La construcción social de la desigualdad a través del amor romántico

¿Tienes novio ya? Es una pregunta muy corriente entre los adultos y las niñas de cuatro o cinco años de edad

La construcción social de la desigualdad a través del amor romántico

Autor: Wari

¿Tienes novio ya? Es una pregunta muy corriente entre los adultos y las niñas de cuatro o cinco años de edad. Siempre se hace en tono de broma, como para avergonzar a la niña o al niño, pero tiene un significado muy profundo. La pregunta encierra una trampa muy concreta que se pone al descubierto cuando la niña dice tener dos novias o el niño presume de tener cuatro novios. La pregunta se hace en singular porque no se espera que los niños salgan homosexuales y las niñas poliamorosas, y se hace siempre con la figura del amado/a una oposición de género: a la niña le preguntan por su novio, al niño le preguntan por su novia. La palabra “ya” indica que en algún momento tendrá que empezar a imitar a los adultos en esa costumbre de emparejarse de dos en dos, siempre con alguien del sexo contrario. Y que cuanto antes lo haga, mejor.

Así es como se construye socioculturalmente el amor erótico, pasional o romántico. A través del lenguaje, de las bromas, de las preguntas que nos encajan en reducidas respuestas. No solo los chistes, también los refranes, los dichos populares, las canciones, y las normas morales van creando una imagen precisa de lo que es o debe de ser el amor romántico. Para ello, las sociedades discriminan entre lo que consideran correcto o incorrecto, normal o anormal, y lo convierten en un valor universal, de origen divino.

La labor de crianza y educación, la socialización, la internalización de las normas es la primera etapa de integración a la sociedad. Los niños y las niñas aprenden pronto lo que es “natural”, lo que es “normal”, y lo que se considera una aberración y un escándalo social. Ellos extraen las estructuras aprendidas y las aplican a la hora de percibir y entender la realidad; serán premiados o castigados según se desvíen de la norma.

Estas normas se van creando bajo una ideología. Cada sistema social tiene su ideología, sus costumbres, sus tradiciones, su filosofía, su arte, su propia cultura. En el caso de la cultura occidental la ideología envolvente que configura nuestra sociedad es el patriarcado.

En este sistema que habitamos, primero se nos enseña a ser hombres y mujeres, se nos enseña a adquirir unos determinados roles según el grupo al que pertenezcamos, y luego se nos dice que tenemos que buscar a alguien que nos complemente para ser felices. El amor romántico es patriarcal porque está construido bajo la lógica del pensamiento binario que divide la realidad en dos grupos opuestos: la noche vs el día, lo malo vs lo bueno, lo masculino vs lo femenino, la luz vs la oscuridad. Se nos educa bajo la premisa de que hombres y mujeres somos diferentes, que por tanto nos complementamos.

En nuestras sociedades capitalistas y patriarcales, el amor normal es heterosexual, monogámico, adultista, coitocéntrico, con un máximo de dos miembros, opuestos entre sí, pero complementarios. Todas aquellas que se desvían de la norma son consideradas promiscuas, viciosos, raras, enfermo/a mental, locos, extravagantes, pecador/a.

Por eso los miembros de las sociedades tratamos de ajustarnos a la norma, para poder integrarnos en las comunidades sin problemas. Por eso nuestra realidad está compuesta por el lado luminoso, aquello que se muestra en sociedad (afectos normales, relaciones normales, personas normales) y aquello que no se visibiliza (adulterio, prostitución, diversidad sexual, gustos sexuales raros, participación en orgías, segundas familias, etc).

En la sociedad aprendemos a ser hombres o mujeres, y sufrimos si elegimos otro camino. Ya lo dijo Aristóteles: Tertium non Datum (‘una tercera (cosa) no se da), y según este principio, toda proposición es verdadera o falsa. Entre estos dos valores de verdad no se admite nada intermedio o “tercero”. De modo que desde entonces todo lo ambigüo nos asusta. Nos aterra la indefinición, el no encontrar las palabras para categorizar, el no saber si una persona es mujer u hombre.

En base a la identidad de género aprendemos no sólo a ser lo que se espera que seamos, sino que además aprendemos las pautas establecidas para relacionarnos con el otro grupo. Generalmente estas pautas nos llevan a relaciones de dominación y sumisión, en las cuales unos son superiores a otros, como en el resto de las relaciones sociales (gobernante-ciudadano, policía-ciudadana, jefe-empleado, capitán-cabo, profesora-alumna, etc.), a excepción quizás de la amistad, uno de los sistemas de relación más igualitario que existen.

Nuestras relaciones eróticas y amorosas son desiguales en el fondo y en la forma, pero además establecemos unas jerarquías absurdas basadas en la intensidad de los afectos o el grado de compromiso: nos enseñan a diferenciar entre sexo y amor, cariño y pasión, amistad o romanticismo, aventuras de una noche loca o el amor de tu vida. Jerarquizamos los afectos, de modo que unas personas «merecen la pena» y otras no. A unas se las utiliza y a otras se las respeta. Unas son unas putas y otras son unas santas. Uno es el padre de mis hijos, y los demás “son todos iguales”.

Los amores que rompen las barreras de la etnia, el idioma, la religión, la clase socioeconómica, la edad, y tabúes fundamentales como el incesto, se enfrentan radicalmente al qué dirán. Al ostracismo social, al escándalo, al tribunal, a la cárcel o a la muerte. Y es que dependiendo del país donde vivas, tendrás mayor o menor libertad para enamorarte y vivirlo.

A pesar de las constricciones sociales que condenan el adulterio o la diversidad sexual, son muchos/as los que se complican la vida y se lían con quien menos deben; los seres humanos amamos lo prohibido. Somos adictos a las emociones fuertes, nos encanta el reto, el desafío, la clandestinidad, y nos arrojamos a pasiones inconvenientes porque nos gusta sentirnos vivas.

La sociedad y la cultura nos presentan un abanico reducido de posibilidades para enamorarnos: no se nos permite con ex novios, ni con las novias de nuestros amigos, ni con los primos, ni con los compañeros de trabajo. Solo se puede estar con una persona, practicar la mongamia sucesiva: una pareja detrás de otra. Pero ir más allá de esta monogamia, o romper con las tradiciones en general, es demasiado costoso en términos emocionales y psíquicos. Por eso en vez de rebelarnos, nos ocultamos, mentimos, hacemos dobles vidas, o triples si es necesario.

Afortunadamente ya es mucha la gente que comienza a romper con estas jaulas que nos aprisionan. Poco a poco la gente sale de sus armarios, y se atreve a probar, a experimentar. Es inevitable, en un sistema amoroso es demasiado rígido como el nuestro, que la gente vaya rompiendo límites antes sagrados. En solitario o en compañía, pero la gente se mueve.

La razón por la que el amor está tan oprimido es porque el capitalismo y el patriarcado necesitan que la gente se junte de dos en dos, no de ocho en ocho. Que la gente se encierre en sus hogares y creen familias de dos o tres hijos. Que tengan capacidad adquisitiva y de ahorro. Que consuman todos los productos, que se aten a sus sueldos, que produzcan y se reproduzcan en un orden. La lógica de la familia tradicional, ya reducida solo a padres, madres e hijos/as, está basada en el individualismo feroz que evita que la gente se desparrame por las calles y que logra que todo siga como está.

Los hijos e hijas del amor romántico harán lo mismo que sus padres: nacer, crecer, consumir, enamorarse, trabajar y reproducirse. Y enseñarán a sus hijos e hijas cómo es el mundo y cómo deben comportarse si quieren ser aceptados (no te toques ahí en público, no abras las piernas, no te saques mocos, no digas palabrotas, sientaté bien, estudia, obedece a los mayores).

El placer ha sido un pecado, el cuerpo un lugar de represión del deseo y los afectos. El erotismo está constreñido a la pareja y a la reproducción, y al placer visual de imágenes pornográficas en la publicidad. La gente se casa y se encierra; ese es el objetivo final. Que no haya gente en las plazas, que no haya grupos de amor, que el sexo no descoloque el ritmo diario de los y las trabajadoras, que el amor no desborde el dúo. El dúo tiene que consumir en los centros comerciales y trabajar durante toda la semana; no podemos enloquecer de amor, decía Freud, porque toda la sociedad se vendría abajo.

El amor es una construcción social y cultural que nos presenta unos modelos a seguir. Esos modelos están basados en la pareja heterosexual, porque es en ella donde se domestican las ansias de libertad, los miedos, el deseo, donde todo se doma, se somete, se define y se clasifica. La estabilidad conyugal nos otorga calma, nos da seguridad, nos pone la vida más fácil.

La soltería esta penada socialmente y sale mucho más cara que vivir en pareja: se considera que alguien es “raro” o que no ha tenido suerte en la vida si no se casa. Es más barato juntarse de dos en dos, la pareja desgrava a Hacienda, hace frente al desempleo y los momentos duros formando un equipo frente al mundo. Los tríos que existen no suelen reunir a las tres familias a cenar los domingos, porque está muy mal visto en la sociedad que un tercero aparezca y rompa la dualidad sagrada en la que vivimos.

Casi toda la estructura capitalista gira en torno a la pareja heterosexual en edad reproductiva; todo se sostiene a partir de ella. La cultura mitifica e idealiza a la pareja feliz, y vende historias de amor para ser consumidas. Las parejas felices llenan los centros comerciales, sostienen la industria inmobiliaria, viven en la industria del entretenimiento: todo el consumo pasa por estas parejas, que a lo largo de su vida compran niditos de amor, coches, joyas y flores, muebles para la casa, ropita y accesorios de bebé, etc.

La construcción del amor romántico, como vimos, mitifica la construcción social del amor romántico, ofreciendonos historias de amor heterosexual y monogámico e invisibilizando la multitud de historias de amores diversos que se dan en la cotidianidad, en los márgenes del sistema.

Por eso la sociedad ha de cambiar la cultura, y la cultura ha de cambiar la sociedad, para que podamos crear un mundo más libre y diverso en afectos. Ahora mismo seguimos atrapados en unas estructuras basadas en binomios y etiquetas que reducen nuestro erotismo, que constriñen nuestro deseo, que imponen unas metas difíciles de cumplir.

A través de la cultura idealizamos este modelo de familia feliz formada por un papá, una mamá y unos hijos, porque nos lo ofrecen sublimado, mitificado como el colmo de la armonía, la felicidad y la paz. A pesar de las decepciones, son muchos los que se resignan al matrimonio como algo necesario, porque sirve para demostrar que uno ha tenido éxito reproductivo en la vida y para acallar rumores. Sirve también para mitigar la sofocante sensación de soledad de la ciudadanía individualista, para tener compañía en el camino de la vida, para integrarse con normalidad en la masa de gente anónima.

Asi pues, el amor romántico puede subvertir el orden patriarcal cuando se desvía de los modelos tradicionales, o puede ser un mecanismo de control social por el cual las gentes que se ven seducidas por la belleza del amor romántico reproducen patrones socialmente aceptados.

Si no, que nos lo digan a las mujeres: llevamos siglos soñando con príncipes azules y siendo educadas para ser amadas. Idealizamos en mucha mayor medida en amor romántico porque nos promete un mundo mejor. En este proceso de seducción romántica se unen la cultura, el poder mediático, el poder económico y el poder político; todo el mundo apoya esta utopía amorosa.

Por eso no debemos olvidar que lo que hacemos en la cama (o en un parque público) tiene consecuencias en la estructura social. De ahí el famoso lema: «lo personal es político».

Algunos hombres y mujeres luchan por liberarse de la opresión y del modelo amo-esclavo con el que nos hemos venido relacionando hasta ahora. Las mujeres se rebelan a la tradición masoquista del aguante, los hombres ya no quieren madres que los controlen, sino compañeras de vida con las que compartir.

Muchos otros se rebelan a los cambios, se aferran a sus privilegios de género, o emplean la violencia para frenar el igualitarismo, pero los cambios son imparables y las luchas ya son globales.

Lentamente se está abriendo el campo amoroso a los gays y las lesbianas, que ahora pueden casarse en algunos países. Más allá de la normativización de la homosexualidad hay toda una diversidad de gente rara que crea mundos amorosos alternativos, que prueba otras formas de quererse, que busca romper ciertos límites, que inventa nuevas estructuras en las que construir una sociedad más amorosa y rica en matices.

Solo luchando contra las idealizaciones mitificadas de nuestra cultura, deshaciéndonos del miedo al qué dirán, jugando con los roles y las palabras, rompiendo techos y muros creados para oprimir el deseo y controlar el amor, lograremos crear una sociedad más justa, más igualitaria y más diversa. La lucha por los derechos de las mujeres empieza en las casas y en las camas, y después sale a las calles.

No me cabe duda de que mejorando nuestras relaciones sexuales y afectivas seríamos más felices, y ello podría transformar nuestra cultura y nuestra forma de organizarnos política y económicamente.

Encontraríamos, seguro, sistemas mucho más justos, no basados en la explotación de una mayoría por parte de otro grupo, como sucede con el patriarcado y el capitalismo. Por eso es importante entender, creo, porqué amamos así, porque vivimos en parejas, porque sufrimos tanto, porqué es tan complicado tener una relación hermosa y duradera. Entender por qué la gente enloquece de amor, porqué son capaces de cualquier cosa por amor (separarse de su anterior pareja, cambiar de país, de trabajo, de vida. Y entender también porqué la gente invierte tanto dinero, recursos, tiempo y energía en alcanzar la utopía amorosa de la felicidad eterna.

Mientras soñamos despiertos, el mundo necesita cambios urgentes. Para que haya un cambio real, las gentes han de abandonar sus paraísos individualistas basados en conseguir una pareja perfecta, y extender sus redes de afecto. Solo sobre la base de la solidaridad, la ayuda mutua, el cariño a la comunidad, podremos mejorar nuestro mundo.

La cultura ha de abrir sus horizontes y mostrarnos otras realidades amorosas hasta ahora invisibilizadas o marginadas. Es importante dejar atrás ciertos mitos basados en la diferencia y la complementariedad que solo promueven una dependencia mutua entre hombres y mujeres, y unas relaciones basadas en una pobreza conceptual que excluye completamente la diversidad de nuestro mundo.

Hay que rebelarse ante la tiranía de las etiquetas que nos discriminan, y a la represión de los sentimientos. Dejar atrás los mitos ancestrales, desmontar la nueva religión romántica que invade las pantallas y los anhelos de la gente, y crear un mundo con redes de afecto más extensas y diversas, construir lazos de solidaridad y ayuda mutua, organizarnos políticamente para cambiar unas estructuras que ya no sirven.

De la cama a la calle, urge un cambio social, político, económico y cultural.

Por Coral Herrera Gómez

Agosto 18 de 2012

Publicado en haikita.blogspot.com

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Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):


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