Marx es el mayor genio de la tradición socialista. Un pensador decimonónico, sin duda, pero extendido hacia el futuro. Del mismo modo que el capitalismo de la Primera y Segunda Revolución Industrial se mantiene en vigor tras varias crisis cíclicas, no sólo sostenido sobre la teoría clásica de Smith y David Ricardo, el análisis anticapitalista de Marx sigue en pie y en plena vigencia. Aun cuando podemos admitir el mayor acceso al consumo de las clases trabajadoras, fenómeno no considerado en la visión decimonónica ni de Marx ni en los clásicos, la tendencia a la concentración de la riqueza y la apropiación del valor del trabajo por el capital continúa en alza a ritmos incluso no observados con anterioridad. La contradicción capital trabajo detectada con precisión en el siglo XIX, está en apogeo en el XXI.
El centro del aporte de Marx es su análisis económico del capitalismo y su disección de la teoría clásica. Es este su núcleo, científico por cierto, certero y vigente. Aun cuando el capitalismo sigue en pie (Marx pensaba que colapsaría en pocas décadas), mantiene también gran parte de sus contradicciones y, como en un espejo oscuro, su teoría crítica. Si bien su obra más monumental es su análisis anticapitalista expresado en El Capital, la tradición socialista del siglo XIX desarrollada desde los utópicos Fourier, Cabet o incluso Proudhon, está siempre presente pese a no estar necesariamente detallada. Marx nunca renunció a su herencia hegeliana. Pese a su análisis económico, a la influencia más tarde del positivismo de su época, Marx halla en Hegel desde su juventud la fundamentación filosófica de la historia, el sentido progresivo para una humanidad que avanza desde la opresión hacia su liberación.
Posiblemente, una de las debilidades que halló la crítica capitalista de Marx se extiende en el terreno de la condición de la clase obrera y su acceso al consumo de masas. La pauperización de los trabajadores mediante el proceso de producción capitalista pronosticada por el pensador alemán, y la apropiación de parte de su trabajo por el empresario burgués, fue un análisis sobre la estructura productiva de la Revolución Industrial y propiamente decimonónica.
La clase obrera, ante la sorpresa de Marx y de, incluso, toda la teoría clásica, aumentó bajo el modelo capitalista sus niveles de consumo. Un fenómeno que se estrelló no solo con una buena parte de los análisis y proyecciones económicas, sino también en las políticas. Esta circunstancia, que en buena medida matizó y fue centro de debate de la izquierda durante el siglo XX en las sociedades industrializadas, hoy se extiende por el mundo agudizando y también enredando aún más los debates. El ejemplo de China, potencia mundial industrial (¿capitalista? ¿socialista?), emerge tal vez como contradicción, aun cuando el consumo en las clases trabajadoras es también materia de discusión en sociedades como la nuestra. Las dimensiones subjetivas del consumo de masas en el análisis de los trabajadores son aspectos a tener en cuenta.
No por un mayor acceso al consumo se acaba con la pauperización, fenómeno que tiene expresión en numerosas otras facetas de las clases trabajadoras. Y tampoco con las injusticias y las desigualdades que provienen del trabajo, actividad productiva necesaria aun cuando para Marx alienante y fatigosa. El trabajo productivo, mecánico, rutinario, que merece más de una crítica bajo los esquemas del capital de apropiación de valor, sigue intacto pese al mayor consumo. Una estructura que en el capitalismo más desarrollado tiene nuevas formas de expresión y de explotación.
El neoliberalismo, que recoge las líneas centrales de las teorías clásicas analizadas por Marx, amplifica otras. Hoy la escena económica y social puede considerar enormes diferencia que en el capitalismo industrial de la primera mitad del siglo XIX. Pese a ello, las estructuras más pesadas siguen iguales, como es la diferenciación y tensión entre el capitalista y el trabajador. El alimento del capital mantiene como fuente principal la parte del trabajo asalariado no pagado, la llamada plusvalía, proceso amplificado que incluso aumenta las desigualdades.
El modelo capitalista de principios del siglo XXI reproduce, amplifica y también inventa nuevas estrategias para la apropiación del trabajo por diferentes vías. ¿O no es eso el crédito usurero entregado a destajo a los trabajadores? Por esta nueva vía, el capitalista vuelve a recortar parte del trabajo remunerado. Lo hace en la fábrica y más tarde en el bano y el mall.
El capitalismo tardío, de última hora, canta también como el cisne. Porque antes de doblegarse, antes de desaparecer en sus múltiples y tal vez permanentes crisis, prefiere que desaparezca el mundo. Porque este acceso masivo al consumo, que ha petrificado a las clases trabajadoras bajo un supuesto acceso al lujo y la alta tecnología, es a costa del futuro, de la permanencia de otras especies y del planeta tal como lo hemos habitados por miles de años.
Marx comprobó durante el siglo XIX las enormes perversiones del capitalismo y vaticinó su decadencia y desaparición. Hoy nada de ello ha cambiado. En estos dos siglos, la demostración de sus distorsiones son sobradamente evidentes y su desaparición sería un hecho afortunado para el transcurso de la humanidad. En la espera de ese momento estamos.