En lo que va del año, alrededor de 2.750 mujeres indígenas han «desaparecido» en Estados Unidos, mientras en 2017 los registros oficiales informaron que 5.700 mujeres fueron reportadas como perdidas.
Annita Lucchesi, una indígena que sufrió abuso sexual, ha denunciado junto a otros activistas que los datos sobre las desapariciones no son «confiables», ya que muchas familias no se atreven a denunciar por miedo a las autoridades. Por ello, temen que las cifras pueden ser mayores.
“Es muy raro que sean halladas con vida o halladas en sí. La mayoría son homicidios, pero también hay casos de tráfico” de personas, explicó Lucchesi.
Al respecto, cuatro de cada cinco mujeres indígenas -más de 1,5 millones- han sido víctimas de violencia, según un estudio del Instituto Nacional de Justicia, la agencia de investigación del Departamento de Justicia, publicado en 2010.
Igualmente, una de cada tres ha sido violada, más del doble que la tasa de mujeres blancas, mientras la tasa de homicidios de mujeres indígenas es 10 veces superior al promedio nacional. Según el instituto, los responsables -la mayoría de las veces, hombres blancos- son por lo general las parejas de las víctimas.
Ausencia de autoridad
El texto advierte también que la policía de la tribu carece de entrenamiento y recursos para cubrir vastas áreas, sin contar que no tiene autoridad para aprehender a cualquier no-indígena que haya cometido un crimen en sus tierras.
A las fuerzas del orden les toma mucho tiempo para intervenir. Se les acusa de ignorar muchos casos y cuando los toman, han pasado meses y se ha dañado la evidencia.
El problema ha tomado tanta importancia en el país que el Senado promovió el 5 de mayo como el Día Nacional de Concientización sobre Mujeres Indígenas Desaparecidas y Asesinadas.
Por citar solo algunos ejemplos, Ishley Loring, miembro de la tribu Blackfeet en Montana, está desaparecida desde hace un año; Ieesha Nightpipe, de los Rosebud Sioux de Arizona, un año y medio; y Leona Kinsey, casi dos décadas.