcar lo que ocurría en las calles desde el terremoto de marzo.
Tras la multitudinaria manifestación que el 10 de abril, un mes después de la catástrofe, sacó a 17.500 personas de forma espontánea a las calles del barrio de Koenji, respondiendo a una convocatoria al margen de cualquier grupo político o incluso organización no gubernamental tradicional, el Japan Times informaba de que: “Alrededor de 15.000 personas tomaron parte en una manifestación en la estación de Koenji, distrito de Suginami, organizada por tenderos de la zona”. El surrealismo de la idea de unos tenderos de suburbio movilizando decenas de miles de personas muestra la ignorancia sobre los profundos procesos sociales que vive el país nipón en los 20 años de crisis que han pasado desde el estallido de su burbuja especulativa.
Tenderos y centrales nucleares
Los “tenderos de Koenji” que cita el artículo de Japan Times son, en realidad, el grupo Shiroto no Ran (Rebelión de novatos), una plataforma de activistas afincados en dicho distrito al oeste de Tokio, que durante más de diez años han imaginado todo tipo de convocatorias y movilizaciones con las que romper el cerco legal y político a la expresión de la ciudadanía en Japón. Imaginativas y extravagantes acciones en torno al denominador común de recuperar el espacio público ante el constante incremento de las limitaciones y el control que a lo largo de los años ha venido sufriendo la población japonesa, y que están recogidas en un documental que se ha presentado en lugares como Corea del Sur y Taiwan, donde se consideran una referencia del activismo del nuevo milenio en Japón. Efectivamente, Shiroto no ran es el nombre también de una serie de tiendas y cafés en Koenji, que forman parte intrínseca del colectivo y están numeradas de forma estrambótica, parodiando las numerosas cadenas comerciales que se extienden a lo largo y ancho de Japón. Existe la tienda número cinco pero ninguna por debajo de ese número, la siete, la nueve…
Shiroto no ran 12 es un local donde se realizan reuniones y actividades de colectivos de la zona. Pero es lógico suponer que una prensa que entiende más de ruedas de prensa en oficinas gubernamentales y noticias sobre ídolos pop que de los cientos de miles de jóvenes japoneses con contratos precarios por horas y sin ningún tipo de cobertura social no han oído jamás hablar de ellos.
Tampoco es extraño que la prensa tradicional tenga dificultades para abarcar la evolución de los acontecimientos tras el estallido de la crisis nuclear. El movimiento no ha ido decayendo y muriendo como se espera de ellos ante la habitual mezcla de vacío y presión policial con que las autoridades japonesas acogen cualquier asomo de crítica social, sino que se ha fortaleciendo en el tiempo: los 15.000 manifestantes del 10 de abril se convirtieron en 20.000 el 11 de junio y los 10.000 de Koenji el 19 de septiembre se sumaban a otra convocatoria simultánea en el centro de la ciudad a la que acudieron 60.000 personas.
La nefasta gestión del Gobierno y de la compañía eléctrica TEPCO no han hecho sino alimentar aún más el descontento y movilizar a más sectores de la población y, un año después, las acciones en distintas partes de Tokio tienen carácter semanal. “Es la primera vez que vengo a un acto así”, dice el joven Yousuke el 29 de enero de 2012 en la Manifestación Twiter (por ser convocada en esa red social) que recorre las calles del concurrido barrio de ocio de Shibuya. “No pensaba que fuera así, me temía que eran algo más”, no sabe cómo terminar la frase. Quizás “violento” o “peligroso” es la palabra que le falta a Yousuke.
Cierre de las nucleares
Que la movilización en las calles es una actividad peligrosa y reprochable era, hasta ahora, un concepto fuertemente imbuido en la mente de los japoneses, tanto por las imágenes de las convulsas luchas de la extrema izquierda en los ‘70 como por una educación formal que se había venido asegurando de convencerles desde pequeños de que disentir de las autoridades era algo contrario al espíritu de la sociedad nipona.El movimiento antinuclear ha hecho una gran labor didáctica en la sociedad japonesa. “Ahora ya no nos insultan –comenta Satoko–, al principio nos increpaban, como si estuviéramos haciendo algo malo o vergonzoso”. A finales de abril, los pocos reactores que continúen activos en Japón deberán detener su actividad para la obligatoria revisión. Hasta el momento, todas las centrales que han parado no han reanudado sus operaciones debido a la negativa local, la reinician sólo cuando cuentan con la aprobación del Gobierno y de la autoridad local, y la presión ciudadana sobre los Ayuntamientos está logrando paralizar una a una las centrales de Japón.
Ignacio J. Miñambres y Takuro Hoguchi
Periódico Diagonal