El día que perdió sus manos salió a las 4:00 de la madrugada a trabajar con la vitalidad que le prodigaban sus 26 años.
Laboraba como liniero de trasmisión en la principal empresa eléctrica venezolana y se trasladó junto a una cuadrilla que realizaría trabajos de rutina de una subestación eléctrica en la ciudad de Guanare, estado Portuguesa, ubicado en el centro occidente venezolano.
“Recuerdo que todo el mundo estaba apresurado, mi jefe inmediato estaba buscando algo en el Jeep pero había otro jefe de todas las cuadrillas y él nos dijo que subiéramos. Yo me adelanté a mis compañeros y subí primero”, contó en una entrevista que concedió a un diario local.
“Al llegar al sitio para iniciar mi trabajo recibí una fuerte descarga eléctrica y caí. Fueron 13.800 voltios que me dejaron inconsciente y con severas quemaduras en ambos brazos, pecho, ojo y oreja”.
A partir de ese momento Edgar no recuerda nada; todo lo que sabe se lo contaron sus compañeros y los médicos. Inicialmente le prestaron los primeros auxilios hasta su llegada al hospital, luego lo remitieron a otra clínica.
“Apenas llegué me amputaron el brazo izquierdo, para ese no había ninguna solución. Además tenía los órganos muy comprometidos y estaba deshidratado. Estaba más muerto que vivo”, dijo.
Cuando despertó, experimentó una rara sensación. Edgar asegura que no reprochó la pérdida de su brazo izquierdo sino que se sintió feliz de tener el derecho.
Sin embargo, quince días después del fatal accidente, a pesar de los esfuerzos médicos, se vieron en la obligación de cercenarle parte del brazo derecho: “Me hicieron amputación de miembros superiores por debajo del codo”.
Después de 48 días de hospitalización, los médicos lo enviaron a su casa, en Barquisimeto, ciudad del centro-occidental estado Lara, situada a 365 kilómetros de Caracas.
Allí le tocó toparse con su dura realidad, aquella que no había percibido por la constante atención de las enfermeras, médicos y de su familia.
En su hogar tomó consciencia que necesitaba ayuda para todo, para bañarse, para comer, para hablar por teléfono.
“Mi papá intentaba sacarme de esto y que yo continuara mi vida rápidamente, pero todos necesitamos nuestro tiempo. Esto se lo digo a los familiares de personas que están pasando por algo así, déjennos vivir nuestro proceso, el cambio es paulatino, hay un momento en que estás listo para salir a calle”, manifestó.
Siete años después del accidente, gracias al esfuerzo familiar, a su actitud inquebrantable y al tenis de mesa, logró convertir una desgracia en un nuevo comienzo.
Antes del accidente jugó béisbol. Tras lo sucedido, buscó retomar la actividad física por lo que le recomendaron que por su discapacidad practicara natación y atletismo.
No sabe por qué motivo se interesó por el tenis de mesa y diseñó una férula con una raqueta pegada que se ajustara a su brazo derecho donde tiene amputado 5 centímetros por debajo del codo, en el izquierdo tiene 3.
“Cuando fui al gimnasio a averiguar para entrenar ya le había pegado una raqueta a otra raqueta, luego hablé con la empresa que fabrica las prótesis y les di las especificaciones de la que quería y es la que uso desde hace un tiempo”.
Su ascenso en este deporte ha sido vertiginoso, a los 15 días de comenzar a practicar ya había acudido a su primera válida en Mérida donde no le fue tan bien; meses después fue a su segunda y le fue mejor, luego volvió a una cita nacional para ganar bronce por equipo.
Verlo jugar impresiona. Tiene velocidad en los movimientos y el peloteo, fuerza y precisión al golpear la pelota, además de vehemencia al celebrar los puntos. “Quiero participar en unos Juegos Paralímpicos, es mi sueño. Entreno con atletas que han tenido esa experiencia, yo también quiero vivirla”.
“Actualmente yo salgo a trotar, voy a fiestas, practico deporte, manejo el celular con el codo y con los dedos de los pies; me di cuenta que mi condición no es tan traumática”, dijo optimista.
“Salir a la calle es una forma de saber que ya no eres el mismo, llega un momento en que te das cuenta que no encajas en el mundo, pero cuando llego al gimnasio con compañeros que también tienen una discapacidad, desaparecen mis traumas y me doy cuenta que a pesar de no tener brazos yo estoy bien”, explicó.
Además del tenis de mesa, Edgar Díaz indaga en la pintura con los pies y se desempeña como como motivador y coaching dando charlas en empresas, colegios, liceos y centros deportivos.
Lleva su testimonio y un mensaje positivo desde su experiencia. “Intento llevar un mensaje alentador para quienes estén pasando por circunstancias difíciles e invitarlos a darle vida a los sueños, porque pese a las adversidades, todo es posible”.
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