El 9 de abril se inaugurará la Cumbre de las Américas, en Colombia. A pesar del alto valor simbólico de la fecha, hasta ahora casi nadie reparó en una cuestión: ese día es el aniversario del «Bogotazo».
La IX Conferencia Panamericana, en la cual se creó la Organización de los Estados Americanos (OEA) se extendió entre el 30 de marzo y el 2 de mayo de 1948 en la capital colombiana. Hubo una interrupción el 9 de abril por el asesinato del líder colombiano y dirigente del Partido Liberal Jorge E. Gaitán, hecho que disparó el llamado “Bogotazo”, una impresionante movilización popular que trascendió a todo el continente.
El asesinato de este líder reformista y nacionalista fue cometido por un mercenario vinculado a los sectores más conservadores del gobierno colombiano. La movilización de repudio apuntó contra Laureano Gómez, canciller del país anfitrión, presidente de la IX Conferencia Panamericana, dirigente reaccionario, filonazi y candidato presidencial.
Como reacción frente al atentado que acabó con la vida del líder popular, las masas indignadas atacaron y cercaron el Capitolio Nacional, sede de la conferencia panamericana. Los delegados debieron huir, en muchos casos custodiados por el Ejército para evitar ser linchados, incluyendo al Secretario de Estado Marshall, quien tuvo que refugiarse en la embajada estadounidense. La rebelión duró varios días y fue desmantelada mediante una cruenta represión, con un saldo de centenares de víctimas (entre 500 y 3.000 muertos, según distintas fuentes).
Estas circunstancias fueron aprovechadas por los gobiernos estadounidense y colombiano para atacar al comunismo internacional, al que se acusó de dirigir la movilización de las masas -en ese momento se desarrollaba en Bogotá un Congreso Estudiantil Latinoamericano, en el que participaba, entre otros, el joven cubano Fidel Castro– y endurecer medidas contra ese movimiento.
El propósito de Washington era avanzar en la consolidación de la organización interamericana e introducir la doctrina Truman de contención del comunismo en América Latina, a través de una cláusula anticomunista. Además, la Casa Blanca debía aplacar las expectativas latinoamericanas, que pretendían incrementar la ayuda económica estadounidense, como la que el país del norte estaba ofreciéndole a Europa desde hacía pocos meses.
Estas discusiones, que ya se habían planteado en la conferencia de Río (1947, en la que se aprobó el TIAR –Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca-), volvieron a aparecer en las reuniones preparatorias para la Conferencia de Bogotá e impulsaron al gobierno estadounidense a elaborar un informe sobre las demandas latinoamericanas y sobre la limitada posibilidad de la Casa Blanca de hacer frente a éstas.
El “Bogotazo” fue la excusa perfecta para avanzar en la lucha contra el comunismo en América. Si Marshall ya había acusado a la Unión Soviética, en su discurso inaugural, por atentar contra la paz mundial, la rebelión tras el asesinato de Gaitán, caracterizada por el gobierno colombiano como parte de un complot comunista, generó las condiciones para establecer una declaración inédita en el sistema interamericano.
La delegación chilena llevó la voz cantante en la avanzada anticomunista, exigiendo a los países latinoamericanos que abandonaran la posición de neutralidad en la Guerra Fría, señalando que era un momento decisivo y que no había lugar para “terceros frentes”, en obvia alusión a la posición esgrimida por el canciller argentino Bramuglia. La acción chilena, trabajando codo a codo con los delegados estadounidenses, logró imponer la oposición maniquea democracia-comunismo, estableciendo que éste último era incompatible con la primera y, por lo tanto, inaceptable en América.
Así, a través de la Resolución XXXII, denominada “Preservación y Defensa de la Democracia en América”, se montó una operación política que consistía en igualar el comunismo con los totalitarismos, con un sistema que debía ser perseguido como lo había sido el nazismo. Washington lograba, así, trasplantar la Guerra Fría y la doctrina Truman a América Latina, con consecuencias muy importantes en los años siguientes, como lo muestran las futuras intervenciones en Guatemala, Cuba, República Dominicana y Granada, entre otras.
El propio Perón, a raíz del “Bogotazo”, le planteó al embajador estadounidense Bruce que esos acontecimientos debían ser una lección para todos los gobiernos americanos, en el sentido de mostrar cuán fácilmente podía irrumpir la guerra civil en los países latinoamericanos, si no se atacaban las causas de fondo de los problemas económico-sociales. Argentina terminó votando la primera de muchas resoluciones anticomunistas en el sistema interamericano, aunque Bramuglia no se privó de criticar sus fundamentos y de reivindicar al mismo tiempo la “democracia planificada” y los movimientos pendulares de izquierda y derecha, a la vez que señalaba que la lucha ideológica contra los extremismos debía realizarse con otras ideas y otras medidas.
Una vez más, el gobierno argentino albergaba expectativas de ayuda económica estadounidense, lo mismo que el resto de los países latinoamericanos. En la Conferencia de Bogotá, Argentina volvió a mostrar la “mesura” que había exhibido en la reunión de Río del año anterior, más allá de las diferencias que planteó respecto a los proyectos de Marshall.
Hubo diferencias en cuanto a cómo combatir el comunismo, en qué actitud tomar frente a las colonias británicas en América, en cómo se denominaría y qué carácter tendría la nueva organización continental (OEA) y en el Convenio Económico; pero lo cierto es que la delegación argentina no confrontó abiertamente con la estadounidense y terminó votando las principales iniciativas de Marshall, incluyendo la resolución de defensa de la “democracia”, que fue el primer documento abiertamente anti-comunista del sistema panamericano. Primó, nuevamente, en la política exterior argentina, la esperanza de conseguir financiamiento estadounidense, luego del cimbronazo económico que había significado la inconvertibilidad de la libra unos meses antes.
En vez de profundizar la estrategia de una unión latinoamericana, Argentina se plegó, junto a los demás países, a la iniciativa estadounidense de consolidar una organización americana, bajo su comando, que incluso pudiera resolver conflictos en el continente sin necesidad de apelar a la ONU, en la que la Unión Soviética (y China, Francia y Gran Bretaña) tenía derecho de veto. El anuncio de la creación de la OEA se concretó pocos días después de la represión brutal para aplastar el “Bogotazo”. La organización panamericana manifestó su solidaridad con el gobierno colombiano, avalando la sangrienta represión.
Los acuerdos de la IX Conferencia Panamericana se firmaron, simbólicamente, en la histórica Quinta de Bolívar, aunque el espíritu de la OEA, a pesar de lo que decían sus defensores, tenía poco y nada que ver con el del libertador venezolano y se transformaría, como la caracterizaban sus críticos, más bien en un “Ministerio de Colonias”. Habiendo Europa retrocedido significativamente en la región, Washington lograba concretar una organización americana que controlaría en las décadas siguientes. Argentina, por su parte, aun con un gobierno nacionalista y con una política exterior que mostraba rasgos de mayor autonomía, tuvo escasas posibilidades de trabar el avance panamericano impulsado por la potencia del norte.
Hoy, 64 años más tarde, se vuelven a reunir los países americanos en Colombia. Mera coincidencia o símbolo velado, la Cumbre de las Américas se inaugura un 9 de abril, justo en un nuevo aniversario del «Bogotazo». Pero casi nadie parece querer recordar esa circunstancia, que ensombrece a la propia OEA desde su mismo nacimiento. ¿Serán recordadas en Cartagena las víctimas de la represión pasada? ¿Logrará América Latina impulsar la integración regional, sin la tutela de Washington? En aquella oportunidad, las expectativas de ser incluidos en el Plan Marshall llevaron a los gobiernos latinoamericanos a permitir a Estados Unidos erigir una organización a su medida.
Hoy, frente a una crisis económica mundial, es el momento de dejar de encandilarse por diluidas promesas económicas de la potencia del norte. Más que buscar concesiones limitadas para ingresar al mercado estadounidense o evitar «sanciones» de los organismos internacionales que responden a Washington, los países del sur del continente deberían avanzar en concretar la postergada integración regional. Es el momento de abandonar la agenda de la Casa Blanca y enarbolar la bandera de «América para los latinoamericanos».
Por Leandro Morgenfeld
Docente UBA e Isen. Investigador del Conicet. Autor de ‘Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas’ (Ed. Continente, 2011) y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com
9 abril 2012
Publicado en www.marcha.org.ar
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