Un paraje con construcciones que datan de la época colonial y que suman casi 300 años de existencia, mantienen vivo el sueño de convertir a Puerto Cabello, ciudad porteña ubicada a 211 kilómetros de Caracas, en la “Cartagena venezolana».
Las antiguas edificaciones están enclavadas en el centro histórico de esta ciudad de sol esplendoroso. Las casonas, localizadas en la calle Los Lanceros, fueron declaradas Patrimonio Cultural de Venezuela y han pasado por complejos y delicados procesos de restauración. Están abiertas al público como posadas para el disfrute de visitantes propios y foráneos.
Cada edificación tiene su estilo. En ellas es común encontrar obras de “Niño Bonito”, el célebre pintor de la localidad de Patanemo, que destacan por sus vibrantes colores.
La belleza de estos vetustos caserones se ha transformado en el bastión del turismo en la ciudad portuaria, cuyos habitantes y trabajadores del sector turismo anhelan convertirla en un centro que atraiga a miles de turistas, como ocurre en Cartagena de Indias, Colombia, una referencia cercana que los inspira, por ser una ciudad caribeña con historia y arquitectura que deslumbra.
Para lograr este sueño, Puerto Cabello cuenta con infinidad de atractivos: la serenidad de las aguas en Isla Larga, la inmensidad de la bahía de Patanemo y las montañas del Parque Nacional San Esteban.
Igualmente ofrece los encantos del cercano pueblo de Borburata, el misterio del Santuario del Santo Cristo de la Salud, ubicado frente a una enorme plaza que se divide en varias secciones, así como las caminatas por la montaña hacia el pozo El Encantado.
Puerto Cabello es uno de los dos muelles venezolanos de mayor importancia económica e histórica. Se estableció a mediados del siglo XVI, debido a su ubicación estratégica que permitía la llegada a tierra firme de flotas enteras de la armada española.
Se convirtió durante la colonización en un punto importante para el comercio, por considerarse uno de los mejores puertos del nuevo mundo: desde allí salía el cacao, el café, el algodón y el índigo a las islas holandesas.
De la época se puede disfrutar del malecón, dónde se observa el mar, además del imponente Fortín de San Felipe, también conocido como el Castillo del Libertador, refugio de la ciudad en el período colonial, que la resguardaba de los piratas que la acechaban constantemente.
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