La periodista Rukmini Callimachi se impuso una misión: conocer el funcionamiento interno y burocrático de ISIS. «Parte de la respuesta se puede hallar en las más de 15.000 páginas de documentos internos del Estado Islámico que recuperé durante cinco viajes a Irak durante más de un año«, explicaba Callimachi en el reportaje ISIS Files, publicado en abril. Los documentos reflejan la vida diaria de la ciudad ocupada: multas, embargos de tierras, carnés de conducir, entre otros.
«Los documentos se sacaron de las cajoneras de los escritorios tras los cuales una vez se sentaron los militantes, de las estanterías de sus comisarías, de los suelos de sus tribunales, de las taquillas de sus campos de entrenamiento y de las casas de sus emires», añade la periodista. Todo con el permiso de los militares iraquíes que la supervisaban, quienes en ocasiones hasta le abrían una bolsa de basura para que ella fuese metiendo todos los documentos que se encontraba.
El comportamiento de Callimachi ha generado un enfrentamiento entre un medio de comunicación que informa desde el terreno y una comunidad de académicos que denuncia la desaparición de los documentos y la posibilidad de reconciliarse con su pasado.
«Es muy importante que el Gobierno iraquí sea el único custodio de esos documentos para continuar los asuntos de los ciudadanos tras la liberación de las ciudades, llenar los vacíos que ha creado la administración de ISIS y corregir sus acciones», señalan los académicos iraquíes Omar Mohamed y Areej Aziz, creadores del blog Mosul Eye.
Mohamed, historiador, escondió su verdadera identidad durante la ocupación de Mosul y se dedicó a contar al mundo, minuto a minuto, lo que ISIS estaba haciendo en la ciudad, a través del blog.
«No solo eso, sino que en esos documentos están todas las pruebas necesarias de las atrocidades que ha cometido ISIS contra los iraquíes. Son muy importantes para buscar acciones legales y llevar ante la justicia a sus miembros», añadió.
El saqueo de los países ocupados, una práctica histórica
Los más críticos con la periodista relacionan este episodio con el saqueo histórico de sus tierras a manos de europeos y estadounidenses. El Museo Británico, el Louvre y el Museo de Pérgamo de Berlín guardan entre sus paredes años de historia de Oriente Medio, desde la Puerta de Istar, una de las ocho puertas monumentales de Babilonia –10 metros de alto y 14 de ancho–, al Código de Hammurabi, uno de los conjuntos de leyes más antiguos de la historia.
«El saqueo de The New York Times de los documentos de ISIS lleva este asunto a un nivel nuevo en el saqueo histórico de zonas de guerra. Antes, esta colección de registros históricos la solían hacer individuos pertenecientes a diferentes escuelas de orientalismo y la mayoría de ellos lo hacía seriamente para tener un mejor conocimiento de Oriente», señalan Mohamed y Areej. «En este caso, el saqueo de The New York Times es un intento obvio del periodismo de debilitar al mundo académico«.
«Su objetivo es hacer a la academia lo que ISIS hizo a las sociedades que invadió, despojarlas de su historia. Pone el periodismo en riesgo de sustituir a la academia y lo saca de su objetivo de hacer noticias«, denuncian. «El periódico está interpretando los documentos y produciendo un relato histórico de Mosul, un relato que solo refleja el punto de vista del lugar de procedencia de ISIS. En la mayoría de los casos, la periodista no es capaz de distinguir entre Mosul e ISIS», añaden.
Callimachi ha utilizado el mismo argumento con el cual se justificó la salida de Irak de importantes objetos históricos: su preservación y protección. La periodista insiste en que el Ejército iraquí no estaba interesado en recuperar esos documentos.
«Son acusaciones falsas para justificar su acción de extración ilegal de documentos en una zona de guerra. Al Gobierno de Irak no le interesa destrozar esos registros porque son pruebas de todas las atrocidades de ISIS cometidas contra el pueblo iraquí», sostienen los académicos. «Por tanto, la salida de estos documentos es una eliminación de pruebas y eso en cualquier legislación, estadounidense, iraquí o internacional, es un delito cometido por The New York Times«.
Por su parte, Michael Slackman, responsable de la sección internacional del periódico, defendió que los documentos «estaban abandonados, a la intemperie, tirados por el suelo y en algunos casos se quemaban. Nuestro objetivo era preservar y proteger los documentos para asegurarnos de que el público tiene la oportunidad de entender ISIS desde dentro de ISIS (…) Se sacaron de un campo de batalla donde la única autoridad gobernante es el Ejército».
Aunque la periodista afirma que recibió el permiso del Ejército para llevarse los documentos, describe su misión como una «competición con los servicios de inteligencia». «Negociábamos durante semanas el acceso a edificios, solo para descubrir que ya habían sido vaciados».
The New York Times aseguró que digitalizará todos los documentos para hacerlos accesibles a los investigadores y que devolverá los originales a través de la embajada de Irak en Estados Unidos. «Sacar estos documentos de Irak sin planes claros de devolverlos a un repositorio que sea accesible a todos los iraquíes fortalece, una vez más, a los extranjeros para que influyan indebidamente o incluso controlen la narración de la historia de Irak», señala la Middle East Association of North America en una carta enviada al periódico.
«Es poco probable que las fuerzas de seguridad de Irak, que supuestamente han dado a Callimachi permiso verbal para llevare los documentos, tengan la autoridad para hacerlo», añade la misiva.
El saqueo de 2003
Irak ya vivió algo similar en 2003. Tras la invasión, Estados Unidos se llevó millones de documentos del partido Baaz, para «estudiar» al régimen de Sadam Husein. Estados Unidos autorizó a Anan Makiya, un académico iraquí exiliado y conocido opositor de Sadam, a gestionar los documentos a través de su fundación, la Irak Memory Foundation.
Makiya fue uno de los iraquíes exiliados que presionó a George W. Bush a favor de la invasión. Ante su falta de recursos, la Irak Memory Foundation entregó cinco años más tarde los documentos al think tank conservador Hoover Institution.
En 2010, el Gobierno de Irak pidió formalmente la devolución de estos archivos. Richard Sousa, entonces director del think tank, declaró que habían obtenido «permiso» para conservar los documentos hasta que se encontrase en la nación árabe un lugar seguro para ellos. «Ahora, aunque los iraquíes dicen que las cosas están mejor, no todo el mundo tiene claro que la situación esté mejor», señaló entonces.
«Todo el mundo quiere que estos documentos vuelvan a Irak, pero no hay nadie dispuesto a cogerlos», declaró recientemente Makiya a The Intercept. «Simplemente estamos esperando una dirección para enviarlos», añadió. Hoover Institution también tiene otros millones de documentos del partido de Sadam Husein, entre ellos las 18 toneladas de archivos incautados por grupos kurdos y entregados a EE. UU. en 1991.
Los documentos de Husein
Por su parte, la National Defense University tiene en su poder una colección de 53.000 documentos y unas 200 horas de grabación de reuniones de Sadam Husein con sus ayudantes. Todos fueron obtenidos durante la invasión. En 2015 se cerró por completo su acceso, a causa del cierre de la institución que los guardaba por falta de financiación.
Dina Khoury, profesora de Historia en la George Washington University, ha publicado un libro sobre el partido Baaz, basado tanto en documentos almacenados en Hoover Institution como en la National Defense University. Khoury sostiene que la visión de muchos investigadores sobre el gobierno de Sadam como un régimen absolutamente totalitario sin la participación de iraquíes ordinarios está influida por la forma en que los poseedores de los archivos eligen compartirlos con el público. Según Khoury, de los millones de documentos de la era Baaz en la National Defense University, solo son públicos los que resaltan la violencia del régimen.