La Iglesia católica se halla ante una crisis institucional y de credibilidad sin precedentes, después de que un ex alto cargo vaticano haya pedido públicamente al papa Francisco que dimita de su puesto, tras haberle acusado de conocer la existencia de los abusos sexuales cometidos por un cardenal estadounidense.
El exnuncio (exembajador) del Vaticano en Washington entre 2011 y 2016, el arzobispo Carlo Maria Viganò, ha difundido una carta-testimonio de 11 folios de extensión en la que afirma que le dijo al papa en junio de 2013, tres meses después de ser elegido, que el cardenal Theodor McCarrick había «corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes». McCarrick está a la espera de ser juzgado por un tribunal canónico después de que las investigaciones preliminares confirmaran que las acusaciones, que se remontan a hace casi 50 años cuando ejercía como cura en la archidiócesis de Nueva York, son «creíbles».
Viganò forma parte de un grupo de autoridades eclesiásticas ultraconservadoras que siente animadversión por el sumo pontífice y su inclinación hacia las reformas dogmáticas. El «comandante» de este grupo tradicionalista disidente es el cardenal Raymond Burke, opuesto furibundamente a la homosexualidad y a los matrimonios entre personas del mismo sexo. En 2014 Burke ya declaró que «existe la fuerte sensación de que la Iglesia es como un barco sin timón». Y posteriormente, en 2016, se atrevió a dudar si la exhortación apostólica sobre la familia escrita por el papa y titulada «Amoris Laetitia» (La Alegría del Amor, en latín) estaba en consonancia o no con la moral católica, en especial el tratamiento a los divorciados y vueltos a casar.
El exembajador vaticano ha aprovechado los numerosos casos de pedofilia que implican a sacerdotes y obispos para calificar de práctica mafiosa el muro de silencio u omertà que ha protegido a los acusados, una actitud que «corre el riesgo de hacer aparecer a la Iglesia como un secta». También ha arremetido frontalmente contra los tres últimos secretarios de Estado vaticanos, los cardenales Angelo Sodano, Tarcisio Bertone y Pietro Parolin. A Bertone le ha culpado de «favorecer la promoción de homosexuales en posiciones de responsabilidad».
Al final del escrito, en el que no aporta pruebas ni documentación, el arzobispo Viganò lanza una bomba de relojería. «Francisco está abdicando del mandato que Cristo dio a Pedro de confirmar a sus hermanos. Es más, con su acción los ha dividido, los induce a error, anima a los lobos a seguir destrozando a las ovejas de la grey de Cristo. En este momento extremamente dramático para la Iglesia universal tiene que reconocer sus errores y, en coherencia con el proclamado principio de tolerancia cero, el Papa Francisco tiene que ser el primero en dar ejemplo a los cardenales y obispos que han encubierto los abusos de McCarrick y tiene que dimitir con todos ellos», escribe.
El gran escándalo de la pedofilia ha carcomido las bases de la Iglesia Católica en regiones muy concretas del planeta, especialmente en Irlanda y en Nueva Inglaterra. En esos dos lugares se concentraron las acusaciones, ocultas durante lustros, de que cientos de menores de edad sufrieron abusos sexuales a manos de clérigos y obispos, lo que ha mermado o borrado la confianza de miles de fieles en la Iglesia católica. Un informe al respecto elaborado por el Tribunal Supremo de Pensilvania pone los pelos de punta pues recoge detalles nauseabundos al relatar las violaciones y otros ataques a más de 1.000 niños y niñas por más de 300 sacerdotes en seis diócesis de ese estado norteamericano desde 1947. Por desgracia, muchos de estos crímenes han prescrito por el paso de los años. Recientemente han aflorado casos similares en Chile y Australia.
El papa de origen argentino no quiso entrar a valorar las durísimas acusaciones de Viganò, desveladas precisamente cuando se encontraba de visita en Irlanda. Se limitó a decir a los periodistas que le acompañaban de vuelta a Roma lo siguiente: «No diré una palabra sobre esto. Creo que el comunicado [la carta-testimonio] habla por sí mismo. Ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar sus propias conclusiones. Es un acto de fe. Cuando haya pasado el tiempo y ustedes tengan las conclusiones, quizá hable más. Pero quiero que su madurez profesional haga este trabajo».
Francisco ha tildado de «crímenes repugnantes» todos estos comportamientos, ha pedido perdón por las veces que la Iglesia no supo estar al lado de las víctimas en el momento adecuado y se ha solidarizado con las personas supervivientes, reuniéndose con algunas de ellas. Hace pocos días, difundió una inusual carta dirigida «al pueblo de Dios» donde reconocía y condenaba, «con pena y vergüenza, las atrocidades perpetradas por personas consagradas», y prometía tolerancia cero y sanciones, aunque no precisaba cuáles serían. A algunas de las víctimas y sus representantes este gesto les ha sabido a poco y demandan medidas concretas, como difundir una lista completa de todos aquellos clérigos condenados por la ley canónica del abuso, para que los niños y sus familias puedan sentirse más seguros.
La misiva de Viganò, un arzobispo propenso a la intrigas, refleja hasta qué grado ha llegado el desafío al Papa dentro del sector eclesiástico conservador en Roma, pues pide incluso su renuncia al cargo.
Al margen de las sucias peleas que se están produciendo en el seno de la curia —el conjunto de organismos y personas, religiosos y laicos, que colaboran en Roma con el papa en la administración y el gobierno de la Iglesia católica—, urge aclarar las graves imputaciones que se han vertido. Es crucial que se lleve a cabo una diligente investigación, en aras del principio de transparencia, pues están en peligro la reputación de Francisco, y los valores y propuestas que él defiende, como la libertad de espíritu o la desburocratización.
Las palabras son precisas, pero deben ir acompañadas de hechos. Crecen las voces entre los 1.200 millones de católicos repartidos por todo el mundo que ven la necesidad de convocar un concilio –reunión de obispos y otras autoridades eclesiásticas— para modernizar la institución milenaria, acometiendo reformas de calado, como la abolición del celibato obligatorio para los curas o la entrada de la mujer en el sacerdocio. Esos dos cambios extremadamente delicados y complejos podrían ayudar a superar la actual crisis de la Iglesia católica que no es sólo institucional sino también secular.
Francisco Herranz
https://www.elciudadano.cl/chile/puerto-montt-iglesia-dice-que-no-sabe-donde-estan-los-denunciados-por-abusos-sexuales-en-la-zona/08/26/
https://www.elciudadano.cl/iglesias-y-religiones/el-vaticano-acomoda-discurso-del-papa-sobre-homosexualidad-y-quita-la-palabra-psiquiatra-del-texto-oficial/08/28/