Quizá el anarquismo esté tan vigente hoy como en 1872, cuando en Saint-Imier se reunió la Internacional Antiautoritaria tras el descalabro de la Primera Internacional (1864) por la imposición marxista. Otra cosa es que las entidades anarquistas sean vaporosas debido a las circunstancias reinantes y/o debido a que el anarquismo ha penetrado, cual vientos alisios, todos los lares ideológicos. Ciertamente, hay una zona de convergencia entre los vientos libertarios y otros proyectos que nacen, se reproducen y salen o entran en la historia.
Ha habido, y hay, distintas formas de expresión anarquista, varias de las cuales están en las antípodas de lo que fue el movimiento desde aquel entonces. Algunos onanistas del nihilismo sostienen, por ejemplo, que Nietzsche era anarquista, como si descubrieran la Antártida. Y hasta el Borges argentino, condecorado por Pinochet, se tuvo por ácrata. Pero estas han sido excepciones como las ha habido en todas las buenas familias. Valle-Inclán, a su vez, usó a Bakunin como personaje de una de sus novelas; y Philip Roth en su novela La mancha humana hace que la esposa del protagonista sea hija de anarquistas judíos residenciados en los Estados Unidos, místicos de la cabeza a los pies, que engalanan su taller de artesanos con retratos de Sacco y Vanzetti aunque jamás leyeron, lo dice Roth, ni a Bakunin ni a Kropotkin.
Y quizá ésta sea la clave. Un marxista está casi obligado a chuparse, por lo menos, el “Manifiesto Comunista”. Otra cosa son “El Capital” o los “Grundrisse”, que hay que masticarlos como si se tratara de castañas. Pero la literatura anarquista, subversiva hasta los tuétanos, siempre estuvo dirigida al currante, fue la literatura escrita por autodidactas para autodidactas, para obreros, miserables y condenados de la tierra. Uno se lee La Conquista del Pan y termina en una columna guerrillera.
Tuvo siempre mala prensa el movimiento anarquista entre los académicos, los intelectuales y la prensa burguesa, faltaba más. Y hasta entre ciertos correligionarios. Por ejemplo, un viejo ácrata barcelonés, de aquellos que constituyeron la “Agrupación Faro”, que tuvieron sus declinaciones federalistas y desembocaron en la FAI, se marchó a la ciudad condal tan pronto murió el tirano. Ya allí se fue al sindicato y el secretario en funciones le dijo, no sé si en broma o en serio, que si iban a empezar a poner bombas, quizá por aquel himno que decía que
Arroja la bomba
que escupe metralla
coloca petardo
y empuña la star
Porque el anarquismo, o mejor, el movimiento anarquista, la cultura ácrata, en suma, ha sido siempre la cultura de los currantes, en todas las sociedades, de los laburantes, de los pata en el suelo. La cultura de los condenados de la tierra y de los excluidos de la sociedad y por la sociedad burguesa en todas sus gradaciones.
Y en la medida que las cosas sigan como van, en la medida que tantos y tantas vienen de regreso de la ilusión del bienestar burgués, en esa misma medida el anarquismo u otra cosa que siga sus principios y su forma de ser, volverá a constituir entidades fuertes, vigorosas que hagan, como decía el antiguo himno anarquista, retroceder al burgués.
Pues creo que sí, el anarquismo está muy vigente en esa zona de convergencia donde todas las ideas, como los vientos, fluyen y refluyen, donde no cesa de haber esperanzas.
Porque pasamos por unos tiempos en los cuales hay que restituir el sentido a las palabras. Decía una autora argentina reciente que los anarquistas nunca han sido como los presenta cierta moda patentada en yanquilandia, probablemente por gente interesada. Que siempre insistieron en el poder popular desde abajo, democrático, asambleario, ecologista y armado. Vaya. El poder de los que nunca han tenido poder. Bueno, más o menos.
Aparte de ácrata y comunista libertario soy optimista.
Un anarquista revolucionario
August 06, 2012
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