Alimentar a las palomas con maíz y tomarse una foto con ellas es una costumbre obligada desde hace décadas para cualquier turista que visite la histórica y elegante Plaza Bolívar de Bogotá, la capital colombiana.
Se trata, además de una tradición, el medio de vida de alrededor de una docena de vendedores que ofrecen a los visitantes de la plaza, que data de la época colonial, pequeñas bolsas de comida para pájaros por cerca de un dólar.
Hoy en día la costumbre que ha quedado retratada en millones de fotografías de viajeros de todo el mundo, se ha tornado en un verdadero dolor de cabeza para el gobierno local, que ve día a día crecer la población de palomas, con un costo ambiental, de mantenimiento y de salud pública que rebasa cualquier gestión y esfuerzo gubernamental.
Un estudio realizado por biólogos municipales, referido por la agencia AP, halló que la población de palomas en la plaza central bogotana se duplica los fines de semana hasta 3.400 ejemplares, cifra que coincide con el aumento del número de turistas que visitan el icónico lugar.
“Hay demasiadas palomas”, dijo Mauricio Cano, un biólogo que encabezaba el grupo de profesionales que busca una solución al problema de la sobrepoblación de estas aves.
Las autoridades creen que si los visitantes no alimentan a los pájaros, estos dejarán de concentrarse en las plazas donde sus heces manchan edificios públicos y ponen en riesgo la salud de la población.
“Si las aves no se concentran en grandes cantidades, es probable que su ratio de reproducción también baje”, señaló Clara Sandoval, directora del departamento de protección animal de la capital colombiana. “No se trata de desaparecer a las palomas. Pero queremos que vuelvan a su comportamiento natural”, afirmó.
El gobierno de Bogotá está ofreciendo a los vendedores ambulantes puestos en edificios públicos para que puedan vender snacks a funcionarios en lugar de comida para palomas a turistas. Además, proponen capacitación profesional para sus hijos, para que tengan otras opciones laborales más allá de seguir en el negocio de sus padres.
Algunos vendedores dicen que han sido incluidos en el programa de reubicación. Otros no están convencidos de que vender refrigerios a humanos sea tan rentable como su negocio actual.
“Yo solo me iría de acá si el gobierno me da una pensión”, apuntó Luz Melia Rodríguez, de 65 años, que desempeña esta labor desde hace 50. “A mi edad es muy difícil cambiar de trabajo”.
“Esto ha sido el sustento de mis cuatro hijos”, manifestó Lilly Portilla, que vende comida para aves en la plaza desde hace 25 años. “Esto era una gran tradición familiar ¿por qué vienen ahora a decir que las palomas enferman?”
Los funcionarios dicen que en última instancia prohibirán la presencia de los vendedores en la plaza si no se marchan de forma voluntaria.
Casos similares con sobrepoblación de estas aves se han visto en otras partes del mundo. En Londres las aves tomaron en bandadas las estaciones del tren y fueron ahuyentadas con amenazadores halcones.
En París se emplearon métodos anticonceptivos para limitar su presencia. La estrategia del gobierno de Bogotá es mucho menos agresiva, al intentar combatir la sobrepoblación con campañas educativas que instan a la gente a no alimentarlas.
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