El reciente Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2012 invita a mirar a la sociedad chilena desde el punto de vista del “bienestar subjetivo” y a repensar la política de desarrollo considerando esta nueva dimensión. Esta invitación es normativamente consistente con el enfoque de desarrollo humano pues sitúa a las personas en el centro, y se realiza a partir de la constatación empírica de que las condiciones sociales, y por ende las políticas públicas, sí importan en el logro del bienestar subjetivo.
Una de las pruebas más claras de que la sociedad sí importa en este campo, es que el bienestar subjetivo está desigualmente distribuido en la población. Esto es válido para todas las dimensiones del bienestar subjetivo: el ‘bienestar subjetivo individual’, que alude a la satisfacción que tienen las personas con sus vidas, y el ‘bienestar subjetivo con la sociedad’, que alude a la evaluación que éstas realizan de la sociedad en que viven. El informe señala que ambos componentes están desigualmente distribuidos en la población chilena, aunque en el caso del primero, esta desigualdad es mayor.
En efecto, el informe muestra que, a pesar de que los chilenos se declaran progresivamente más satisfechos con sus vidas, esta declaración disminuye en los grupos socioeconómicos más bajos. Considerando la escala de satisfacción con la vida, cuyo rango va de1 a 10, se observa que el 90% del grupo ABC1 se sitúa sobre 7, porcentaje que disminuye progresivamente en el resto de los estratos, llegando a 56% en el grupo E. ¿Qué explica estas cifras?
La respuesta se encuentra en la desigual distribución de las ‘capacidades para el bienestar subjetivo’, vale decir, de las libertades reales que tienen las personas para desarrollar sus proyectos de vida. A través de diversos análisis estadísticos, el informe comprueba que hay cinco capacidades claves a la hora de construir bienestar subjetivo en Chile: ‘tener las necesidades físicas y materiales básicas satisfechas’, ‘gozar de una buena salud’, ‘tener vínculos significativos con los demás’, ‘sentirse respetado en dignidad y derechos’ y ‘tener un proyecto de vida definido’.
Todas estas capacidades están desigualmente distribuidas en la población. El informe muestra que no solo las capacidades materiales –como la cobertura de necesidades básicas o la salud- están desigualmente distribuidas. Sino que también lo están las capacidades no materiales, como la posesión de vínculos significativos, el sentirse respetado en dignidad y derechos y la posesión de un proyecto de vida.
En el ámbito de los vínculos, por ejemplo, vemos que la declaración de soledad aumenta en la medida que disminuye el nivel socioeconómico. Mientras un 14% de las personas pertenecientes al grupo ABC1 se declara muy de acuerdo o de acuerdo con la afirmación ‘frecuentemente me siento solo’, esta cifra aumenta a un 42% en el grupo socioeconómico E. Esto revela que las personas de grupos vulnerables tienen menos posibilidades de desarrollar vínculos cercanos. Entornos inseguros y escasez de tiempo por largas jornadas laborales así como extensos tiempos de traslados, aparecen como factores asociados a esta carencia en el desarrollo de vínculos.
La desigualdad alcanza también el terreno del reconocimiento y la dignidad. Uno de los hallazgos claves del informe 2012 es que la percepción de sentirse poco respetado en dignidad y derechos es masiva (59% a nivel nacional), y además transversal a los distintos grupos socioeconómicos. Lo mismo ocurre con la declaración de haber vivido alguna experiencia de maltrato en el último año, que aunque en menor medida que la percepción de falta de respeto, también está presente en los distintos grupos del país. Pero ahí donde parece no haber una desigualdad marcada, se esconde otra. La percepción de que se puede tener éxito al reclamar ante la vivencia de una situación de maltrato, sí está muy desigualmente distribuída (ver gráfico 1).
Fuente: Encuesta PNUD, 2011.
Por último, la desigualdad se extiende también hacia la posibilidad de proyectar una imagen personal hacia el fututo. Mientras el 86,8% del grupo ABC1 declara tener un proyecto de vida definido, solo el 51,8% declara lo mismo. De hecho, los estudios cualitativos muestran que para las personas de sectores vulnerables es mucho más complejo elaborar la propia biografía a partir del concepto de ‘proyecto de vida’. Cuando la principal preocupación cotidiana es lograr lo mínimo para subsistir, es comprensible que se desarrolle un cierto grado de presentismo.
En síntesis, hoy la desigualdad no es solo material. Las personas de menores ingresos también se sienten más solas, sienten que tienen menos herramientas para defenderse frente al maltrato, y además tienen mayores dificultades para generar una imagen personal de futuro. Esto significa que la desigualdad material tiene consecuencias en el plano subjetivo y relacional. Situar el bienestar subjetivo como fin del desarrollo implica asumir el desafío de atacar esta desigualdad. Las políticas públicas pueden hacerlo. La clave está en la construcción de capacidades: en desarrollar políticas de respeto que permitan el encuentro con el otro distinto, en desarrollar políticas de tiempo y seguridad pública que fomenten el desarrollo de vínculos y en pensar el ciclo de políticas desde los proyectos de vida de los individuos. Solo así es posible estar a la altura de las nuevas demandas subjetivas de la población: dignidad, respeto y apoyo a los proyectos biográficos.
Por Macarena Orchard
4 de septiembre, 2012
Publicado en www.revistahumanum.org
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