Anoche aluciné sueños que podrían ser realidad

  Anoche aluciné, soñé que la policía no existía, porque no es necesaria, que los ciudadanos, sin aquella presencia autoritaria, nos relacionábamos en armonía, respeto y solidaridad, que las Fuerzas Armadas tampoco existían porque tampoco eran necesarias, que no existían las guerras

Anoche aluciné sueños que podrían ser realidad

Autor: Wari

 

Anoche aluciné, soñé que la policía no existía, porque no es necesaria, que los ciudadanos, sin aquella presencia autoritaria, nos relacionábamos en armonía, respeto y solidaridad, que las Fuerzas Armadas tampoco existían porque tampoco eran necesarias, que no existían las guerras. Pero mi sueño aterrizó en la realidad actual y entonces soñé que, aceptando que existen, se dedicaban a hacer su trabajo; que Carabineros de Chile, cumpliendo al pie de la letra el primer rol fundamental que define su misión institucional, creaban las condiciones necesarias de paz y equilibrio social para el desarrollo de la nación y que velaban por el orden público. Soñé, también, que no propinaban disparos de escopeta, directo a la cabeza y a quemarropa a sólo dos metros de distancia a un poblador desarmado que acudía en ayuda de su madre, como le ocurrió a Teófilo Haro en Aysén.

«Nunca pensé que iba a haber un carabinero detrás de un árbol. De repente sale y ni siquiera me dijo alto ahí, tírate al suelo o pon las manos arriba. Nada. Llegó, me vio y me disparó al tiro un escopetazo… A unos dos metros. Me reventó el ojo, quedé ciego al tiro. Empecé a dar vueltas porque no sabía hacia dónde cortar, estaba ciego… Los carabineros me miraban no más… caí al piso y, el mismo carabinero me dice: ‘aquí te remato, hueón’, y me disparó otro tiro en el pecho. Me metieron hartos balines. Aún no sé cuántos balines me habrán sacado, pero todavía me quedan… Cuando recibí el segundo tiro en el pecho pensé: ‘aquí cagué… él estaba sobre mí’».

Soñé cómo los voceros del Gobierno no cometían la imprudencia de declarar dando el respaldo al actuar desmedido de Carabineros, inmediatamente después de que estos han cometido graves violaciones a los derechos humanos sobre los mismos pobladores de siempre, que se expresan contra los abusos y robos de los que son víctimas cada día. También pretendí que no existe la Ley de Seguridad Interior del Estado y por lo tanto, no era aplicada a los pobladores, estudiantes y trabajadores de este país. Soñé que no se puede aplicar una ley antiterrorista en un país donde no existe el terrorismo.

Imaginé que las Fuerzas Especiales tampoco disparaban por la espalda y asesinaban a quienes luchan por sus propias tierras, como le sucedió a Jaime Mendoza Collío, Matías Catrileo y tantos otros valientes mapuche.

También soñé que los políticos trabajaban para el bien público y no para el bolsillo privado, foráneo y personal. Que cumplían sus promesas de campaña y hacían lo que tan insistentemente declaraban en sus campañas publicitarias para conseguir el beneplácito y voto de la ciudadanía. Que entre esos políticos, el Presidente también cumplía sus propias promesas, y especialmente la que expresó en el año 2008, en pleno período de campaña, cuando vociferó textualmente:

«Nosotros somos partidarios de un sistema mixto de educación financiado por el Estado, gratuito y que garantice a todos el acceso a una educación de calidad».

Me dejé llevar por aquel sueño y pretendí, tal como señala H. D. Thoreau en su libro Desobediencia Civil, que el gobierno se encontraba atento en prever los problemas y procurar las reformas, en animar a los ciudadanos a estar alertas para señalarle sus errores, para mejorar su acción. Creí en un gobierno que no gobierna, un gobierno como instrumento que propicie la libertad del ser humano y todas las especies.

En mi sueño, además, imaginé que los periodistas no centraban sus focos en la vulneración de la propiedad privada y pública, sino que hacían bien su trabajo y denunciaban el abuso sistemático, violaciones y quebrantamiento de la ley por parte de la policía. Que no les regalaban las fotos y videos con los rostros de los manifestantes a las ‘fuerzas especiales’. Que no buscaban el desmán, sino que denunciaban a los grandes responsables de las injusticias y el descalabro económico. Se me aparecieron comunicadores populares que no eran bañados por las aguas sucias del guanaco ni empolvados con el fétido y tóxico spray del zorrillo.

Aluciné con que los gobernantes actuaban según el mandato al que fueron encomendados, que verdaderamente deseaban el bienestar y la justicia social. Que estaban por el progreso del y los pueblos. Soñé que no actuaban en forma contraria a su labor; ciertamente vi cómo no efectuaban notable abandono de sus deberes.

Soñé con que el conflicto en Aysén se acababa gracias a acuerdos entablados entre las partes, entre otros, que se eliminaba el impuesto específico a los combustibles, pensando que éste estaba destinado para el mantenimiento de las carreteras, pero éstas están, hoy, ya todas concesionadas.

Entonces algo me cortó la respiración, era la palabra concesión, que lo único que ha hecho es entregar lo que va quedando del disminuido Estado de Chile a manos de chupasangres que al ritmo de explotación de la viga maestra -el cobre y sus subproductos-, en 20 años nos dejarán solo miseria y desastres naturales.

El sueño se hacía pesadilla, pero una luz en el fondo del túnel me alertó y mi alma navegante regresó al cuerpo. Salí entonces a la calle y un fuerte dolor en la garganta, sumado a una picazón en los ojos que, al restregármelos, me los hizo arder de sobremanera, me hicieron pensar que vivo en Chile y que todo había sido un sueño.

Estando entonces ahí, junto a una multitud que al igual que yo hacía manifiesto su derecho a reunirse libremente, vi cómo ese sueño se tornaba en realidad y era compartido por miles de personas que hoy están dando todo de sí para soberanamente avanzar con protesta y propuestas claras en Asambleas Ciudadanas que florecen de Arica a Magallanes.

Era la realidad de un destino ciudadano cada vez más constituyente del Chile que todos queremos, pero que unos pocos y acomodados han intentando truncar.

No podemos cerrar este editorial, sin hacer mención a que con esta edición iniciamos nuestro octavo año de vida. Estamos muy felices de ello, ha sido una misión muy compleja el mantener este barco a flote en el duro escenario de la prensa nacional, pero nos llena de orgullo saber que, pese a toda adversidad, una vez más hemos logrado circular gracias al ingenio y el trabajo de un esforzado puñado de periodistas, compañeros y compañeras de trabajo, lectores, lectoras, amigos y amigas de esta casa editorial.

Vaya un abrazo fraterno para todos ellos y ellas, y no olvide quien guste de leer esta sección de su periódico El Ciudadano, nuestra campaña en momentos de tempestad. Compre usted un número extra de la edición impresa y regáleselo a un amigo. Recuerde, cada 15 días en los kioscos «Hagamos que se agote, para que nunca se acabe».

Son siete años rompiendo el cerco informativo. ¡Feliz cumpleaños!

Por Equipo Editor

El Ciudadano Nº121, segunda quincena marzo 2012


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