Este domingo son las presidenciales en Francia, con segunda vuelta en la primera semana de mayo. Casi todas las encuestas pronostican una derrota del presidente Sarkozy a manos del socialista Hollande.
El 22 de abril la primera vuelta y el 6 de mayo el ballotage. Este es el cronograma de los comicios franceses, donde se decidirá quién se instalará en el Palacio del Elíseo por los próximos cinco años.
Nicolas Sarkozy fue el triunfador de 2007, pero su gestión ha decepcionado a votantes extraños y propios. Por un motivo u otro, en general por su pésima política económica, lo cierto es que lograr un segundo mandato parece una quimera para la oficialista Unión por una Mayoría Popular (UMP).
El presidente debe creer que Barack Obama es yeta, porque el 3 de noviembre pasado, al ingresar al G-20, le dijo: “bueno, Nicolas, hay que aprender» de la reelección de Cristina”. La argentina, felicitada en la ribera francesa, había ganado el 23 de octubre su reelección, algo que se le ha puesto cuesta arriba al galo y no está asegurado para el norteamericano.
Ya en noviembre de 2011 los primeros sondeos dieron dolores de cabeza a Sarkozy. Y en febrero de este año, con todos los candidatos ya oficializados, se mantuvo esa tendencia. Según el instituto Harris Interactive, Sarkozy tenía 24 por ciento de intención de voto en la primera vuelta, y Francois Hollande el 28. El vaticinio para la segunda vuelta estiraba la ventaja para el Partido Socialista (PS), que se impondría con el 57 por ciento de los sufragios sobre su adversario, que colectaría el 43.
Varias encuestas de esta semana, previa al comicio, reiteraron esos escenarios: 29 a 24 por ciento para la primera vuelta y 56 a 44 para la segunda. “Los sondeos estremecen a Sarkozy” fue el elocuente título de la nota de Luisa Corradini, corresponsal de “La Nación” en Francia, cuando faltaban tres días para el día D.
Claro que las encuestas sólo marcan tendencias que pueden estar mal leídas o pueden ser verdaderas pero verse desactualizadas por cambios de último momento. También incide que haya un 30 por ciento de indecisos y un 26 por ciento de abstencionistas, elementos en los que aún confía el oficialismo para dar vuelta la tortilla.
Un rasgo demostraría que, en efecto, Sarkozy se siente perdedor. Y es que en el tramo final ha apelado a tantos golpes bajos como sólo haría alguien que está atrás y quiere zafar de cualquier modo, incluso corriendo el riesgo de que esa desesperación le haga “meter la pata”. Perdido por perdido, el candidato del UPM salió a decir que el domingo gana él para una Francia fuerte o será el caos con el enemigo socialista. En su afán por sacarle votos a la extrema derecha del Frente Nacional no ha vacilado en hacer suya la plataforma xenófoba y fascistoide del FN, pero a la vez ha dicho que quien vote a Marine Le Pen, representante del sector, favorecerá a Hollande. O sea que literalmente quiere robar el 16 por ciento de votos de esa ultraderecha, pero peleándose con su dirección. Así se crea nuevos enemigos y suma más franceses a los que no quieren verlo ganar.
La crisis y algo más
Sarkozy debía explicar las razones de su sostenido descenso en la consideración pública, que lo han conducido a este presente. El presidente echó todas las culpas a la adversa situación económica internacional. “Fue culpa de la crisis sin precedentes que sacudió al mundo desde 2008”, explicó.
Conviene separar la paja del trigo. Es verdad que la crisis abierta en setiembre de 2008 fue un factor negativo para la producción y el comercio internacional, con directos reflejos en los índices de desempleo, endeudamiento y otros rubros para buena parte de los países.
Pero no lo fue así para todos. China y las naciones del BRIC (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), por ejemplo, no dejaron de crecer. Argentina es otro caso de éstos, positivo. Países que se habían desbarrancado por aquella coyuntura adversa, como Islandia, luego crecieron tras tomar medidas ejemplificadoras contra los responsables del desastre y adoptar políticas de reactivación.
Incluso economías como la de Alemania, que sufrieron el impacto de la crisis, lograron amortiguarla relativamente, claro que mandoneando dentro de la Unión Europea y descargando parte de los problemas en los socios más endebles, como España, Portugal y Grecia.
Pero la Francia de Sarkozy, que aún presume de ser la segunda economía de la zona del euro, tuvo una performance más cercana “a los peores del grado”, arriba nombrados, que a la Alemania de la que se creía un socio a la par.
Y a ese triste resultado se llegó porque el gobierno galo fue adoptando medidas recesivas, aumentando los impuestos, creando mayor desempleo, recortando programas y beneficios sociales, alumbrando propuestas de reforma previsional con claras desventajas para los pensionados, etc.
Dado el elemento objetivo de la crisis y sin salirse de los márgenes del capitalismo monopolista donde está afincada Francia, podía aplicar programas proactivos o keynesianos, o seguir con las recetas neoliberales recomendadas por el FMI y el Banco Mundial.
El Palacio del Elíseo optó por la segunda alternativa. Y así le fue. Un 10 por ciento de desempleo, que en los barrios periféricos de París y otras grandes ciudades llega al 40 por ciento entre los jóvenes, sobre todo de origen inmigrante aunque sean de segunda generación. Hay un millón más de desocupados en este quinquenio gobernado por la derecha y la UPM. La economía está estancada y en recesión, pese a que en el cuarto trimestre del año pasado se registró un crecimiento del PIB de 0,2 por ciento respecto al trimestre anterior. Lo dicho, casi cero.
Hasta la derecha le reprocha a NS las promesas incumplidas de 2007. “¿Dónde está su «trabajar más para ganar más», el escudo fiscal, una Francia de propietarios, la promesa de no aumentar los impuestos?”, le enrostran.
Diferente pero no tanto
El presidente en decadencia enarboló como tres banderas de campaña las de «trabajo, responsabilidad y autoridad». Con el balance concreto de lo actuado por Sarkozy, los franceses no parecen dispuestos a darle una segunda oportunidad. El hábil Hollande le contrapuso el programa de “igualdad, justicia y solidaridad”, de mayor recepción en medio de tanta gente afectada por la crisis y las políticas internas de ajuste.
Entre aquellos dos candidatos se dirimirá la pugna, aunque hay otros ocho, entre ellos la ultraderechista Marine Le Pen, el centrista François Bayrou y una izquierda más radical de Jean Luc Melenchon, que en primera vuelta están rankeados con casi un 15 por ciento cada uno, según las encuestas de los institutos Harris, BVA y otras encuestadoras.
En estos días el presidente en funciones se lanzó en los actos de cierre a tratar de destruir a su oponente socialista, apelando a un discurso xenófobo y anticomunista. Con Hollande habría caos, expropiación de la propiedad privada y una apertura total a la inmigración para que los “asistidos por el Estado” se hagan un festín. Sólo le faltó decir que la tricolor francesa sería reemplazada por un trapo rojo con la hoz y el martillo…
Esas brutalidades hacen pensar que se trata de un hombre que siente el dolor de una derrota de esas que dejan marcas para toda la vida.
Su oponente es un socialdemócrata que fue durante ocho años el secretario general del Partido Socialista. Heredó esta postulación luego que el dirigente mejor posicionado en la agrupación, el director gerente del FMI, Dominique Straus-Khan, perdiera esa pole position por sus causas judiciales de acoso sexual y otras yerbas en Estados Unidos y Francia.
La diferencia entre los dos con posibilidades reales de ganar no pasa sola ni principalmente por sus características personales disímiles. Sarkozy es un atropellador, errático, de poca cultura general y una agitada vida familiar puesta en primer plano de las revistas del corazón. Hollande es un tipo más tranquilo, intelectual y poco afecto a aquellas interferencias entre sus afectos privados y la función pública.
Esos contrastes de personalidades no deben ser lo que más importa a los 45 millones de electores que deben emitir su voto este domingo y lo volverán a hacer el 6 de mayo.
Lo que esos votantes van a tener más en cuenta es, de un lado, el balance del quinquenio de Sarkozy, del que hay poco para rescatar, y del otro, la propuesta del socialista que reivindica a Francois Mitterrand de los ´80. Y que coherente con ese legado, promete más educación, más inclusión social y una renegociación de las draconianas pautas económicas impuestas a París por la Unión Europea y el Banco Central Europeo.
Para Francia hoy luce mejor una victoria de Hollande, que mejoraría un poco la situación económico-social, aunque a Sarkozy no le haya faltado razón al decir “miren como está España después de siete años de socialismo”.
Es posible que el 7 de mayo Carla Bruni vuelva a cantar y actuar, y Sarkozy se conchave en la burocracia de la UE o alguna multinacional gala.
Por Emilio Marín