Marx escribió El Capital fijándose como propósito comprender las leyes económicas de funcionamiento del capitalismo que había desplegado las mayores fuerzas productivas e innovaciones organizativas de su periodo: el despliegue de la moderna industrialización inglesa.
Dicho proceso de industrialización, de acuerdo a Marx, si bien marginal en relación a las dominantes estructuras artesanales de producción local y manufacturas de mediana escala, encerraba un potencial productivo que pronto lograría expandirse y eliminar todas las antiguas formas de producción. Dicha dinámica expansiva venía, a su vez, de la mano de un nuevo actor que, si bien formalmente libre, estaba materialmente sujeto al emergente poder del capitalista industrial, el naciente proletariado.
La batalla de Marx fue clave, era nada menos que disputarle al liberalismo la interpretación de las relaciones económicas más avanzadas tecnológicamente de la época. Adam Smith representó prístinamente la imagen del periodo: el mercado se constituía como un orden de ‘libertad natural’ donde todos concurren voluntariamente al intercambio y buscan nada más que su propio interés y que, por una mano invisible, se termina generando un bienestar material colectivo no premeditado pero sí pujante. Marx, por el contrario, veía una sociedad donde la naciente compulsión de la competencia concentraba la producción en pequeños carteles capitalistas y fortalecía la constante y creciente explotación de la fuerza de trabajo. La riqueza, no solo se concentraba en una emergente clase capitalista, sino que a mayor producción de riqueza, mayor era la explotación al trabajo.
Aunque dicha moderna máquina productiva podía desplegar mayor riqueza (indudable en comparación con las sociedades pre-capitalistas), ésta lo hacía, sostenía Marx, a costa de una masa sometida a las más estrictas presiones disciplinarias y alienantes. La libertad, así vista, se convertía en una prisión.
La emergencia de la economía de plataforma
Ya han pasado más de doscientos años de ese debate que Marx inició respecto a la naturaleza de la sociedad industrial y sus efectos sobre el proletariado. En el presente que a nosotros nos está tocando vivir, nuevas relaciones productivas, tecnologías, corporativas y laborales han emergido desde los años noventa (y acelerado después de la crisis del 2008), en forma tan rápidamente expansiva como lo fue la industria durante el periodo de Marx.
La característica fundamental de los emergentes modelos comerciales lo constituye la idea de plataforma digital. Esta corresponde a un espacio virtual que permite conectar diferentes empresas entre sí o con consumidores. Así, por ejemplo, Google conecta individuos con información, Facebook conecta individuos entre sí, y Uber, Deliveroo o Airbnb conecta servicios privados de transporte o alojamiento con consumidores.
Los elementos claves son las ideas de red y datos. A mayor la red de conexiones que se genera, mayor el flujo de datos y servicios y, por tanto, mayor es la valorización de la plataforma. De esta forma, estas nuevas empresas tienden a construir fuertes economías oligopólicas: las redes cuando se consolidan restringen la posibilidad de que otras redes se desplieguen, constituyéndose de este modo en monopolios de sus respectivos mercados.
Uber o Deliveroo constituyen ejemplos claves de aquello. Uber, utilizando las redes digitales disponibles y la radical reducción de costos de servicios telefónicos desde las últimas décadas, ha construido una plataforma donde agentes ofrecen sus servicios de transporte a demandantes. Lo que antes eran mercados locales como los taxis, se constituyen en emergentes empresas capitalistas financiero-digitales.
Piense en el caso de los taxistas. Son productores de servicios que entran en un mercado en pos de obtener ingresos para su reproducción material. En términos marxistas, su circuito es de M-D-M: ofrecen un servicio (M) sobre el cual obtienen dinero (D) que transforman en bienes y servicios para su consumo (M). Las tasas de acumulación son relativamente bajas, no permitiendo derivar en grandes unidades prestadoras de servicios y que disputen el monopolio del mercado.
Sin embargo, Uber ha radicalmente transformado dicho mercado. Uber no posee ningún medio de producción (son los propios productores los que llegan a la plataforma con su automóvil) pero se apropia de una renta en cada servicio que se realiza dentro de su plataforma (un 25% de cada carrera, según el caso chileno). A su vez, comienza a centralizar el mercado: el crecimiento de las conexiones de la plataforma desplaza las antiguas formas tradicionales de transporte. No sólo eso, sino que su modelo comienza a ser adoptado por los propios agentes desplazados (los taxis comienzan a generar sus propias ofertas de plataformas).
Detrás de esto encontramos la expansión de la dinámica capitalista digital: Uber coloniza el mercado y extrae un plusvalor en forma de renta fija a masas de trabajadores que fluyen dentro de sus plataformas digitales ofreciendo su fuerza de trabajo junto con su propio medio de producción. Así, Uber, al igual que Deliveroo, quiebran con las antiguas normativas laborales mínimas sobre las cuales se erigía el contrato capital-trabajo (no hay contratos ni derechos sociales mínimos) y distribuye el riesgo y costo de la inversión en un medio de producción (el auto) hacia el propio productor. El ciclo se invierte y se constituye el ciclo típicamente capitalista (D-M-D’) : Uber con su capital (D), invierte en la expansión de sus plataformas (M) y, vía el proceso productivo a cargo del productor (carreras), la empresa se apropia de un excedente en forma de renta (D’).
Este circuito digital-productivo de Uber entra, como toda empresa capitalista moderna, en el ciclo financiero. En enero pasado, Softbank y Dragoneer Investment Group desembolsaron 1.25 billones de dólares para adquirir el 17% de la acciones de Uber, transformándose en los principales shareholders y forzando una reestructuración corporativa (pej. agregar un nuevo miembro al directorio). Así visto, tal como el tránsito de los mercados tradicionales (las economías de gremios, las redes artesanales) hacia los modernos mercados capitalistas industriales que describiera Marx, lo que fuera un mercado de transporte del tipo M-D-M, donde la acumulación de capital era frágil y restringida, está rápidamente transformándose en una gran industria oligopólica digital, rentista y financiera, erigida sobre relaciones laborales donde los costos de inversión productiva y los costos de reproducción (salud, seguridad social, etc.) caen enteramente en el trabajador.
Lo clave del asunto es que este modelo corporativo que capitaliza la plataforma digital no solo existe, sino que, al igual que la dinámica industrial en relación al artesanado estático, se expande hacia crecientes áreas de la economía. Ya no es solo Airbnb, Uber o Deliveroo, sino emergentes plataformas en torno a limpiadores de casas, mensajeros, producción artística, consultores, trabajadores domésticos, etc. Comienza con el área de servicios, pero nada le impide entrar sostenidamente a áreas industriales claves y ser, potencialmente, el nuevo modelo productivo hegemónico (por ejemplo, con la emergencia de nuevas tecnologías como impresoras 3-D es más fácil que empresas puedan externalizar procesos productivos enteros vía el uso de plataformas digitales).
¿Lucha de clases en la plataforma digital?
Si el capital ha logrado, a través del uso de nuevas tecnologías, desplegar una novedosa y más eficiente organización productiva (eficiente en términos del cálculo racional del capital: en base a cuánto reduce los costos, aumenta la certidumbre y la tasa de explotación), ¿podemos observar la emergencia de un nuevo conflicto entre capital y trabajo? ¿hay antagonismos en estos actores que, a primera vista, intercambian servicios libremente en un mercado digital?
La plataforma digital no solo genera ganancias en tanto se deshace de la necesidad de realizar inversiones productivas (en medios de producción), sino también de costos laborales (contratos hora-cero). A su vez, genera certidumbres en tanto los agentes productores no poseen lazos permanentes con la empresa, reduciendo su capacidad de presión y organización del trabajo. Sin contratos laborales, sin redes de apoyo y asumiendo buena parte de la inversión productiva, el productor que emerge de esta dinámica es lo que actualmente se ha denominado como el nuevo precariado.
El precario es la cara productiva de la plataforma digital. No solo genera la sangre sobre el cual el capital fluye sobre las venas digitales del mercado financiero, sino que representa una vuelta atrás al siglo XIX: a ese periodo donde aún el movimiento obrero y socialista no ganaba batallas importantes por el derecho a la existencia (contratos laborales, límites a la jornada laboral, salarios mínimos, seguros de desempleo, salud y educación pública, etc.), y el trabajador estaba completamente despojado de sus medios de reproducción, dependiendo enteramente su existencia del empleo ofrecido por el capital, en sus términos y bajo sus objetivos.
Pero el precario comienza a levantarse. Desde las protestas de los trabajadores de Deliveroo en Londres el 2016 hacia adelante, ha comenzado a emerger un ciclo de resistencias, sabotajes y manifestaciones contra el capitalismo de plataformas que, lentamente, con triunfos y derrotas, comienzan a ponerle cortafuegos, cotos y barreras, demandando salarios, contratos y seguridad social. La antigua lucha de clases por el derecho a la existencia, tan olvidada por una izquierda obsesionada por ‘lo cultural y la identidad’, y eje del pensamiento de Marx, comienza a emerger, tal como emergió en el siglo XIX.
Los actores son los mismos: en una vereda el trabajo, en la otra el capital.
José Miguel Ahumada*
*Académico del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Alberto Hurtado.