Un monstruo se sentó en Castro

El arquitecto Renato Vivaldi trabajó varios años en Chiloé

Un monstruo se sentó en Castro

Autor: Mauricio Becerra

El arquitecto Renato Vivaldi trabajó varios años en Chiloé. Hoy vive en Italia y envía un análisis histórico, urbano, arquitectónico respecto a la valoración y respeto por el Patrimonio Cultural del país a propósito del polémico mall de Castro.

Había terminado hacía poco la Ley de Puerto Libre para Chiloé. Eran los años setenta. El gobierno central promulgó entonces la Ley 889 que bonificaba las construcciones e inversiones con un 25% de su valor. Era en 1975. Como el valor de la construcción en Chiloé era menor que el establecido por los parámetros gobernativos, aquel porcentaje resultaba mucho mayor y, en el caso de la autoconstrucción (la mayoría de los casos) significaba una bonificación de casi el 100% de la habitación.

En el caso de las demás inversiones, se presentaban facturas abultadas y el juego estaba hecho: el 25% correspondía a casi toda la inversión real. Camiones, vehículos, maquinaria… operaciones llevadas a cabo en gran parte por personas de afuera de Chiloé a través de prestanombres locales. Resultado: una marea de chilotes presos por fraude.

En los ochenta llegaron las pesqueras. ¿Trabajo para todos? Un cambio más bien: de trabajadores independientes (pescadores, campesinos) y asalariados. Con un precio ambiental que ninguno imaginó. ¿Quién lo pone en la cuenta?

Desde que Chiloé fue tierra de castigo para los malos funcionarios públicos hasta hoy, muy poco ha cambiado. Al menos en las expectativas de un cambio real y duradero en sus habitantes. Todo pasa, poco queda.

Sin embargo, en contraposición a esta mirada “desde arriba”, paternal, que legisla sin considerar las particularidades de un territorio archipiélago, que ofrece mercaderías extranjeras, platita contante y trabajo asalariado, otra mirada comienza a hacer visible la cultura del lugar. Músicos, escritores, poetas y arquitectos reconocían en el territorio insular una pulsión propia digna de ser respetada y no avasallada por miopes propuestas gobernativas.

En arquitectura, el sacerdote arquitecto Gabriel Guarda comenzó reconociendo las iglesias de Chiloé como Monumento Nacional; en los sesenta Emilio Duhart, proyectista de las Hosterías de Castro y Ancud demostró que era posible hacer arquitectura contemporánea teniendo como punto de partida las condiciones locales; en los setenta, la Universidad de Chile hizo un gran trabajo de revalorización de la arquitectura en madera del archipiélago. Por primera vez se daba valor a la arquitectura doméstica y al tejido urbano construido en madera. Contemporáneamente, con el Taller Puertazul comenzamos a proyectar una nueva arquitectura en madera para Chiloé. Dábamos valor a lo que llamamos la “cultura de la madera”, que es mucho más que un material de construcción. Nuevamente músicos, poetas y estudiosos estuvieron presente. Hoy, Chiloé se identifica en aquella mirada contracorriente, más que en los despojos del puerto libre, de la Ley 889, ni en lo que dejaron las pesqueras fugitivas cuando constataron el daño ambiental que habían causado y que el negocio se les escapaba de las manos.

Demasiado fácil llegar amparados por leyes incompletas, ineficaces, incapaces de crear sostenibilidad económica y menos aún, sostenibilidad ambiental y social. Llegar, usar, abusar e irse dejando todo botado cuando las papas queman. Hoy diríamos que eran proyectos sin proyección, no sostenibles.

En los setenta, con el Taller Puertazul escribimos la “Carta por Chiloé”, presentada a la 2ª Bienal de Arquitectura de Chile y publicada en varias revistas especializadas. Defendíamos una identidad propia para el archipiélago. Un punto de partida para hacer propuestas que duraran en el tiempo, nacidas de sus propias potencialidades.

Durante más de treinta años se ha ido consolidando una mirada que surgiendo “desde abajo”, desde lo local, desde su propia cultura, ha producido efectos positivos, de los que todo chilote debe estar orgulloso. Se ha reconocido en aquella cultura un valor. La arquitectura en madera del archipiélago (histórica y contemporánea) es parte de programas de estudio en facultades de arquitectura del continente; la arquitectura chilota ha sido incorporada a pleno derecho entre las arquitecturas en madera del planeta; la UNESCO ha reconocido su arquitectura religiosa, ya declarada Monumento Nacional, como patrimonio de la humanidad; se ha creado un museo de arte contemporáneo y otros museos de la cultura chilota; se ha desarrollado un “slow tourism” interesado en la expresión cultural de ese territorio insular, superando distancias y dificultades objetivas para el viajero que llega desde los centros emisores de turismo nacional e internacional.

En la construcción de esa mirada no hemos estado ausentes. Independientemente del hecho de ser o no ser chilote. ¿Cuándo se es chilote? Una mirada que quiere ver crecer a Chiloé con sus propios medios, sostenible, haciéndose cargo de su territorio, de su gastronomía, de sus estructuras productivas, porque detrás de cada una de estas expresiones está el habitante de Chiloé.

Es uno de los motivos que me inducen a escribir esta 2ª “Carta por Chiloé”. Una “Carta por Castro” esta vez. La construcción de este “Monstruo” echa por tierra más de treinta años de trabajo, de reflexión, de esfuerzos institucionales y privados por crear un desarrollo sostenible del territorio. Un desarrollo que no dependa sólo de leyes más o menos paternalistas que, al final, benefician a quien las promulga y no al habitante de Chiloé. Este edificio representa aquella mirada que ve el territorio sólo como una ocasión, como una disponibilidad. En este caso, una ocasión comercial. Se ha “sentado” textualmente, en un tejido urbano construido por sus habitantes, valorizado en todo el mundo por su delicadeza para establecer una relación con el entorno, con el paisaje.

El “fuoriscala” del Monstruo Sentado habla de arrogancia frente a la preexistencia, pero también grita la impunidad de que goza un modelo de desarrollo del territorio que piensa en sacar sólo sus propias cuentas sin importarle el contexto.

Suponiendo que hacer compras en un edificio de estas características sea una necesidad imperiosa de los castreños, que un centro comercial sea una necesidad para evitar largos y agotadores viajes a Puerto Montt (antes se iba a Santiago), creo que la ciudad ha sacado mal sus cuentas. Poner algo quitando lo que se tiene es como vender las propiedades de familia: se obtiene dinero, pero se pierde un bien. En este caso, ubicar el edificio – Monstruo – sentado en el casco histórico de la ciudad es haberle quitado esa delicadeza, alterando esa escala con que se ha relacionado el hombre con su paisaje. Aunque ese haya sido un terreno vacío o en ese terreno hayan existido “dos o tres casas”, como se argumenta. Si un centro comercial era necesario, había que construirlo en un lugar en que su escala fuese adecuada al entorno. Alguien deberá hacerse responsable de esta decisión.

El impacto en el tráfico lo podrán evaluar los residentes de las áreas aledañas y del centro mismo de la ciudad. Es sabido.

Son cuestiones técnicas relativamente fáciles de evaluar, pero que en este caso, parece que representaron problemas insuperables. De hecho, el edificio está ubicado en un lugar técnicamente equivocado. La gran cantidad de estacionamientos propuestos indica una fuerte presencia de automóviles. El automóvil permite desplazarse de un lugar a otro con una cierta facilidad y en poco tiempo. Un silogismo elemental: si al centro comercial se llegará en vehículo, poco importa que su ubicación diste algunos metros y evitar así el mayor problema que pone este edificio en relación al contexto: su cambio de escala.

Distante del centro, accesible en vehículo, el Monstruo sería sólo un Monstruo. Ya no un Monstruo Sentado, irrespetuosamente. Su existencia no le habría quitado algo de eso que ha hecho visible a Chiloé en todas partes: su escala, su delicada relación con el paisaje, la cultura de la madera, etc. Como construir un Monstruo Sentado en Venecia.

Este edificio sintetiza todas aquellas medidas, leyes y ayudas que sólo han hecho invisible a Chiloé. Con la diferencia que esta vez su presencia se ha materializado en medio de un tejido cultural que se ha ido consolidando durante un par de siglos, dañando irreversible y prepotentemente un trabajo realizado por habitantes del archipiélago y no (no tiene importancia) del que no muchos lugares en Chile se pueden honorar.

Quienes defienden el Monstruo Sentado en ese lugar, con esa mole ¿saben que la condición de Patrimonio de la Humanidad que otorga la UNESCO se puede perder si no subsisten las condiciones por las que el monumento fue declarado como tal? ¿Qué tal si nos quedamos con un mall más y con un Patrimonio de la Humanidad menos?

Vivo en Italia, en Roma. A nadie se le ocurriría sentar un Monstruo al lado del Coliseo o de la basílica de San Pietro, aunque se han construido grandes centros comerciales. En la periferia, perfectamente accesibles en vehículo. Probablemente los romanos no viven del Coliseo ni de San Pietro así como los castreños no viven de la Iglesia ni de los Palafitos, pero destruir lo que se tiene y que proporciona visibilidad positiva, identidad y fuente de trabajo es suicida.

Esta Carta por Castro la escribo desde un gran estupor. Estupor por saber dónde estaban las autoridades que permitieron esta presencia sin preveer sus efectos colaterales. Estupor por la prensa y los profesionales locales que han hecho público este hecho sólo cuando el Monstruo ya estaba sentado. Estupor por la impunidad de la que gozan algunos empresarios para instalarse en ciertos contextos arrasando con lo que ahí existe, imponiendo sus condiciones asimétricamente, sin equivalencia de fuerzas por el otro lado.

Si Castro desea mantener un modo de estar en el mundo, apreciado por el mundo entero, si quiere mantener la condición de Patrimonio de la Humanidad de uno de sus edificios más significativos, si quiere ser respetuoso del trabajo de tanta gente que ha dedicado sus vidas a reconocer en ese lugar condiciones de vida adecuadas a esa realidad y no formas de vida impuestas desde lo alto, si quiere contar con un buen centro comercial que les evite hacer un largo viaje para adquirir algunos bienes, entonces que exija la demolición total del edificio en ese lugar y su traslado fuera del casco urbano.

En caso contrario, Castro pasará de ser un lugar único por su relación con el paisaje y su cultura, a un lugar más, soporte de una operación mercantil avasalladora, irrespetuosa y banal. Como en cualquier lugar banal del mundo.

Fácil decirlo, difícil hacerlo, se dirá. Pero es más fácil construir un edificio equivocado y demolerlo que construir y luego demoler una ciudad que se ha ido construyendo en el tiempo.

Renato Vivaldi Tesser

*Arquitecto

Nota: Para evitar esa odiosa división que a veces surge cuando se tratan temas locales, deseo aclarar que no he nacido en Chiloé. He vivido y trabajado en Chiloé por varios años y tengo familia chilota. Reflexionar sobre un lugar es irrelevante si se hace desde adentro o desde afuera, sobre todo si esa realidad pertenece a los castreños, pero también a todos los chilenos y, una parte de ella, a toda la Humanidad.

 


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