«¿Señor, es esta isla el último fuerte de Satán?». Esa fue la pregunta que atormentó al misionero estadounidense John Allen Chau, de 26 años de edad, antes de ser asesinado por la tribu aislada de Sentinel del Norte, en el archipiélago de Andamán y Nicobar al este de India.
Hasta allí llegó con el objetivo, más cercano a la obsesión, de evangelizarlos. Para «pasar desapercibido», dejó atrás su ropa y se quedó solo con unos calzoncillos negros, contaron los pescadores que lo llevaron cerca de la costa.
Sin embargo, ninguno de sus intentos por acercarse a la comunidad dio buenos resultados. «Sentí miedo pero sobre todo me sentí decepcionado. No me han aceptado desde el principio», escribió en una carta a modo de diario.
Desde donde lo dejaron los pescadores, Chau siguió solo en kayak hasta la isla. Entonces, lo primero que vio fue a dos centinelas que se acercaron a él rápidamente, gritando. «Tenían dos flechas cada uno, sin ensartar, hasta que estuvieron cerca. Grité: ‘Me llamo John, os quiero y Jesús os quiere'», contó.
Pero el amor por Jesús no fue suficiente. A los habitantes de la tribu poco les importaron los regalos que llevó ni sus intentos por comunicarse con ellos en Xhosa, un idioma bantú. Como respuesta, solo consiguió el silencio, flechas y, más tarde, la muerte.
El misionero intentó acercarse varios días en los que iba en kayak de la isla al barco que lo ayudó. ¿Qué les hace ser tan hostiles y estar tan a la defensiva?», se preguntó en su diario después de que un chico le lanzará una flecha cuando intentó entregarle un pescado.
«Si quieres que me disparen y me maten con flechas, que así sea. Pero creo que sería más útil vivo. No quiero morir. ¿Sería lo más inteligente irme y dejar que continúe otro?», reflexionó antes del trágico final.
La última tarde que los pescadores lo vieron con vida fue la del 16 de noviembre, cuando se arriesgó a pasar una noche en la isla. La mañana del día siguiente, cuando pasaron cerca, vieron cómo los miembros de la tribu enterraban un cadáver y avisaron a las autoridades, reseñó El Mundo.
Chau sabía a lo que se enfrentaba porque tenía años planificando la misión e, incluso, viajó a las islas de Andamán y Nicobar entre 2015 y 2016. Las autoridades señalan que puso en peligro la salud de la tribu por la exposición a enfermedades externas a su entorno habitual, aunado al riesgo que significa para los oficiales recuperar su cuerpo.
Esta tribu ha vivido apartada durante decenas de miles de años en una isla de 72 kilómetros cuadrados, protegida por una zona de exclusión de unos cuatro kilómetros impuesta por el Gobierno indio, pues no es un secreto que los aborígenes matan a quienes se acercan demasiado, refirió El País.
«No os enfadéis con ellos ni con Dios si muero. Os quiero a todos», pidió Chau en su carta.
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