Es cosa de pasar allá unos días o semanas para darse cuenta que las peticiones que están realizando son totalmente justas y necesarias, además de realistas, pese a que algunas autoridades digan lo contrario y hayan pensado en invocar la Ley de Seguridad del Estado para demostrar una falsa y bastante primitiva señal de poder.
Las llamaradas de los neumáticos aminoraban el frío de aquella madrugada en la Patagonia. Los hombres y mujeres arrojaban llantas al fuego mientras los niños jugaban despreocupados, sin saber –quizás- el porqué de aquella protesta. En eso, uno de los manifestantes me invita a comer un estofado y a sentarme alrededor de un pequeño fogón. Es ahí donde aprendo sobre el ritual para servir el mate, veo como juegan el “truco”, como comida patagona y escucho, de boca de los propios implicados, sin televisión ni periodistas malintencionados, la problemática que reside en la región de Aysén.
Mi viaje a la Patagonia respondía exclusivamente a las ganas de escribir un reportaje científico sobre los ecosistemas de dicha zona tan alejada de nuestro país. Como periodista sin sponsor ni patrocinios para llegar en avión o de manera fácil, decidí emprender el viaje mochila al hombro, embarcándome en cualquier barco, bus o vehículo de un buen samaritano sureño. Cualquier cosa para abaratar costos. Mientras más al sur iba, mi timeline de Twitter me alertaba sobre algunas manifestaciones y tomas de los caminos en Puerto Aysén, pero mi destino era Coyhaique, por lo que no me preocupé demasiado.
Cuál fue mi sorpresa al llegar bajo una lluvia de aquellas a la desolada Chaitén al escuchar que no había bencina, y, por lo tanto, no había buses en dirección a Coyhaique.
Con la porfía del periodista freelance, me dije: “compadre, si llegaste viajando por mar y tierra desde Santiago, no te vas a devolver cuando apenas quedan 420 kilómetros”. Fue así como llegué al pueblo de La Junta, donde la gente recién se reunía en la plaza para iniciar las manifestaciones en apoyo de las demandas de Puerto Aysén, además de las suyas propias. Viendo que la noticia estaba ahí mismo, entrevisté a Francisca Triviño, presidenta del comité de vivienda Sembrando Futuro.
“En la localidad llevamos años peleando por viviendas. Hemos tenido reuniones con el actual ministro, con el seremi, con gente del Serviu, pero dicen que no hay recursos. No contamos con Registro Civil, tampoco hay salud, apenas tenemos una posta rural y para atendernos por cosas más graves tenemos que ir a Coyhaique y eso nos sale mucha plata, por los pasajes, la estadía, la comida. Para rematar, allá no hay especialistas”, dijo la dirigenta con su bandera negra en alto.
Tras hablar conmigo, regresó a su comitiva y todos marcharon para cortar el paso del puente Rosselot, vía norte para ingresar a La Junta. Saqué la foto, informé vía Twitter a mis seguidores y continué mi viaje al sur, ahora pensando que estas manifestaciones -que hasta ese momento aún no se daban en las noticias- eran más serias de lo que creía.
Al llegar al pueblo de Puyuhuapi me encontré con el primer corte de camino. Hablé con más dirigentes y seguí mi camino por la Carretera Austral de la única forma que podía: A dedo.
Tras algunos días, logré llegar a Coyhaique, pero a esas alturas ya era prácticamente imposible hacer mi reportaje científico. Alojé en aquella ciudad, escuché algo parecido a balazos y fui testigo de una protesta. Lamentablemente, los noticiarios de la televisión apenas transmitían unos 5 minutos sobre lo que pasaba en Aysén –y sólo violencia, nada de demandas- pero daban reportajes totalmente intrascendentes sobre el verano. 20 minutos de cachetes y bikinis contra 5 minutos de criminalización de una manifestación social justa. “Algo está bastante mal con nuestra profesión”, pensaba (y pienso).
Agotado, algo cansado y frustrado, decidí volver a la zona centro. De partida, era sumamente difícil salir de Coyhaique, pero el pulgar es incansable y las buenas voluntades poderosas. Fue así como llegué a Mañihuales, un pueblo justo al norte de la capital de Aysén. Entré a un restaurant para preguntar por alojamiento y un caballero de prominente barba me mira y dice: “che, si no tienes dónde quedarte, anda a la toma del camino. Ahí está todo el pueblo, familias enteras. No te va a pasar nada y estarás abrigado con la fogata”. ¡Qué me dijeron! Y fue allí, en esa protesta en la toma del camino y alrededor de un fogón, donde recibí toda la calidez que sólo aquellas personas son capaces de entregar en esas frías tierras.
Como un extranjero observé a cuatro sujetos recitar intrincadas frases mientras arrojaban naipes españoles sobre una mesa.
-¿Le gustan sus cartas, che?
-Tengo puros perros, che.
-Mmh… ¿pero le gustan?
-Bailo.
-¿La mato, entonces?
-¡Mátela por fea!
Diálogos como esos o parecidos, con frases como “Naranjas negras” o “y pa…” eran las que proferían. Ese juego, bastante enredado para mí, se llama “truco”, donde parejas se enfrentan contra otras mientras van payando e intentando engañar a sus rivales.
Observaba el juego cuando me dicen:
-Vaya a comer y a tomar mate.
-No, gracias- respondí.
-Nadie le preguntó si quería, le estoy diciendo que vaya a comer –me dijo uno de los voceros y amablemente me tomó de la espalda y me llevó a la tienda ante las risas cómplices de los que miraron la escena.
Hay que entender que, pese a que hablen algo duro, los sureños son personas amables y muy preocupadas por el prójimo, así que, ante tal insistencia, accedí y no me arrepiento, pues comí un exquisito estofado de cordero con pan amasado, y, además, tomé mate. “El mate se sirve por la derecha. Usted se lo toma, me lo devuelve, luego yo hecho más agua y se lo paso al que sigue. Yo tomo de último y soy el único con derecho a mover la bombilla”, me dijo un caballero con cara de bonachón que estaba sirviendo, el que siguió enseñándome: “y usted no tiene que decir ‘gracias’, porque eso quiere decir que no quiere más mate. Si dice ‘gracias’ no se le sirve más. Usted tiene que entregármelo no más y yo le seguiré dando pa’ que caliente el cuerpo”. Lección aprendida.
Compartí toda la noche con ellos. Me comentaron que apoyaban totalmente las manifestaciones y demandas nacidas en Puerto Aysén, ya que éstas engloban las dificultades de toda la región: la problemática de la pesca artesanal, el alto precio de los combustibles, los pésimos y peligrosos caminos de ripios llenos de hoyos, el altísimo costo de la vida (me caí de espaldas con el kilo de pan a más de mil pesos), no hay universidades, tampoco hay farmacias cercanas entre Puerto Montt y Coyhaique, pagan excesivas cuentas de luz y agua -cifras que no pude comprender debido a todos los ríos y vertientes que allá existen- y así se suman un sinfín de elementos que tienen en contra por estar haciendo patria en una zona ni siquiera postergada, sino que totalmente abandonada por el centralismo nacional… el pago de Chile. Es cosa de pasar allá unos días o semanas para darse cuenta que las peticiones que están realizando son totalmente justas y necesarias, además de realistas, pese a que algunas autoridades digan lo contrario y hayan pensado en invocar la Ley de Seguridad del Estado para demostrar una falsa y bastante primitiva señal de poder.
Una tesis que manejan los ayseninos es que son olvidados por vivir en una región territorialmente grande (la tercera más grande después de Magallanes y Antofagasta), pero con pocos habitantes (91.492 hab. según el censo de 2002 y ahora se estima una cifra que bordea los 105 mil hab.). Según ellos, esta baja cifra poblacional les quita poder de voto, y si no hay poder de voto, a los políticos no les interesa. Bastante lógico, pensé.
Lo que está ocurriendo no es un complot. No son los comunistas ni la izquierda mundial o un santiaguino loco los que están detrás de este movimiento social, es sólo la rabia e impotencia por ser olvidados y pasados a llevar durante años. Y, para peor, cuando clamaron por dignidad, les mandaron fuerzas especiales, represión, les imponen condiciones sin siquiera saber si hay respuestas a sus demandas, las autoridades mintieron descaradamente por los medios de comunicación tradicionales y no hubo periodistas que los encararan, criminalizaron las protestas y un largo etcétera de tergiversaciones y amenazas.
No es necesario ser un sicólogo o antropólogo para entenderlos, sólo se debe ser una persona íntegra. Como dijo Roger Waters, “ustedes deciden si ser gobernados por banqueros o seres humanos”.
*Cabe decir que tras las reuniones, la localidad de La Junta consiguió que la colocación del Cesfam se adelantara del 2015 al 2013.
Por José Barraza
El Ciudadano