«NO» es el cuarto largometraje de ficción dirigido por Pablo Larraín Matte, el dueño de la productora Fábula, el hijo del senador UDI Hernán Larraín y de la ex Ministra de Vivienda del gobierno de Sebastián Piñera, Magdalena Matte. “NO” es la tercera película consecutiva en la que el director sitúa a sus personajes en escenarios de crisis políticas recientes. Antes fueron la Unidad Popular y el Golpe de Estado (En Tony Manero y Post Mortem). Esta vez el período elegido es el del plebiscito de 1988, en el que se enfrentaron las opciones SÍ y NO, y tras el cual la Concertación reemplazó en el poder a Augusto Pinochet.
En sus últimas tres películas, Pablo Larraín Matte se mete con la historia reciente de este país, con la memoria colectiva, con un pasado subjetivo, y lo reconstruye desde su óptica con imágenes comunes. ¿Pero cuál es su óptica? No lo tengo tan claro. Principalmente porque Pablo Larraín Matte es un director ambiguo, difícil de ubicar políticamente. Fijémonos en los detalles. Al comienzo de la cinta hay una nota en la que se lee sin eufemismos: “Golpe de Estado” y “Dictadura”, conceptos que el actual Gobierno intentó borrar sin suerte de los libros de historia hace algunos meses y que gracias a la férrea oposición de la opinión pública le fue imposible.
Pero en “NO” se omiten poblaciones y pobladores. Todo acontece en términos de representación. En comunas céntricas. La periferia y el mundo popular brillan por su ausencia y todo entra en terreno de slogans, jingles e imágenes cautivantes. Aquí, Larraín Matte muestra su perfil más conservador. Y su faceta más publicitaria. Si a eso le sumamos a Alfredo Castro y Pedro Peirano, la confusión es máxima. Es la crisis de identidad total. Por un lado, la del publicista que crea la franja del NO suprimiendo el dolor y estrujando la alegría para sacar del poder a Pinochet. Y por otro, la crisis de identidad del propio Pablo Larraín, quien se debate entre la publicidad y el cine, entre la derecha y la izquierda, entre ser un aristócrata en Chile y un cineasta político en el extranjero.
Pero ¿es realmente Pablo Larraín Matte un cineasta político? ¿Puede ser político un cine que no interpela a su entorno? ¿Puede ser político un cine que ocupa la historia como telón de fondo para sus ficciones mínimas? Y me surge otra pregunta. ¿Debe la ficción buscar la objetividad?… Como individuos y como espectadores debemos ser críticos, desconfiar de las imágenes que se nos muestran. Ya nos hemos acostumbrado a desconfiar de los noticieros, a leer entre líneas, a prestarle atención a lo que se dice y a lo que no, y a saber quién está detrás de tal o cual discurso, de tal o cual medio de comunicación. Pero de un tiempo a esta parte ha surgido en Chile un nuevo tipo de cine, que pretende pasar gato por liebre, que manosea la política, la utiliza y procura terminar en empate, igual que el binominal que nos legó el Gobierno del SÍ. Repito la pregunta. ¿Debe la ficción pretender la objetivad? ¿No es acaso un intento por reescribir la historia? La ficción –por definición- cuenta mentiras para decir la verdad. Y la historia y el periodismo cuentan verdades para decir mentiras.
Pienso en Machuca en La Frontera, en Violeta se fue a los cielos y me pregunto, ¿se está intentando reescribir la historia a través del cine chileno de ficción? Hollywood lleva décadas haciéndolo. Y con los índices de comprensión lectora por los suelos y el ejercicio del poder entre cuatro paredes no sería extraño un cambio de política gubernamental al respecto. Ya nadie lee, pero todos miran. Y la plata para las realizaciones las entrega el Estado. Es el modelo perfecto de exportación de imágenes país. Sin fisuras, donde las cúpulas dirigenciales entregan los fondos culturales a quienes no cuestionan su actuar y los dejan bien parados a nivel internacional, al más puro estilo de un funcionario público. El artista –tengo la impresión- debe estar para otras cosas.
Me llama la atención que a la avant premier de “NO” hayan asistido tres ex Presidentes de la República (todos de la Concertación) y que ninguno de ellos haya manifestado su molestia con la película. Incluso Aylwin actúa en ella. Pero Frei y Lagos nada. Ninguno se sintió ofendido. Y les pegaron palos, suavecitos, matizados, pero les pegaron. A Pinochet no es necesario pegarle pues cada día la prensa internacional se encarga de dejarlo como un ladrón, dictador y asesino bananero. Es la crisis de identidad del Chile actual, del país del experimento neoliberal de Milton Friedman cuarenta años después. El país que le importa más cómo lo ven afuera que la propia imagen que los chilenos tenemos de nosotros mismos y de nuestra historia.
Una ilusión, una propaganda, un slogan, un jingle, una cara nueva. Maquillaje insustancial. Ganó el NO pero en lugar de cambiar la constitución de Pinochet, la Concertación gobernó con ella y la legitimó. Ganó el NO pero la brecha entre ricos y pobres se mantiene como una de las más desiguales del mundo. Ganó el NO y los más destacados prohombres del nuevo régimen decidieron por nosotros que no era conveniente para el nuevo Chile crear un diario progresista que equiparara a la prensa del duopolio, con el argumento inverosímil de que el mercado se encargaría de regularlo todo. Ganó el NO y la educación, la salud, la previsión, las carreteras y los servicios básicos permanecen hasta el día de hoy en manos de privados que tienen endeudados y alienados a los chilenos.
Pablo Larraín estrena «NO» en el segundo año de gobierno de Sebastián Piñera, el primer gobierno de derecha en veinte años. La Concertación o lo que queda de ella se pelea por volver al poder en el 2014 independiente de quién los lidere. La ciudadanía toma palco para ver cómo su clase política se acuerda de ella solo cuando andan tras su voto. Entonces se estrena «NO», en el gobierno que autorizó un homenaje a Pinochet argumentando que en democracia todos tienen derecho a expresarse libremente. La historia -qué duda cabe- la escriben los vencedores. Y pese a que en 1988 haya ganado el «NO», en el 2012 las cosas no han cambiado tanto. La famosa alegría nunca llegó. Sí llegó un montón de bienes materiales, microondas, televisores y autos último modelo. Pero llegaron de la mano de las deudas, los créditos usureros, las colusiones de farmacias y retail, la televisión basura y una profunda chatura cultural que hoy nos tiene empobrecidos y extraviados espiritualmente.
Por Matías Sánchez
El Ciudadano