Testimonio vivo de cómo andan las cosas por las comunidades mapuche en La Araucanía, asediados cada hora por carabineros y con la convicción de que allí se defiende tierra, historia, cultura y vida cotidiana.
“Vengan a mi casa para que vean lo que hacen estos indios culiaos”, gritó desde la verja Juan de Dios Fuentes, abogado de la Municipalidad de Temuco y dueño de un fundo en Pidima, cerca de Ercilla. “Está llena de balas de todo calibre”, agregó. Es el atribulado vecino de la comunidad mapuche Wente Winkul Mapu.
Su padre, del mismo nombre, fue funcionario del gobierno de la Unidad Popular, intendente, cuando era militante del Mapu y por su cabeza pasaban las ideas más revolucionarias disponibles en la época. Nos dijo hace un par de años que la principal conclusión extraída del gobierno de Salvador Allende era que no se debe jamás sobrepasar la legalidad, conclusión perfectamente coherente con sus intereses actuales, que giran en torno a la reivindicación mapuche de su fundo, “El Centenario”, que protegen hoy día y noche las Fuerzas Especiales de Carabineros (que corren a esconderse en cuanto aparece una cámara periodística).
Según explicó entonces Fuentes (padre), “aquí (La Araucanía) hubo una guerra, que ganó el Estado chileno, y en virtud de esa guerra estas tierras fueron adjudicadas de acuerdo a las leyes del vencedor”. Argumentó que coincide casi exactamente con el que esgrimen los mapuche para recuperar esas tierras. En otras palabras, un despojo violento que nadie niega.
El hijo abogado de Fuentes sostiene hoy que sería beneficioso para la zona que el Gobierno decretase el Estado de Sitio, y se queja de la “mano blanda” de Carabineros frente a los mapuche. Dice que los policías son pocos y no actúan con la energía necesaria frente a las agresiones nocturnas que perpetran “los indios” cuando se emborrachan. Y para probarlo, muestra en su iPhone fotos infrarrojas de encapuchados esgrimiendo lo que él dice son fusiles, y que podrían también ser tubos o palos de escoba.
La “mano blanda” en los últimos años ha cobrado la vida de tres mapuche desarmados, y resta por dilucidarse el origen del asesinato de un carabinero, por el cual hay un comunero preso, de esta misma Wente Winkul Mapu.
Debido a esta “mano blanda” los niños de las comunidades mapuche dibujan en el colegio carabineros allanando sus casas en la madrugada, golpeando y apuntando a sus padres con armas de fuego. La “mano blanda” también dejó a cuatro niños heridos de perdigones a principios de agosto.
Esta conversación tiene lugar un soleado sábado 11 de agosto, y El Ciudadano está allí junto a muchos otros periodistas cubriendo la primera reunión de la Confech en el país mapuche. Precisamente en Wente Winkul Mapu, un par de kilómetros más arriba de la casa de los Fuentes. “Seguro más tarde se van a curar y van a venir a joder”, es el comentario de Fuentes acerca del encuentro estudiantil.
Luego reflexiona: “Es que desgraciadamente el alcoholismo se ha difundido mucho entre ellos. Están acostumbrados a vivir gratis, porque les dan de todo. No saben lo que es levantarse temprano y trabajar duro, como lo hace siempre mi familia”.
Camino arriba ya terminó el guillatún y los universitarios deliberan a cielo abierto acerca del agosto de lucha que se desarrolla por iniciativa de los secundarios. Se autocritican, acuerdan sumarse, inventar nuevas formas de movilización, retomar la ofensiva antes de septiembre, cuando vienen las larguísimas “fiestas patrias”, versión criolla del derrape de carnaval.
Y mientras deliberan cae el sol y comienza el frío del crepúsculo en estas montañas. Quien sabe si alguien se emborrachó, pero esa noche, al menos, nadie ataca a Fuentes.
Temprano en la mañana siguiente, el werkén de Wente Winkul Mapu, Daniel Melinao, emprende viaje rumbo a Angol, para visitar en la cárcel a los comuneros Daniel Levinao y Paulino Levipan, para resolver una respuesta a la inminente condena de prisión por el supuesto atentado contra el general de Carabineros Iván Bezmalinovic, el jefe de las operaciones de la policía militarizada en La Araucanía. Una posible huelga de hambre.
MENDOZA COLLÍO
Domingo 11 de agosto: se conmemoran tres años del asesinato por la espalda de Jaime Mendoza Collío, joven weichafe (guerrero) de la comunidad Requem Pillán, durante el desalojo de un fundo recuperado. Dentro del predio, no lejos del sitio del crimen, se reúne su familia en una ceremonia tradicional. No hay casas en las cercanías, sino apenas el hermoso paisaje cordillerano, frío y ventoso, el aire puro que oculta miserias y exclusiones. Por todo el derredor, las plantaciones de pino de las empresas forestales: el enemigo principal de esta naturaleza.
Cada tanto pasa por el paraje algún vehículo de Fuerzas Especiales. De lejos, advierten las cámaras de televisión y siguen su camino. Poco antes, cuentan los familiares, se habían detenido a gritar insultos: “Váyanse indios culiaos”, igual que el abogado Fuentes. Grabamos. Quien sabe si toman algún video propio desde las cabinas, como hacen en Santiago, o vigilan desde los cerros, como aseguran los jefes mapuche. Si es así, se trata de una vigilancia mutua, en una noche dominada enteramente por los weichafe, conocedores de los palmos de esos cerros ancestrales. Es la hora del miedo para el winka, que hace recordar las historias del Vietnam del Sur invadido: autoridades “títeres” en el día, gobierno revolucionario de noche.
“Antes no era así, yo los conozco a todos, a los Melinao, a los Queipul, trabajábamos todos en las forestales” cuenta el afable propietario de la pensión de Collipulli. Un ex carpintero de obra. “Eran sumisos, dóciles, pero vino gente de fuera y les enseñó política. Antes ellos no sabían que podían recuperar las tierras. Ahora saben”. No hay simpatía hacia los mapuche en sus palabras, pero sí verdad.
En Requém Pillán la ceremonia es modesta. No hay otros periodistas, pero sí desconfianza hacia el winka, y mucha emoción. Los jóvenes weichafe se ocultan de las cámaras y juegan fútbol o chueca. No hay alcohol tampoco, sino mudai, la suave chicha de trigo aun sin fermentar. Suenan kultrunes, trutrucas y cuernos, melancólicos, se mezclan con el viento, que agita un inmenso «plotter» del comunero de 24 años. El lonko Juan Mendoza, el papá de Jaime, nos autoriza a entrar, pero habla poco.
Su esposa, María, vestida de gala, cuenta que su hijo salió “a conversar, no a pelear, dijo, a ver qué dice el rico, si va a vender o no va a vender. Así dijo. No volvió más”.
Y Mendoza Collío no volvió más porque recibió en su espalda disparos de una subametralladora Uzi, gatillada por el cabo de carabineros Miguel Jara Muñoz. En el juicio contra Jara, quedó en evidencia que no sólo mató a Mendoza por la espalda, sino que intento probar -con asistencia de sus colegas- que fue en defensa propia, disparando perdigones contra su chaleco antibalas. Pero cometió un error -correspondiente, es legítimo suponer- a su coeficiente intelectual: disparó al interior del chaleco. Por ello fue condenado en primera instancia a cinco años de presidio (sin cárcel), o sea, menos de la mitad que lo aplicado a los comuneros Levinao y Levipan, que no mataron a nadie.
Durante todo el juicio, esos comuneros estuvieron presos, pero el carabinero Jara nunca estuvo en prisión, ni fue suspendido de Carabineros, como ocurre casi automáticamente cuando aparecen funcionarios implicados en crímenes. No, siguió trabajando medio fondeado, como si él y sus comprensivos superiores hubiesen sabido de antemano el veredicto final, que lo absolvió de todos los cargos el 19 de agosto porque, según determinó la Corte Militar, se puede matar por la espalda a gente desarmada, en “defensa propia”.
Difícil sería, así las cosas, que los comuneros mapuche tuvieran alguna confianza en la justicia del Estado de Chile, como efectivamente no la tiene la familia de Mendoza Collío, cuyo hermano, el werkén (vocero) Aliwén Mendoza, prometió mantener la lucha por la recuperación del territorio usurpado en la “Pacificación” de 1870. Y también su madre, y su hermana, y su papá, el lonko, y sus amigos y parientes allí reunidos en la punta del cerro.
Y no sólo ellos. Por la serpentina de caminos fangosos también llegó hasta Requem Pillán esa tarde una delegación de Temucuicui, posiblemente la más estigmatizada de las comunidades mapuche, encabezada por el lonko Juan Catrillanca y el joven werkén Mijail Carbone, que tienen su propia historia, sus propios problemas y sus propios éxitos.
FUNDO LA ROMANA
“Esperemos que el camarógrafo nos indique cuándo; él manda ahora”, le digo al lonko Catrillanca, antes de comenzar la entrevista de televisión. Y él comenta, sarcástico y en voz baja: “El día que me mande un winka…” El lonko es de hablar suave y pausado, pero de mente ágil.
Al día siguiente de la visita a Requem Pillán, lo encontramos en Ercilla, comprando pan y mortadela para sus compañeros que están en el famoso fundo La Romana, de la familia Urban. Decenas de veces recuperado, decenas de veces desalojado.
En el viaje nos cuenta algo de su vida, que queremos incorporar en un reportaje de televisión. Vida de trabajo que comienza a los seis años. Vida de esclavitud más bien, que se transforma a partir de los ocho, cuando va a la escuela y allí traba contacto con Luisa Barrera –“siempre me acuerdo de ella”– una maestra comunista que le hablaba de Lautaro, Caupolicán y Galvarino. Porque sabía leer, a los 13 años comienza a ser werkén de su comunidad, y a llevar las cuentas. Pero no sólo sabía leer, sino que sabía en la forma que interpretó el dueño de la pensión: ya sabía que la tierra se podía recuperar. “Como Lautaro”, le digo, y sonríe.
Me vienen a la memoria las hazañas de los maestros de entonces, años 50 y 60, y mucho antes, esparcidos por todo Chile. Recuerdo que mi padre me hablaba del papel jugado por los maestros a bordo de buques de la Armada en la sublevación revolucionaria de 1931. Cuántos Juan Catrillanca se habrán hecho rebeldes de esa forma.
El lonko nos cuenta que el período de gloria del pueblo mapuche contemporáneo llegó en 1970, con “el compañero Presidente”, cuando “del propio Estado nos mandaban recuperar nuestras tierras” ¿Habrá participado en eso el entonces joven intendente mapucista Juan Fuentes? La reforma agraria era entonces la Ley. Pero luego el pinochetazo acabó con la Ley y con todo.
El lonko Catrillanca cree también en la ley, pero no cualquiera, sino la que proviene de la soberanía popular y de la historia. El sabe que la “Pacificación” fue un atropello a tratados legítimos entre los líderes mapuche y la corona española, primero, y el Estado de Chile después. Que esos tratados de autonomía son el asidero legal de las reivindicaciones mapuche al sur del río Bío Bío, lo que se denomina Wallmapu, y que se debate en los foros internacionales donde se condena con frecuencia al Estado chileno. Conoce el lonko lo ocurrido en Canadá o Brasil, donde los pueblos originarios conquistaron cierta jurisdicción sobre sus territorios. También sabe que son conquistas, no regalos.
Por eso, dice, están en el fundo La Romana, porque históricamente le pertenece a la comunidad, y para ellos no es tema alguno el debate sobre los precios de especulación que los Urban quieren por su tierra –4,5 millones de pesos por hectárea– porque eso es un enredo entre winkas. El Estado bien podría expropiar y pagar lo justo, pero el Estado no quiere, tal vez porque en el fondo ese Estado se formó en el siglo XIX sobre la base de que el territorio de Chile pertenece a los descendientes de los colonizadores.
Aunque no se ven carabineros, por todo el terreno de La Romana hay vestigios de su paso por allí: casquillos de bombas y escopetas. Los mapuche convirtieron este espacio de tierra en ingobernable sin su concurso. No hay inversiones allí hace tiempo. Los mapuche están sembrando papas y construyendo una casa, que probablemente será arrasada hoy o mañana. Sus cabezas de ganado pastan a lo lejos. Todo lo que se ve alrededor, hasta el horizonte, es controlado por la comunidad, por la razón o la fuerza: ejercen soberanía. A la llegada del lonko con sus bolsas plásticas, el cuerno llama a comer, y de las colinas, de ninguna parte, aparecen los grupos de jóvenes.
Entre los que acuden está el werkén Mijail Carbone, 24 años, alto y atlético, seguro de si mismo, parece un weichafe digno de sus antepasados. Habla pausado también. No se apura, se toma su tiempo para comer pan con mortadela alrededor del fuego, y decide hablar cuando él decide hablar. Debajo de la campera viste un polerón rojo, marca Nike.
”Nosotros nos criamos escuchando historias de cuando los mapuche eran nación y no vivían en reducciones, y si nuestros padres y abuelos fueron sumisos, si a ellos les metieron el alcohol y los acusaron de flojos, nosotros no. Somos una nación y nadie nos puede someter”.
Esa misma semana Carbone fue encontrado también culpable en Angol de intento de homicidio a carabineros, y la Fiscalía quiere meterlo en prisión por 15 años. No parece impresionado por esta perspectiva: “No importa si nos meten presos cinco, diez, 20 años, si nuestro pueblo ha sufrido mucho más que eso”. Puede ser, pero tampoco parece el tipo de persona que se va a meter sólo a la cárcel: hay mucho que escribir en la vida que tiene por delante.
A unos 200 metros hay un puesto de observación de Carabineros, sin identificar, pintado de un color entre naranja y rosado. Un poste y una potente cámara de 360 grados dominan la posición. Cuando vamos hasta allí, los vemos correr a encerrarse. Les pedimos desde fuera que nos abran, pero nadie contesta, nadie habla, sólo se oyen las voces de su comando, por radio. Más abajo, por la ruta, unos niños cavan en la ruta una zanja que ellos no ven desde arriba. O tal vez sí.
Nos invitan a un trawún el sábado, pero no podremos ir. Llamo al lonko al atardecer y responde jadeando: “No puedo hablar mucho porque estamos arrancando de los pacos”.
Suena divertido; nadie parece tener miedo aquí. Al contrario. Dos días antes José Ancalao, el vocero de los estudiantes universitarios mapuche, había celebrado la nominación del ex fiscal Alejandro Peña como jefe de la nueva estrategia de represión en La Araucanía: “mejor que venga Peña, así será más fácil para nosotros descubrir los montajes”.
Por Alejandro Kirk
El Ciudadano Nº132, primera quincena septiembre 2012
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