Pionero investigador chileno de la contracultura y del rock, Fabio Salas anuncia su retiro de la escritura con audífonos para darse por completo a la ficción narrativa. Con su nuevo libro, revisa el influjo femenino en el rock nacional, una temática poco estudiada y que busca impulsar nuevas investigaciones que ahonden en los temas que deja abiertos con esta publicación.
En el rock, de ser fanática y trofeo la mujer pasó a ser autora; no sin antes reafirmar los roles de género: Ellos crean y actúan, las mujeres reciben, como señalara Silvia Lamadrid en la presentación de “Mira Niñita: Creación y experiencia de rockeras chilenas”, libro recientemente editado por Ediciones Universidad Alberto Hurtado, casa de estudios donde Fabio Salas, su autor, se desempeña como docente hace varios años.
La génesis de su libro coincidió con las primeras versiones del festival Fem Fest, la aparición de nuevas solistas y el retorno de figuras como Sol Domínguez de Sol y Medianoche. Otra motivación, explica, fue que la historiografía nacional nunca ha estudiado la música hecha por mujeres y, aunque no es un experto en teoría de género, espera que su trabajo impulse otros que profundicen desde esos aspectos.
“Mira niñita…” se compone de un ensayo retrospectivo y luego reproduce las entrevistas a Denise (Aguaturbia), Sol Domínguez (En busca del tiempo perdido, Sol y Medianoche), Arlette Jequier (Fulano) y Claudia Sepúlveda (Sónica), quienes comentan sus experiencias, desde el punto de vista cultural, técnico y humano. Salas logra sacar anécdotas y elementos relevantes para el análisis. Hacia el final, breves semblanzas de artistas como Billie Holliday, Marianne Faithfull, Annie Haslam, entre otras grandes, completan el texto.
-¿Se puede hablar de un Rock Chileno Femenino (R.Ch.F.)?
–Hay referentes que son insoslayables y que tienen como denominador básico la presencia de una mujer, sin ella no hubieran sido lo que fueron. Lo otro es que se ha producido un cambio cultural, cuya arista más visible es la asimilación de la obra de Violeta Parra. Ella habló de la condición humana, y lo hizo como mujer. Hoy, hay una síntesis entre el rock, su visión crítica de la sociedad y su visión espiritual. Eso me parece relevante.
-¿Pero existe algo así como un ‘rock femenino’?
-Hay un rock femenino que no es orgánico ni frontal, pero existe como realidad cultural. Casi todas las rockeras que hoy están en la palestra, desde Camila Moreno a Ana Tijoux, tienen incorporado en su discurso una visión de mujeres, tal vez no militante, pero hablan desde esa condición, abordando los tópicos que, generacionalmente, están circunscritos a esa condición. Y eso, no ha sido estudiado.
-¿Podría explicarme la dedicatoria del libro: “A las rockeras de hoy, porque las de ayer nunca estuvieron o no supieron estar”?
-Que quede claro: Me refiero al público, no a las artistas. De hecho, el libro está hecho porque ellas existieron. Yo era adolescente en los ’70 y no había mujeres: o eran las chiquillas que bailaban ‘onda disco’ o eran chicas camufladas de su condición de izquierda, que escuchaban a Silvio (Rodríguez) y al Víctor (Jara), no había término medio. No teníamos interlocutoras ni compañeras rockeras. Ahora hay un gran contingente de rockeras que van a los conciertos por la música, antes no.
CLASES DE ROCK/ROCK DE CLASES
-Usted ha señalado dos líneas de desarrollo del R.Ch., separadas por la extracción de clase. ¿Cómo se expresa eso en el R.Ch.F.?
-Esa es una tesis que aparece desarrollada en “La Primavera Terrestre” (2003). Hay ciertos padrones estéticos del R.Ch. que tienen su denominación común en una extracción socioeconómica clara. Yo hablo de un rock de la clase trabajadora –que no significa ideologizado políticamente: Aguaturbia, Tumulto, Arena Movediza, Los Prisioneros, un rock crudo, más festivo. En el caso de Los Prisioneros, hay una crítica social que los otros no la tienen. Y hay un rock de clase alta, más depurado estilísticamente, más cercano a la experimentación: Los Blops, La Ley (por su pulcra producción), Engrupo, Scaramelli…
– En los sesenta es más claro, por el acceso a discos, instrumentos…
-Claro, en el beat fundacional, Los Jockers y Los Vidrios Quebrados son de clase alta. Los Beat 4 eran de clase media; Los Mac’s de Valparaíso, también. Hoy hay un rock de clase media, que ha tenido más éxito del punto de vista comunicacional, desde Los Jaivas a Los Tres. Esta dualidad se dio muy claramente en el metal. Había una banda que era del Matadero, Massacre, y otra del barrio alto, Pentagram, y en el público se hacía sentir esa diferencia.
-¿Y eso se aplica en el R.Ch.F.?
-No, ahí es más difuso. Hay, por ejemplo, instrumentistas como la Nidia Burgos, de la Pincojazz, un grupo de jazz rock de la Pincoya, y hay también chicas como María José Levine, de clase alta. Pero en el libro ocupo como denominador común la procedencia de género. Las Lilits, de clase media alta, no cabrían en este esquema de clase, así como muchas otras.
-Usted señala, también, que en los ’80 hay una ampliación de la presencia femenina, pero no ligada a una conciencia de género o un discurso feminista.
-Eso es bien notorio, se diversifican los roles, ya no es sólo la corista o cantante, aparecen instrumentistas, performers, letristas. Eso también dice relación con una tardía politización del R.Ch. a finales de la dictadura. Sólo ante la disyuntiva del plebiscito de 1988 los rockeros toman posición. Para llegar a una conciencia de género, tuvieron que pasar algunos años más, cuando a mediados de los ’90 aparecen bandas como Malcorazón, Venus o Mammasoul y se empieza a analizar el asunto desde otra perspectiva porque los paradigmas que había en ese minuto no servían. En ese momento se constató que había una auto-conciencia femenina.
-Y con los ’90 dice que “la diversidad devino en fragmentación hasta llegar al encapsulamiento autista y monorreferente en que vive hoy el rock nacional”. Es una visión pesimista.
–Puede sonar catastrofista, pero es lo que es. A nivel de subculturas urbanas, estas tribus son ghettos que cohabitan unos con otros, hay una infinidad de micro-referentes sin permeabilidad, sino con un fundamentalismo cultural muy grande, que es nocivo, tanto para la música como para la generación. Esa condición es algo que el sistema ha producido y fomentado.
-¿Mantiene ese diagnóstico?
-Yo creo que la división es aún más enfática, pero mi intención es potenciar vasos comunicantes y establecer una suerte de re-popularización del rock, es decir, que pase a ser una cultura callejera, relacionado con la vida real, que la gente se refleje y encuentre un motivo existencial.
OSEA YO LA ENCUENTRO RICA
-¿Cuánto cree usted que pesa el atractivo físico en una mujer rockera? Es un tema que desliza brevemente en su libro.
-Yo creo que en términos de look de la banda, importa, tiene un impacto a nivel de popularidad, pero eso no es efectivo sin una convicción musica
-Se lo pregunto porque hay rockeros exitosos que no representan el estereotipo de rockero guapo. ¿Ve usted analogías en el R.Ch.F.?
-En el caso de Fulano, Arlette siempre tuvo llegada por su atractivo, pero lo que importaba era su performance. Sol Domínguez, lo mismo. Sol y Medianoche es importante por la fusión que hizo, ella no se explotó como símbolo sexual, pudiendo haberlo hecho. Hoy, uno ve tocar a Las Lilits, todas muy bonitas, pero lo que destaca es su entrega en vivo, su energía y convicción.
-Y a nivel más masivo, ¿ve un ejemplo hoy que sintetice el atractivo físico y la calidad musical?
-Eso se cumple a cabalidad con Ana Tijoux. Tiene un discurso muy inteligente y tiene un atractivo físico innegable. Ella es un referente desde ese punto de vista.
ROL DEL PERIODISTA DE MÚSICA
-Usted ha sido muy crítico respecto al rol histórico que ha jugado el periodista que escribe sobre música, lo que le ha valido ciertas polémicas…
– A finales de los ’90, en la segunda edición de “El Grito del Amor”, yo hice una crítica en la que señalaba que la prensa musical tenía dos roles: Escucha discos y mira recitales. Y dentro de eso había un acomodo brutal, todo estaba bien, todos los discos eran buenos, lo que es dialécticamente imposible. Quedaban bien con dios y con el diablo. Con eso me eché a todo el mundo encima.
-¿Ha cambiado hoy esa situación?
-La generación de los dos mil en adelante cuenta una versión de la historia del rock, no sólo nacional, que es como a ellos le hubiese gustado que fuera. Eso es un fenómeno internacional relacionado la tesis del “pensamiento único” en música, una sola versión de la historia promovida por los yanquis, que la copiaron los españoles y la asimilaron los argentinos. Los chilenos copiaron. Yo soy un disidente frente a eso. Con eso me echo a toda la prensa encima y me genero una reputación de conflictivo, que no es tal.
–¿Cómo ve hoy al periodista musical?
-Estos periodistas son totalmente funcionales a un estado de cosas que no admite desviación. No sólo hay poco debate e información, sino que muchos de ellos figuran como grandes críticos o próceres de la música, pero lo único que han hecho es acomodarse al esquema que ponen los dueños de los holdings: discurso acrítico, complacencia y conformismo, disfrazado con una retórica seudo-musicológica. Uno ve comentarios en La Tercera y técnicamente hablando no resisten el más mínimo análisis. Ese tipo de periodistas funcionalistas es lo que los medios promueven y que es difícil romper, por eso hay que potenciar otros medios y las redes sociales.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano
Publicado en «Onda corta: sonidos locales», El Ciudadano nº 125, 2 quincena de mayo 2012