El desierto de Atacama es uno de los más antiguos y áridos del mundo, pero hace miles de años este paisaje, que asombra por su parecido con el planeta Marte, albergaba numerosos oasis y ecosistemas con plantas y animales que desaparecieron tras una serie de cambios climáticos. Sin embargo, la sobreexplotación de sus recursos hídricos, junto a fenómenos actuales como el cambio climático global, amenazan nuevamente la estabilidad de esta zona, lo que ha motivado la publicación del Acta de Tarapacá, el llamado de un grupo interdisciplinario de investigadores sobre la urgencia de resguardar el agua en este emblemático lugar del norte de Chile.
“El nivel de extracción supera, en orden y magnitud, la capacidad de recuperación de las fuentes hídricas. Por ello, en el Acta de Tarapacá abogamos a que el agua del desierto debe tratarse como un recurso no renovable”, afirma Claudio Latorre, científico del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), académico de la Universidad Católica y uno de los autores de la declaración que fue publicada el pasado miércoles en el editorial de Chungara Revista de Antropología Chilena.
Los especialistas coinciden en que las tasas actuales de extracción de agua para fines industriales, rurales, urbanos y domésticos son insostenibles, en especial si consideramos que las fuentes hídricas en el desierto de Atacama se restringen a napas subterráneas con aguas fósiles, acumuladas durante milenios en las zonas altas del desierto, y a escorrentías superficiales provenientes de lluvias estacionales e intermitentes de la cordillera de los Andes.
Para hacerse una idea, la última sobrecarga hídrica significativa ocurrió entre 17.000 y 10.000 años atrás, cuando las condiciones climáticas eran más húmedas en la región y las precipitaciones en las zonas altas eran dos a tres veces superiores a las actuales.
Un caso preocupante es el de las napas subterráneas en la Pampa del Tamarugal, las cuales han disminuido varios centenares de metros en los últimos decenios debido a la sobreexplotación. A esto se suma un efecto colateral del cambio global, como es la falta de precipitaciones en la zona andina. Latorre explica que “los acuíferos más grandes del norte grande, como el de la Pampa del Tamarugal, se recargaron con agua entre periodos glaciales e interglaciales, es decir, a escala de cientos de milenios. Podríamos esperar una próxima recarga para comienzos del próximo interglacial, en 120 mil años más.”
A esto se suma la desecación o contaminación de humedales, bofedales, salares, oasis, acuíferos, entre otros, lo que traería consigo un aumento en la toxicidad de las aguas de escorrentías, así como el empobrecimiento y potencial destrucción de los ecosistemas. Además, las especies nativas y endémicas enfrentan una amenaza constante por la devastación de sus hábitats, como es el caso de los flamencos o el tamarugo, árbol único de Chile que estuvo a punto de desaparecer por la deforestación en la época de las salitreras, y que, pese a haberse recuperado luego de que se implementaran programas de reforestación, hoy vuelve a estar en jaque por la utilización irracional de agua.
“En el corto plazo vamos a ver la pérdida de ecosistemas completos. El tamarugo es como el canario del minero, sus raíces alcanzan las napas pero, a medida que los humanos sacamos agua, esas napas bajan y los tamarugos se secan. En algunos lugares ya hay una mortalidad masiva de estos árboles. Obviamente el impacto no se limita a los acuíferos, también se extiende a toda la precordillera y cordillera de los Andes. Las grandes operaciones mineras han secado bofedales completos en lugares como el salar del Huasco”, agrega el investigador.
Si consideramos el contexto del cambio climático, los modelos predictivos muestran una intensificación del flujo de vientos desde el oeste en altura, lo que impediría el ingreso de lluvias al altiplano con la consecuente reducción de las precipitaciones anuales de hasta un 30% para el año 2100. Si bien los modelos muestran probabilidades, la información que entregan es valiosa para vislumbrar los distintos escenarios que podrían ocurrir.
Visión antropocéntrica
El desierto de Atacama no solo posee ecosistemas únicos: también es fundamental para las comunidades locales y sus modos de vida tradicionales, así como para la industria minera o de energías renovables no convencionales (ERNC). No obstante, hace más de 3.000 años las innovaciones tecnológicas introducidas en la zona se han enfocado casi exclusivamente en aumentar las capacidades extractivas de los recursos hídricos, lo que se ha exacerbado en el último tiempo. Esta visión antropocéntrica también reviste un riesgo al provocar conflictos socioambientales.
Si todo permanece igual, se desencadenaría el abandono de territorios rurales, la sobrepoblación de las áreas urbanas y la marginalización de las comunidades del norte del país, afectando de forma directa a más de un millón y medio de personas, alrededor del 9% de la población chilena.
Los autores del acta proponen que el Estado declare al agua como un derecho inalienable y un problema de prioridad nacional. También solicitan que se establezcan políticas públicas para un manejo eficiente y que incluya la extracción de fuentes de agua alternativas, como la condensación de camanchacas. Asimismo, llaman a promover la investigación, el desarrollo de tecnologías de alta sustentabilidad y una cultura hídrica para valorar y preservar este elemento.
“Es fundamental contar con políticas de manejo hídrico. Es inconcebible que en el norte grande no exista un sistema que aproveche, por ejemplo, las aguas grises con las que podrían regar jardines, en vez de usar aguas fósiles que tienen 20 mil años. El Acta de Tarapacá es una reflexión que apunta a evitar problemas graves para las futuras generaciones”, concluye Latorre.
Recordemos que el pasado 4 de junio se lanzó en una ceremonia el «Acta de Tarapacá», manifiesto al que se adscribieron 18 premios nacionales y que fue preparado por investigadores de la Universidad de Tarapacá, Universidad de Chile, Universidad Alberto Hurtado, The Pennsylvania State University, Pontificia Universidad Católica de Chile, LINCGlobal, Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), Center for Climate and Resilience Research (CR)2, Universidad de Concepción, Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA), entre otros.