El Comité Óscar Romero de Chile, integrante del Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina (Sicsal), recientemente ha conmemorado el martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero –asesinado en El Salvador-, celebrando una eucaristía en la Parroquia Latinoamericana y la realización de un foro cuyos expositores fueron un pastor de la Iglesia Evangélica Luterana, un dirigente sindical y una religiosa católica, quienes plantearon sus puntos de vista en el marco del pensamiento de Monseñor Romero, en el sentido de la necesidad del cese de la violencia, cuya raíz se encuentra en la injusticia social.
Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, fue asesinado de un disparo en el corazón, durante la celebración de la misa, en el momento de la consagración del pan y el vino, el día 24 de marzo de 1980. Su martirio fue la reacción de la prepotencia de los poderosos, quienes no aceptaron que Romero denunciara “la absolutización de la riqueza”, porque “éste es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada, como un absoluto intocable”. (12-8-1979). Tenía muy claro que esta injusticia es la raíz de una sociedad global y radicalmente pervertida a todos los niveles.
Él vio en la represión la expresión más clara de la sociedad. Y así la describió: “A mí me toca ir recogiendo atropellos y cadáveres”. (19-6-1977). “No me cansaré de denunciar el atropello por capturas arbitrarias, por desaparecimientos, por torturas”. (24-6-1979). “Se sigue masacrando al sector organizado de nuestro pueblo sólo por el hecho de salir ordenadamente a la calle para pedir justicia y libertad”. (27-1-1980). “La violencia, el asesinato, la tortura, el machetear y tirar al mar, el botar gente: todo esto es el imperio del infierno”. (1-7-1979).
Es así como Romero se ha convertido en el símbolo de tantos cristianos que, desde hace 500 años, han sido “intrépidos luchadores por la justicia”, al denunciar a “quienes por codicia convierten a Jesucristo en el más cruel de los dioses”, según afirmaba fray Bartolomé de las Casas. Ya en diciembre de 1510, en la isla La Española (actual República Dominicana y Haití), fray Antonio de Montesinos enrostraba a los encomenderos: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis a los indios en tan cruel y horrible servidumbre? ¿Acaso no se mueren, o por mejor decir los matáis, por sacar oro cada día? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?”.
La voz de Romero constituye un eco de la palabra de Montesinos, a quienes se unen los Santos Padres de América Latina como Proaño, Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Helder Camara, Lorscheider, Pironio, Silva Henríquez, Angelelli, Alvear, Ariztía, Hourton, Manuel Larraín, Helmut Frenz, Clotario Blest, Ronaldo Muñoz y hoy el vicario apostólico de Aysén, obispo Luis Infanti, entre muchos otros.
Hoy, ellos enrostran a las multinacionales, a las estructuras económicas neoliberales, a los intereses del mercado que crean diferencias abismales entre los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, los cuales ahora son considerados “efectos colaterales” de una economía injusta, pero a la que se le considera políticamente correcta.
Monseñor Romero no sólo denunció y condenó esta situación, sino que la desenmascaró en su globalidad. Pero también denunció a los responsables, los oligarcas, a los que denominó idólatras de sus riquezas, porque los bienes de la tierra pertenecen a quienes los producen.
El día anterior a su asesinato, Romero pronunció una homilía cuyo contenido pareciera haber sido dirigido al Chile de hoy: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a la base de la Guardia Nacional, de la policía de los cuarteles. ¡Hermanos! ¡Son de nuestro mismo pueblo! ¡Matan a sus mismos hermanos campesinos! (…) Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. (…) Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno!, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
Por Hervi Lara B.
Comité Óscar Romero-Sicsal-Chile.
Para El Ciudadano
29 de marzo de 2012.