Hablar de salmonicultura no es fácil. Hoy me cuesta observar mi pasado en la patagonia sin cuestionar parte de mi pequeña trayectoria. Estuve ahí, inmerso en la industria, a un par de minutos de la Laguna San Rafael o del río Exploradores. Visité lugares maravillosos, hice travesías casi novelescas, hasta temí por mi vida un par de veces. Atravesé parte del fiordo con un mar potente, imponente, de desafíos, de destrezas, de pensamientos, recuerdos y algo de suerte. Vi ballenas, muchas veces me acompañaron delfines de la zona, Observé mantarayas enormes, arcoiris, hice buceos espectaculares, tal vez los mejores de mi vida.
Creo que tal vez estar ahí, posicionado en la industria salmonera, aprendí cuan valioso es cuidar nuestro entorno, sus especies y su ecología. En la industria salmonera fui testigo directo de cómo se destruía el medio ambiente. Cientos de veces vi aves silvestres consumiendo alimento con antibióticos para peces, estas aves ya no salen a buscar su alimento, su nueva conducta es sedentaria, alimento hay a destajo. Me cuesta recordar, son muchas cosas, demasiadas etapas que hoy me hacen reflexionar. Recuerdo que en mis primeras aventuras tuve la oportunidad de recorrer canales y fiordos, por ese entonces pude bucear bajo centros de cultivos y el espectáculo era impresionantemente desastroso, desesperante, lleno de irracionalidad. Cuando recuerdo esa imagen de muerte sobre muerte, de fecas sepultando especies inocentes, me llega la angustia. Sé que el tiempo avanza y la estupidez humana aumenta y como resultado más muertes de especies. El descontrol hace gala, por lo siniestro que esto parezca. Sumar a esto, los malos tratos laborales, muertes de buzos por año y las malas condiciones laborales, es redundar en lo que tenemos en nuestros ojos.
No es extraño escuchar en la industria salmonera sobre servicios que se dedican a matar lobos marinos a punta de escopetas, a ese nivel es la irracionalidad. La intervención humana no respeta nada, a los lobos marinos les quitan su espacio para luego matarlos. No me gustaría que alguien entrara a mi casa, me expulsara y luego matara a mi madre, para luego yo morir de hambre, ese es el contexto de nuestra regulación.
Hoy la industria salmonera no tiene tan solo una guerra descontrolada contra el medio ambiente, hoy sus dardos apuntan a la pesca artesanal, y eso es a la vuelta de la esquina. Hoy la normativa, no tiene parámetros establecidos para mantener distancia entre un banco natural y una concesión para el cultivo de salmones, todo esto sucede por la negligencia de no existir una definición precisa de banco natural y tampoco una norma clara que resguarde las distancias entre el sector pesquero y la nociva salmonicutura.
La salmonicultura no ha dudado un segundo en destruir la pesca artesanal. Hoy los barrios industriales que se promueven como un modelo que viene a solucionar problemas de la salmonicultura, son el nuevo temor de los pescadores artesanales. Estos barrios industriales vienen a terminar con la pesca artesanal en todas sus partes, ya no les basta con pagar miserias por territorios para corromperlos, ahora el negocio es impulsar un nuevo crimen: la privatización del mar y con esto la muerte de la pesca artesanal como actividad y cultura patrimonial.