“Estamos frente a un verdadero conflicto frontal sobre las grandes corporaciones transnacionales y los Estados. Éstos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales, políticas, económicas y militares, por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado, y que en la suma de sus actividades, no responden ni están fiscalizadas por ningún parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo.
En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada. Las grandes empresas transnacionales no solo atentan contra los intereses genuinos de los países en desarrollo, sino que en su acción avasalladora e incontrolada, será también en los países industrializados donde se asienta”.
Estas fueron parte de las palabras pronunciadas por Salvador Allende Gossens ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, en 1972. Cuarenta años después, cuando el poder económico ha impuesto una lógica de desarrollo que sacrifica a los seres humanos en aras de enriquecer a unas élites, sus anuncios cobran una vigencia que avergüenza.
Cuando el país es gobernado por uno de los hombres más ricos de la Tierra, lo cual “es asqueroso” cuando aún hay gente que no tiene qué comer, como dice nuestro entrevistado Daniel Muñoz en las primeras páginas de esta edición, se demuestra que hay una forma de ver y asumir el desarrollo que desconoce a los seres humanos y a sus necesidades para la toma de decisiones.
Una billetera llena es más importante que el bienestar de una ciudadanía que trabaja en condiciones precarias, que no tiene acceso a educación de calidad, sino por estratos –depende del nivel en que se encuentre es el grado educativo al que puede acceder-. Un país en el que la salud está supeditada a la lógica de las sumas y las restas, en que los y las médicos atienden de mala gana y ponen en constante riesgo a sus pacientes en atenciones de cubículo que no duran más de 10 minutos.
Un país pobre que no hace inversión social está enfrentado a un problema que debe resolver, pero un país rico, como se precia Chile de ser, que no invierte en el bienestar de su gente, es una vergüenza, sobre todo cuando una inmensa minoría, inferior al 1%, concentra la gran mayoría de sus riquezas, y otro inmenso trozo de la torta se la llevan las grandes corporaciones transnacionales –tanto en la minería como en la banca o en los más diversos sectores de la industria-.
Para la muestra otro botón: “Ya el Congreso promulgó la Ley de Regulación de la Pesca de Investigación (Ley 20.560), que entró en vigencia el 3 de enero de 2012. Para el gobierno de Sebastián Piñera la devastación de la sardina austral, que afectará a unas 10 mil familias en Puerto Montt, Chiloé, Aysén y Punta Arenas, es solo un detalle”, como lo señala el reportaje que llevamos en nuestras páginas. Siete familias que ya se han enriquecido, lo siguen haciendo a costa de devastar el mar y de arrasar con la forma de vida centenaria de las comunidades que han habitado históricamente el borde costero de Chile. El poder del dinero. La sed del billete puede más que la vida, o miles de vidas.
Del mismo modo, a escasos kilómetros hacia la cordillera, en el Cajón del Maipo, una central de paso de la compañía transnacional AES Gener, proyecto aprobado de manera mañosa, acabará con el río Maipo, mismo que ha sido testigo de cientos de paseos y lugar de visita para los santiaguinos y las comunidades aledañas. Abusos, tráficos de influencias, más dinero, menos dignidad, son los pormenores que rodean la evaluación de impacto ambiental que avaló la autoridad de Gobierno (in)competente en este caso, que viene a ser un nuevo ejemplo de cómo el medio ambiente es otro detalle que no se considera a la hora de pensar en el país que queremos. Nos remiten al país que nos imponen.
Pero hay una esperanza que se levanta, que llega con Aysén y la dignidad de un pueblo organizado y que se rebela ante la avaricia, y que se prende desde los territorios, en las regiones, en las ciudades y localidades donde la tenacidad y el convencimiento de la razón y el corazón ha levantado ejemplos que se esparcen por todo el país, asambleas ciudadanas, movimientos ambientales, organizaciones estudiantiles que responden que no están dispuestas a seguir siendo los conejillos de indias de un sistema que asesina a la Madre Tierra, que sacrifica a sus gentes con el único objetivo de obtener más ceros en sus cuentas bancarias.
Hay una fuerza que crece desde las regiones, que se ha contagiado de los logros del movimiento estudiantil, de las conquistas en la calle en Magallanes, de la dignidad de una ciudadanía enardecida en Aysén, que han demostrado que es posible. Que nos cansamos, que ya no aguantamos más este sistema opresor -tanto o peor que la dictadura por lo soslayado y cínico-, que golpea a nuestros y nuestras jóvenes en las calles cuando salen a exigir lo que debería ser un derecho.
Hay una muestra de dignidad que reclama organización y unidad. Hay un grito social que debe ser escuchado para someter al poderoso a los mandatos de la ciudadanía. Hay que saber, hay que enterarse, no da igual quién esté en el Gobierno. No da lo mismo si es un empresario. No tendremos que trabajar igual si se cambia esta institucionalidad injusta y demagógica. Tendremos que trabajar mejor, menos, y más felices.
Ese grito es una oportunidad. La que estábamos esperando desde la época de la dictadura, para restablecer un orden social construido en conjunto, que se nutre de cada saber, de cada demanda por igualdad de derechos y de oportunidades. Un Chile en que el chancho se pele bien, en que la torta se reparta mejor, y en el que las personas importen más que una billetera llena.
Al Presidente Allende lo consideraron peligroso porque fue capaz de unir voluntades, de congregar, de adelantarse a un diagnóstico que ahora, cuando ya es una realidad ineludible, nos tiene con la mierda hasta el cuello. Fueron esas corporaciones, esas voluntades con cara de billete las que lo sacaron del poder y acabaron con el sueño de país que se comenzaba a construir. Cuarenta años más tarde, un nuevo fuego puede hacer que finalmente se abran las grandes alamedas, por donde un pueblo digno avance, construyendo una sociedad mejor.
El Ciudadano Nº122, primera quincena abril 2012