La situación de las artes en Chile es crítico en todas sus etapas y va de la mano con la crisis educacional que se vive desde la década de los ochenta, con la bendita ley de educación de 1981.
Si algo caracteriza al campo plástico chileno es su alta dependencia académica y mas de alguno lo ha notado. Como dijera el filósofo Sergio Rojas alguna vez «la única historia posible del arte chileno, sería una historia de la academia en Chile»[1]. En lo personal, adhiero a esta lectura sobre el fenómeno artístico en el país como manera de creación de una institución, pero se podría transformar a la única historia posible del arte chileno, sería una historia del Estado chileno y sus instituciones artísticas.
El siglo XIX chileno es crucial para entender el panorama artístico actual, debido a que en él se instala un sistema de producción, circulación y recepción del arte que perdura, con variaciones claro está, hasta el día de hoy. El punto crucial en el Chile decimonónico y en el siglo XX para la consolidación y dinamismo de un campo artístico cruzaba por la producción y formación de sus artistas. Es con esta misión que en 1849 se funda la Academia de Pintura de Santiago a manos del italiano Alessandro Cicarelli, cuya finalidad estaba marcada por la producción de artistas que fuesen capaces de realizar una representación visual de la historia del país para proyectarla.
Si hubo un espacio de discusión para las artes nacionales, este radicoó principalmente en la formación de alumnos, los futuros artistas, y la forma de incorporación y relación que podían mantener con la sociedad. En cierta forma, el carácter pedagógico del arte funcionaba en una doble dirección: hacia los artistas y hacia la nación, la que sería educada por los primeros que, asimismo, requerían ser formados. Las últimas investigaciones sobre el tema[2] dan cuenta de este proceso doblemente pedagógico y de la necesidad de insertar socialmente los productos de dicha formación. Incluso, la disputa por los distintos modelos pedagógicos en el ámbito artístico de cada época estaban estrechamente relacionados con las transformaciones que el concepto mismo de arte iba experimentando desde los inicios del siglo XX en el país, haciendo que distintos grupos en pugna por la hegemonía artística propusiera prácticas, concepciones e instituciones funcionales a su propia concepción de lo que debiese ser el arte.
Es a mediados del siglo XX cuando la práctica artística en Chile se institucionaliza completamente, principalmente a través de la creación de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile y los distintos aparatos de extensión, entre ellos el Instituto de Estudios Secundarios (Isuch) Cabe recordar que la Universidad funciona como una verdadera columna vertebral a lo largo del país con sus sedes regionales y las distintas instancias de extensión que garantizaban el desarrollo cultural a nivel nacional.
El Isuch surge por la necesidad de entregarle a los alumnos de bellas artes una formación humanista integral que se complementase con la educación artística que recibían en la Universidad, de la que dependía completamente. Esa misión con el tiempo se ha ido desdibujando, llegando en la actualidad a ser solamente un colegio privado que brinda enseñanza artística a sus alumnos y que no depende inmediatamente de la Facultad ni de la Universidad, al mismo tiempo que tampoco garantiza que sus estudiantes puedan acceder de manera inmediata a la educación superior.
Más allá de estas diatribas históricas, el reportaje emitido por el canal de televisión Mega el 9 de mayo de 2012[3] sobre la realidad actual del Isuch muestra la realidad en torno a la carencia de un proyecto artístico pedagógico de la Universidad de Chile que tenga como objetivo el desarrollo del país en sus más amplio sentido. Esto también es reflejo de la pérdida de un proyecto educativo nacional que potencie a todas sus partes en la búsqueda de una sociedad más equitativa y no a lo que hemos llegado.
El principal drama de la educación, en general, y de la educación artística, en particular, es precisamente que no piensan ni al país ni al mundo donde nos tocó llegar. Increíblemente, en los planes y programas para establecimientos científico-humanistas del Ministerio de Educación se hace elegir desde 1º medio entre artes musicales o artes visuales, que va progresivamente decayendo desde tres a dos horas semanales como mínimo.
El proceso de la educación artística especial es casi peor porque condicionan a los estudiantes a un modelo artístico basado en la expresividad y en el reconocimiento de obras y artistas. Si, inclusive, este tipo de modelo pedagógico artístico, que potencia la creatividad, la innovación y el desarrollo, está pensado para una mayor competitividad en un escenario mundializado y en la posible inserción laboral de los futuros artistas, estos terminan recibiendo una bofetada porque en el mundo del arte contemporáneo, nos guste o no, priman otros factores: el arte es pensamiento o una particular forma de posicionar mediante lenguajes no escritos un pensamiento. Ese choque cultural lo reciben cuando llegan a las universidades, donde el arte lo enseñan los artistas, contemporáneos en su mayoría.
Así, los estudiantes superiores de artes tienen que partir de cero, o casi desde cero dependiendo donde se hayan educado con anterioridad, y no es arbitrario que en los distintos programas universitarios nos encontremos con cátedras de color, forma, volumen o dibujo. ¿En carreras como ingeniería se enseña a sumar, a restar y a dividir o en medicina se enseña lo que es una célula como conocimientos básicos de una disciplina? Creo que si se llegara con esa pregunta a distintas facultades me tomarían por loco. Y ojo, que solamente me estoy refiriendo a la enseñanza de artes visuales, porque si lo ampliamos al resto de las artes el panorama, me atrevo a pensar, es igual de desolador.
La enseñanza de artes debería ser transversal a toda la sociedad. Desde los conciertos a las exposiciones. Es la única manera de crear una sociedad inclusiva y sin las brechas con las que nos enfrentamos día a día. El problema radica en que la formación de los especialistas que tengan una mirada sobre el mundo y que sepan dialogar con él desde una práctica artística están siendo formados pobremente y se les ha derivado a ser meros entretenedores de día domingo, como una forma de liberación ilusoria del régimen de trabajo.
Pero el arte, cuando se toma como una actividad en serio, puede ser peligroso y transformar las visiones que tenemos sobre el mundo. Sea la música, las artes visuales, el cine, la danza, el teatro y sus distintas articulaciones. Que el arte sea peligroso es un reto. Que el arte sea peligroso por mover los cimientos de nuestra sociedad y de nosotros mismos es tarea educativa, porque activa las capacidades criticas de cada individuo. Solamente de esta forma nos podremos ver las caras y pensar nuevamente un destino en común.
Por Pablo Berríos González
El Ciudadano
[1] Rojas, Sergio. Las obras y sus relatos. Santiago: Ediciones Universidad ARCIS, 2004, pág. 37, nota 4.
[2] VV. AA. Del taller a las aulas. La institución moderna del arte en Chile (1797-1910). Santiago: Departamento de teoría de las artes, Universidad de Chile, 2009 y VV. AA. La construcción de lo contemporaneo. La institución moderna del arte en Chile (1910-1947) de próxima publicación.