Fue publicado por un médicos inglés que detalla estrategias cuestionables que los laboratorios emplean para vender sus productos aunque estos no tengan ningún efecto positivo en la salud.
La semana pasada el diario inglés The Guardian publicó el adelanto de un libro realizado por uno de sus columnistas, Ben Goldacre, llamado Bad Pharma, un juego de palabras vinculado a Big Pharma, denominación en la que se engloba a los grandes laboratorios fabricantes de medicamentos.
En ese libro, Goldacre detalla algunas de las estrategias más cuestionables la industria farmacéutica utiliza para vender sus productos aunque estos no tengan ningún efecto positivo en la salud.
Entre otros medicamentos, Goldacre se refiere a la reboxetina, una sustancia que se vende como antidepresivo. El autor del libro, que también es médico, devela que solo en 1 de 254 exámenes hubo resultados positivos. Y que precisamente ese fue el único elegido para publicarse en revistas especializadas como prueba de sus efectos. O sea, que la reboxetina “no era mejor que una pastilla de azúcar”, un placebo, asegura Goldacre.
Pese a los estudios que confirmaron que la reboxetina no era mejor ni peor que otros medicamentos de su tipo, sigue vendiéndose y prescribiéndose.
Y Goldacre pone el dedo al referirse a los ensayos en los pacientes: “Tienden a beneficiar al fabricante. Cuando arrojan resultados que no agradan a las compañías, tienen todo el derecho a esconderlos de los médicos y los pacientes, para que veamos una imagen distorsionada de los verdaderos efectos de cualquier droga. Los reguladores ven sobre todo datos de ensayos, pero solo de las primeras etapas de una droga e incluso ellos no dan estos datos a los médicos o los pacientes ni a otras áreas del gobierno. Esta evidencia distorsionada se comunica entonces y se aplica en una manera distorsionada”.
En el mismo sentido, otro punto sobre el que echa luz Goldacre es una investigación realizada hace un par de años por académicos de las universidades de Harvard y de Toronto que buscaron la relación entre estudios positivos de nuevos medicamentos (antidepresivos, drogas para úlceras y otros) y la entidad que había financiado dichos estudios. La desigualdad es muy llamativa: mientras que el 85% de estudios financiados por industrias privadas arrojaron resultados positivos, esto mismo se cumplió solo en el 50% de los que pagó el Estado.
No caben dudas que el libro abrirá una fuerte polémica. Y quizás alguna consecuencia no deseada para esta industria que genera enormes ganancias en base a la salud de la población.
Publicado en unoentrerios.como.ar