Escribo como un espectador y asistente regular al Museo Nacional de Bellas Artes. No puedo, por tanto, entregar antecedentes ni menos emitir juicios respecto de la situación por la que pasa hoy su director Roberto Farriol y el equipo que allí se desempeña.
Sin embargo, no puedo no dejar de expresar algunos de mis pareceres respecto del funcionamiento regular de tal institución y con las que me he encontrado, en cuanto usuario de sus dependencias. Pareceres que no siempre son considerados al momento de hacer evaluaciones en medio de alguna crisis, la que suele nublar, al menos momentáneamente, aquellos vericuetos de la cotidianidad, en cuyos ejes se construye la vida de todos los días.
Vericuetos de rutina que son a veces más decidores que las grandes ideas o los densos enfrentamientos personales, que comprometen tanto a los funcionarios de una institución cualquiera, como a quienes los dirigen en algún momento.
Soy parte del público, es decir, formo parte de aquella dimensión que casi nunca es considerada en términos de estudios o investigaciones y que constituye un eslabón imprescindible de toda actividad cultural.
En ese sentido, se debe siempre tener en cuenta que lo que llamamos público no funciona simplemente como parte de una red de extensión artística, sino que con él se completa un ciclo hecho de diálogo y compenetración. Sin los espectadores y las audiencias, pues, todo resulta un asunto trunco. En especial cuando se trata de una institucionalidad cuyo propósito mayor es justamente resguardar, atesorar y exhibir un patrimonio, creando así no solo las condiciones para el libre juego de las experiencias estéticas, sino en lo fundamental para promover y generar las personalidades dispuestas a experimentar lo que allí se muestra.
Tampoco se debe olvidar que el público o los públicos están compuestos igualmente por aquellos que se sirven de las otras tantas instancias de una entidad como el Museo Nacional de Bellas Artes. Me refiero a los investigadores, estudiantes o toda persona que requiera una opinión profesional o la realización de alguna gestión que es competencia de esta entidad del Estado.
Me ha parecido, luego, que el Museo Nacional de Bellas Artes bajo la actual dirección ha cumplido su tarea, dentro de los márgenes que ello es posible en un país como el nuestro. Una sociedad en donde abundan, menos los proyectos, que las proyecciones.
¿Que el Museo Nacional de Bellas Artes podría ser una verdadera réplica del Petit Palais de París? Por supuesto que podría serlo. Pero para eso tendríamos que tener aquel presupuesto, al tiempo que tendríamos que preguntarnos si queremos ser aquella réplica, conformándonos con ser una mueca retorcida de un lugar lleno de dinero.
Sin ser entonces la copia de un gran museo europeo, este ha sido un espacio que ha contado en todo momento con un personal amable, profesional y dispuesto a cumplir su tarea de la mejor manera. Las personas de las boleterías, los guardias, las secretarias, las curadoras, los encargados de las restauraciones y aquellos que realizan labores administrativas y de gestión se han comportado siempre como funcionarios deferentes y profesionales.
Hace poco tiempo me tocó hacer el trámite en relación a la salida de unas pinturas hacia el extranjero y pude comprobar lo afable y bien ponderado de tal tramitación, consecuencia, obviamente, de las personas encargadas.
Aquella vez pude percibir -siempre, evidentemente desde el lugar de alguien que está allí de paso- que esas personas trabajan ahora en lugares mejor dispuestos que los que me tocó conocer en otra época. Se nota allí una preocupación por esos espacios, por su funcionalidad y diseño. Siempre, y quizá nunca estará demás repetirlo, dentro de los márgenes que el Estado Chileno designa e invierte para el funcionamiento de la cultura especializada.
Ahora bien, ¿poco importa la carta que un grupo de funcionarios hizo pública en favor de Farriol, en donde se destacaban ciertas personalidades que sí habían contribuido a la disfuncionalidad del Museo Nacional de Bellas Artes? Creo que importa y mucho, toda vez que ellos son parte de la regularidad de una institución que nos pertenece a todos. Sin ellos nada es posible, por mucho que reivindiquemos las grandes ideas, los ansiados contactos internacionales o las grandes exposiciones que queremos y que no podemos tener.
Hoy ese mismo grupo de funcionarios ha colgado un lienzo en el frontis del propio Museo, añadiendo a otros (de 22 a 30) que apoyan al director más allá de las pequeñas notas de prensa que insisten en las razones que se han esgrimido para pedirle su renuncia. Notas, digámoslo, que se ven enmarcadas por las imágenes de las eventuales figuras de la cultura, cuyos nombres, como suele decirse, suenan como posibles reemplazantes del actual director. Especulaciones intuitivas, como alguien lo habría señalado por ahí, dejando la idea de que esto es un asunto de clarividencia y no de concurso público.
Otro tanto se puede decir de la Biblioteca del Museo, en donde en más de una ocasión me ha tocado trabajar. Esta ha sido remodelada, iluminada, ordenada y colocada, siempre dentro de las limitaciones que vivimos como país. Esta cuenta con redes de conexión, espacio, y un ordenamiento de sus libros, archivos y demás documentos, que tampoco existían de esta forma en otro momento.
También asistí al teatro en las mismas dependencias el Museo. Vi y fui parte de las presentaciones del Festival La Rebelión de los Muñecos; un encuentro digno de destacar, que no siempre contó con la evaluación que se merecía en términos de crítica massmediática. Lo que no significa que no fuera un evento de éxito de público. Tengo entendido que ese grupo de artistas y a propósito de los problemas suscitados en estos moemntos, le ha agradecido a Roberto Farriol, la oportunidad sostenida en el tiempo en relación a ese trabajo de producción creativa.
¿Y qué hay de las exposiciones de los años en que Roberto Farriol ha estado como director? Aciertos más, aciertos menos, estas han sido siempre un aporte a la cultura de Chile. Novedosa e importante me pareció la exposición Arte en Chile: Tres miradas, por los entrecruces y trasvasijes respecto tanto de obras que no estamos acostumbrados a ver regularmente, como de otras que no admiramos por lo común en un contexto de lecturas anacrónicas y creativas.
¿Qué su gestión no pasará a la historia, como alguien señaló por ahí en nuestra escuálida prensa? Pues, esa es una frase superlativa que suena bien, pero que es resbaladiza. Si la gestión de alguien pasa a la historia no lo sabremos nosotros ahora, sin perjuicio de que quizá no a todos les interese tal trascendencia, que casi siempre resulta ser la imagen de un maniquí bien entallado con los oropeles de las mediocres lecciones escolares y las marchas fúnebres o militares.
Igualmente soy visitante asiduo del Museo de Arte Contemporáneo y ahora puedo transitar entre sus exposiciones y los espacios del Museo Nacional de Bellas Artes, ya que se abrió un pasillo que estuvo aparentemente en los orígenes de ambos edificios. Quedó bonito ese lugar, adornado con pegatinas gigantes, que entretiene y nos hace mirar parte de la arquitectura interior del edificio, que por aquí se convierte en algo compartido. Todo blanco, todo inmaculado, como lo pensó la Cultura Clásica del siglo XVIII europeo, que vació la arquitectura y la cultura de los contrastes cromáticos en nombre del buen gusto. Si el gusto, aquella noción, que como ninguna otra, nos sitúa socialmente.
También el Museo luce burgués y reluciente por fuera. Se le ha limpiado y restaurado su escalinata de acceso, y se mantiene, por tanto, como lugar de exhibición, no solo por lo que se encuentra en su interior, sino también por el hecho mismo de ser lo que es.
¿Tiene problemas el Museo Nacional de Bellas Artes? Por supuesto e imagino que muchos. Pero ello no es más que una especie de profecía autocumplida. Si hemos vivido durante décadas la denostación y el desprestigio del Estado, ¿qué otra cosa se puede esperar de su escuálido deambular que incluye evidentemente a la cultura?
Así es que Roberto Farriol, como tantos directores y directoras de la alta gestión pública, ha tenido que vérselas con la administración del subdesarrollo por lo que algunas de las críticas que se le hacen resultan a todas luces distorsionadas al no considerar las reales condiciones en las que se desenvuelve su tarea.
En fin, si voy más abajo puedo dar cuenta de la remodelación que sufrieron los servicios higiénicos del Museo. Estos están limpios, higienizados, bien iluminados. ¿Un asunto menor? Depende de las necesidades de cada cual.
Agradezco como público la gestión de Roberto Farriol y el trabajo cotidiano de todos los funcionarios y funcionarias del Museo Nacional de Bellas Artes. Por su entrega y sobre todo por la valentía en su gerencia.
Patricio Rodríguez-Plaza
Profesor Facultad de Artes
Pontificia Universidad Católica de Chile