Todos los martes y jueves, el colectivo «Deportados Unidos en la Lucha» acude a la puerta «N» del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para ayudar en su proceso de reinserción a miles de personas deportadas desde Estados Unidos, que se quedaron sin familia y empleo.
Tan solo en el primer semestre de 2018 atravesaron esa puerta más de ocho mil mexicanos deportados. Muchos de ellos fueron recibidos por un grupo de cinco activistas del colectivo creado en diciembre de 2016 en la capital mexicana.
Estos voluntarios le ofrecen a sus paisanos desde una llamada telefónica para contactar a sus familiares, hasta asesorías sobre cómo optar por los programas gubernamentales para la búsqueda de empleo; y hasta en algunos casos, una cama y un techo durante un par de días en un pequeño albergue.
“Una deportación es algo muy duro de asimilar, pero es más humillante cuando vienes en ese avión y ves que Estados Unidos, el país por el que apostaste todo, y donde dejas a tu familia, te expulsa con un costal de harina para tus pertenencias”,relata Adán, un mexicano de 46 años, que atravesó esta misma situación hace año y medio, y que hoy forma parte del colectivo.
En declaraciones ofrecidas a Animal Político, relata que al llegar a México se encontró un panorama desolador. No había nadie para recibirlo. Nadie que le ofreciera apoyo psicológico, una llamada telefónica, asesoría laboral, ni la mínima orientación para llegar siquiera a la estación del metro más cercana.
Por ello, junto a la activista Ana Laura López y otros voluntarios del colectivo, tomó la decisión de acudir todos los martes y jueves a la puerta «N» para apoyar con lo que esté a su alcance.
Algunas veces, reparten un puñado de trípticos informativos o brindan unas palabras de aliento para que sepan que “no están solos”. Y otras, cuando se puede, contribuyen con dinero para comprar un boleto de autobús, o cambiando mochilas por los costales, con el objetivo de “dignificar” un proceso tan doloroso como la deportación.
«Trump me rompió la vida»
Las estadísticas oficiales de México revelan que durante el primer semestre de 2018 un total de 190.296 mexicanos han sido deportados de Estados Unidos.
“En el ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos) nos tratan como criminales”, denuncia, Yair, un joven de 23 años al llegar a México. En el avión te sientes triste y avergonzado -añade-. Te dan este costal y te traen esposado, como si fueras un delincuente”.
Juan, que tiene 56 años y las manos agrietadas de colocar ladrillos en Estados Unidos, no para de negar con la cabeza. Su deportación es por los próximos diez años y teme que nunca pueda regresar al país donde dejó a su esposa y sus dos hijas.
Estoy devastado –murmura aguantando las lágrimas-. «No sé qué voy a hacer. Trump me rompió la vida”, dijo, citado en el artículo de Animal Político.
Deportados, pero no derrotados
“Deportado, pero no derrotado” es uno de los lemas del colectivo, y se refiere a la necesidad de recuperar la autoestima de la persona, para que pueda construir un futuro en México.
“Conseguir empleo es otro gran problema. Porque muchos de los migrantes deportados tienen por arriba de los 35 años, y eso en México es un obstáculo mucho más grande que en Estados Unidos. Además, muchos vienen de la construcción y la jardinería. Empleos que allá son comunes y están bien pagados, pero en México no tanto”, plantea la activista e integrante del colectivo, Ana Laura López
Por ello, «Deportados Unidos en la Lucha» también ofrece una labor de acompañamiento en el ámbito laboral. Los voluntarios le indican a los deportados qué documentación necesitan para poder acceder al subsidio de desempleo e inscribirse en la bolsa de trabajo
“Nos enfocamos mucho en ayudarlos a encontrar un empleo. No son grandes chambas, pero por algo hay que reiniciar”, explica López, quien también recalca que, a pesar de que sí existen programas de Gobierno para apoyar a los migrantes mexicanos, las políticas públicas actuales no son suficientes.
Otra de las actividades del colectivo es vender bolsas con dulces por las calles de la ciudad, donde le cuentan a la gente cómo es la vida de un migrante.
Sin embargo esta labor genera reacciones diversas. Hay algunos “que se sorprenden” al saber que los migrantes fueron separados de sus familias, con la prohibición de poder regresar a Estados Unidos, mientras otros les reclaman haber emigrado.
“Todavía muchas personas no entienden que empezamos de cero. Que un día te detienen, te deportan, y que llegas a México con un maldito costal y ya no tienes nada de lo que era tu vida”, plantea López.