Probablemente nuestra memoria no sea tan buena como creemos. Los humanos confiamos en nuestros recuerdos para compartir historias con amigos, aprender de nuestras experiencias o dar testimonio. También para cosas tan importantes como crear un sentido de la identidad personal.
Sin embargo, la evidencia muestra que nuestra memoria no es tan consistente como quisiéramos. Peor aún, sin siquiera darnos cuenta, a menudo somos culpables de cambiar los hechos y agregar detalles falsos a nuestros recuerdos.
Para comprender un poco cómo funciona el recuerdo, podemos pensar en el «juego del teléfono» (también conocido como susurros chinos). En el juego, una persona susurra silenciosamente un mensaje a la persona que está a su lado, quien luego lo pasa a la siguiente persona en la fila y así sucesivamente hasta llegar a una última persona que revela el mensaje.
Cada vez que se transmite el mensaje, algunas partes pueden ser mal escuchadas o mal entendidas, otras pueden ser alteradas, mejoradas u olvidadas inocentemente. Al llegar a destino, el mensaje puede llegar a ser muy diferente del original.
Lo mismo puede pasar con nuestros recuerdos. Hay innumerables razones por las que podemos cometer pequeños errores o agregar adornos al relato de eventos pasados, desde lo que creemos o desearíamos que fuera cierto, hasta lo que alguien más nos contó sobre el evento, lo que vimos en la ficción, lo que soñamos o lo que queremos que otra persona piense. Cuando estas fallas ocurren, pueden tener efectos a largo plazo en cómo recordaremos esos episodios en el futuro.
Como en la narración de cuentos, por ejemplo. Cuando describimos nuestros recuerdos a otras personas, nos damos la licencia artística de contar la historia de manera diferente según el contexto y los participantes. Podríamos preguntarnos si es vital aclarar los hechos o si solo queremos hacer reír al oyente, cambiando los detalles de la historia dependiendo, por ejemplo, de las actitudes o la inclinación política del oyente.
La investigación muestra que cuando describimos nuestras memorias de manera diferente a diferentes audiencias, no es solo el mensaje el que cambia, sino que a veces es también la memoria misma. Esto se conoce como el «efecto de sintonía de audiencia».
En un estudio sobre el efecto de sintonía de audiencia, los participantes vieron un video de una pelea en un bar. En el video, dos hombres intoxicados con alcohol entran en una confrontación física después de que uno discute con su amigo y el otro ve a su equipo de fútbol favorito perder un partido. Posteriormente, se pidió a los participantes que contaran a un extraño lo que habían visto.
Los participantes se dividieron en dos grupos. A un grupo se le dijo que al extraño no le gustaba uno de los dos luchadores en el video. Al otro grupo le dijeron que al extraño le gustaba ese luchador. Como era de esperar, esta información adicional determinó cómo las personas describían el video al desconocido. Los participantes dieron cuentas más negativas del comportamiento del luchador si creían que al extraño no le gustaba.
Sin embargo, lo más importante es que la forma en que las personas contaron su historia, más tarde afectó la forma en que recordaron el comportamiento del luchador. Cuando los participantes más tarde trataron de recordar la pelea de manera neutral e imparcial, los dos grupos siguieron dando explicaciones algo diferentes de lo que había sucedido, lo que refleja la actitud de su audiencia original. Hasta cierto punto, las historias de estos participantes se habían convertido en sus recuerdos.
Estos resultados nos muestran que nuestros recuerdos pueden cambiar espontáneamente con el tiempo, como un producto de cómo, cuándo y por qué accedemos a ellos. De hecho, a veces simplemente el acto de volver a narrar un recuerdo (internamente o a otro) puede ser exactamente lo que lo hace susceptible de cambiar. Esto se conoce como «sugestión aumentada por recuperación».
En un estudio típico de este efecto, los participantes vieron una película corta y luego se les hizo una prueba de memoria unos días después. Durante los días entre ver la película y la prueba final, sucedieron otras dos cosas. Primero, la mitad de los participantes hicieron una práctica de prueba de memoria. Segundo, a todos los participantes se les hizo leer una descripción de la película, que contenía algunos detalles falsos.
El objetivo de estos estudios fue ver cuántos de esos detalles falsos las personas finalmente reproducirían en la prueba de memoria final. Cientos de estudios ya muestran que las personas, sin saberlo, agregan detalles falsos como estos a sus recuerdos, pero este estudios encontró algo aún más fascinante. Los participantes que tomaron una prueba de memoria de práctica poco antes de leer la información falsa, tenían más probabilidades de reproducir esta información falsa en la prueba de memoria final. En este caso, la práctica no hace la perfección.
¿Cuál podría ser la explicación de esto? Una teoría es que «ensayar» nuestros recuerdos de eventos pasados puede hacer que estos sean maleables temporalmente. En otras palabras, recuperar un recuerdo puede ser un poco como sacar el helado del congelador y dejarlo a la luz solar directa por un tiempo. En el momento en que nuestra memoria vuelva al congelador, es posible que se haya deformado un poco, especialmente si alguien ha metido la cuchara en el proceso.
Estos hallazgos nos enseñan mucho sobre cómo se forman y almacenan nuestros recuerdos y podrían llevarnos a la pregunta de cuánto han cambiado nuestros recuerdos más preciados desde la primera vez que los recordamos.
La investigación de Robert Nash y sus colegas de la Universidad de Aston, en Inglaterra, muestra que las personas generalmente están poco interesadas en invertir tiempo y esfuerzo en constatar la agudeza de sus recuerdos. Pero si alguien alguna vez descubre pequeños o grandes cambios en este proceso de recordar y relatar, es poco probable que nuestras preciadas memorias sean 100% exactas para corregirlas. Recordar es un ejercicio de narrativa, después de todo, y nuestros recuerdos no son más confiables que la última historia que nos contamos a nosotros mismos.
Fuente: The Independent