“Cuando se toman antibióticos, no se puede tomar alcohol”, una conocida frase entre los jóvenes y muchos adultos antes de una fiesta o reunión, ¿pero eso es cierto?
La mayor parte de las personas aseguran que se trata de “recomendaciones médicas” porque el alcohol corta o interrumpe el efecto de los antibióticos. Otras que deciden refrescarse con alguna bebida, aseguran que se trata de leyendas urbanas y que el alcohol no interfiere con los antibióticos y los más extremos aseguran que “los antibióticos están hechos con alcohol” y prosiguen con su ingesta.
Y realmente las dos teorías sobre las leyendas urbanas tienen cierta parte de verdad: en que son leyendas urbanas, pero la realidad es una situación con la que no se puede jugar ya que puede depender la vida de la persona.
Las leyendas urbanas entre la ingesta de alcohol y los antibióticos parten de la segunda guerra mundial, época cuando la penicilina, descubierta diez años atrás por Alexander Fleming, era usada para tratar a soldados por enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis.
En esos casos de enfermedad, además de curar al paciente, era necesario evitar que se generara un brote por la práctica de sexo. Para evitar que los pacientes esparcieran la enfermedad, prohibieron la ingesta de alcohol, ya que bajo sus efectos, hacían olvidar que debían de abstenerse a las relaciones sexuales hasta que estuviesen curados. Por lo que se generó la primera leyenda (y mentira), sobre los efectos del alcohol sobre los antibióticos.
La segunda mentira piadosa sobre el alcohol y los antibióticos, fue que los médicos le decían a los pacientes que de su orina extraían penicilina para poder reutilizarla, pero si bebían alcohol, se diluía y era más complicado la separación y en consecuencia, la cura era más extensa.
Estas dos mentiras piadosas, más para evitar efectos secundarios que para curar a los pacientes, en la actualidad tienen más bases fundamentadas en la salud de los pacientes de lo que se cree.
El consumo de alcohol junto a antibióticos como Metronidazol, tinidazol, eritromicina o linezolida, puede traer como consecuencia el “efecto antabus”, que son dolor de cabeza, enrojecimiento de la cara, taquicardia, nauseas, hipotensión arterial y síncope.
La autora del blog Boticaria García, la farmaceuta Marián García, explicó que los efectos sobre los antibióticos, dependen directamente de la dosis de alcohol ingerida. Si la mezcla es moderada, puede producir reacciones tóxicas, mientras que la ingesta crónica, trae como consecuencia la baja eficacia del fármaco lo que provoca que el tratamiento deba ser cambiado debido a que no hace efecto además de provocar irritación de la mucosa intestinal.
Sin embargo estas consecuencias no terminan ahí. Si los antibióticos tienen menos eficiencia se puede crear una condición realmente peligrosa como la resistencia a los medicamentos, que a corto plazo se traduce a la imposibilidad de tratar adecuadamente la infección y la más peligrosa a largo plazo, desarrollo de resistencia a los antibióticos.
La peligrosidad radica en que una menor eficacia al antibiótico, las bacterias pueden llegar a mutar para defenderse y ahí es donde se complican las copas que consumiste durante el tratamiento.
Por estas razones todavía siguen vigentes esas mentiras que datan de la Segunda Guerra Mundial y es preferible abstenerse unos días de tomarse una cerveza o una copa de vino, que luego tener consecuencias irreversibles y que pueden terminar de manera fatal.
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