Compartir espacios, convivir, es un reto difícil de alcanzar, sobre todo cuando se trata de relaciones de pareja.
Las complicaciones derivadas de la convivencia han llevado a algunas parejas que se aman, pero optan por una modalidad denominada LAT (Living Apart Together), que consiste en mantener una relación normal de pareja, pero viviendo en casas separadas.
No se trata de un estilo nuevo y los ejemplos sobran. Una pareja famosa que lo puso, de moda, Frida Kahlo y Diego Rivera, que vivían en México en casas separadas, conectadas por un puente, para que cada uno pudiese disfrutar sus propios espacios artísticos.
La psicóloga y psicoterapeuta Cristina Lanza, en un informe publicado por el diario La Reppubblica.It, aseguró que la opción de vivir en casas separadas puede ser muy tentadora para muchas parejas, porque “estamos menos dispuestos a comprometernos unos con otros, a participar en una vida diaria compartida (con sus placeres pero también con sus deberes) y a responsabilizarnos del bienestar de otros, además de los propios”.
Explicó la experta que en las relaciones de pareja existe el miedo de tener que reducir drásticamente el espacio dedicado a los pasatiempos, aceptar los tiempos y las formas de los demás, y acabar renunciando a la vida propia. Todo esto sugiere que el camino de la vida separada, aun cuando se conserve el vínculo y el sentimiento, es lo mejor para ser feliz. “Algo aún más sentido por aquellos que ya han experimentado una o más convivencias y que terminaron con decepción y sufrimiento», dijo.
Agregó que «las parejas que viven juntas a menudo se quejan de la pesadez de tener que manejar la vida cotidiana con todos sus deberes (de administrar la casa, por ejemplo), especialmente porque sienten el peso de las expectativas del otro; la monotonía, el hecho de reclinarse y preocuparse menos por el otro, incluso en términos estéticos. Sentir la reducción del deseo y la pasión que, por el contrario, a menudo aumenta la distancia».
Vivir por separado crea la ilusión de una serie de ventajas, «pero no debemos olvidar que una elección de este tipo requiere apertura y, sobre todo, una distribución de la elección, para que ninguno de los dos se convierta en razón del sufrimiento. Solo en estas condiciones puede este estilo relacional promover la unión y la felicidad».
Cristina Lanza señala las ventajas de “convivir” separados:
*Sentirse aliviado, principalmente de los deberes que conlleva una vida de dos personas, especialmente de las «domésticas», y de las expectativas que creemos que la otra persona puede tener para con nosotros.
*Dejar de trabajar alrededor de la rutina. Vivir en convivencia conlleva una rutina de días que siempre parecen repetirse de la misma manera, como un guion diario que lleva al aburrimiento.
*Tener la impresión de que cada encuentro con la pareja es como una cita y redescubrir cada vez el placer de cuidar de uno mismo para complacer al otro.
*Mírate a ti mismo cuando te apetezca. Sentirse libre para encontrarte cua
ndo realmente sientas el deseo, alimentando así el deseo por el otro.
Pero obviamente hay riesgos que se corren con esta modalidad de vida. La psicóloga y psicoterapeuta también los menciona:
*Sentirse solo. Uno puede sentirse solo en algunos momentos de necesidad, aquellos en los que a uno le gustaría que el otro esté físicamente presente.
*Con el tiempo, puede haber cada vez más dificultades para llevar al otro a su intimidad, echando raíces en este estilo relacional y en sus hábitos.
*Ser traicionado. Puede suceder que uno de los dos pueda aprovechar esta opción para asistir a más personas.
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