La política es -según certeramente se ha dicho- una obra de arte colectiva, en la que los ciudadanos asumen o deberían tener un rol protagónico.
Ninguna persona, con elementales nociones civiles, puede poner en duda la importancia de la Política, entendida ésta -tradicionalmente- como “el Arte de Gobernar”.
Si bien se trata de un concepto de extrema amplitud -Política como filosofía, como ciencia y como arte-, no cabe duda alguna que es la acción su centro focal y por eso, en ninguna otra disciplina conocida resulta más elocuente y certera la expresión “por sus frutos los conocerás” -en el Cristianismo- o “los hechos son porfiados” -en el marxismo, su lado “opuesto”-.
Ciertamente la acción -propia de la “caridad”, 3ª Virtud Teologal- asume en el campo político una dimensión todavía mayor. Pudiendo asociarse su importancia -como sostiene Maurice Blondel– con el hecho de que “toda acción humana es el movimiento originario de la voluntad que surge en el interés del sujeto” y suele obedecer a una idea o a un sentimiento. Y así “un seguimiento atento de la dinámica intrínseca de la acción, lleva -inclusive- a la trascendencia”.
Tan clara e inequívoca es la significación de la Política -con mayúscula- que cuando le preguntaron a Einstein cuál era entre todas las disciplinas la más importante, no titubeó en responder: “La Política”.
Ya antes, Rousseau afirmaba que los pueblos alcanzaban a progresar en la medida que sus gobernantes les dieran las condiciones. Y es por eso que, cuando algunos ciudadanos que se dicen “políticos” porque aspiran a funciones de naturaleza política, es absolutamente fundado y legítimo esperar de ellos lo mejor. Precisamente por este motivo, se les elige o debieran ser electos. Y nadie pone en discusión el hondo privilegio que debe significar ser uno de los “elegidos”. Aún en Teoría de Valores, como escribe Max Scheler, su “verbo rector” es “selecto o vulgar”. Lástima grande que, en la realidad histórica presente, nuestro pueblo no siempre ha sabido “elegir bien”, siguiendo así el ejemplo de Jesús: aquellos sencillos pescadores, cuando “electos”, asumieron su noble investidura de Apóstoles, con la debida humildad y vocación. Claro es que allí el Espíritu Santo ejercía su papel.
Y son precisamente estos breves alcances los que asumen una dimensión y proyecciones particularmente graves y preocupantes cuando asistimos -en estos días- a las diatribas o acusaciones cruzadas entre dos personajes “políticos” criollos: uno, que ha sido ministro y aspira a ser postulado como candidato presidencial –Andrés Velasco– y el otro, que ha sido Presidente del Senado de la República y de un partido político concebido en su origen como defensor de la democracia, (el PPD) Guido Girardi.
Las iniciales “denuncias” por algo así como ejercer “presiones indebidas”, formuladas a través de un divulgado programa en TV (“Tolerancia Cero”) -la TV es el Nuevo Orden, decía un ex presidente norteamericano- provocaron inmediatas reacciones. Y, en contrapartida, al “acusador” el afectado lo culpaba de otros cargos: desviarse muy hacia la derecha. Y, casi instantáneamente, se sumaron otras declaraciones, incluyendo un ex Presidente de la República.
Pero el hecho fundamental y de fondo, es ciertamente ¡otro!:
Este episodio no hace sino poner al rojo el creciente descrédito de nuestra llamada “clase política”. Y constituye otra paradoja el hecho de que ambos “contendientes” militan en bloques políticos hoy minoritarios, aunque acaparan la atención de los medios. En tanto que la verdadera mayoría –según las últimas encuestas- está profusamente diseminada en innumerable cantidad de grupos o grupúsculos que no han sido aún capaces de unirse y enderezar en una sola dirección. Y, naturalmente, como se trata de Política, para alcanzar el gobierno mismo de la República. Teniendo en común no ideologías políticas que representan viejas ortodoxias -sean de derecha o de izquierda- con que se ha defraudado a la mayoría de nuestro pueblo, sino un programa consensuado. En el cual se jerarquicen las más elementales, urgentes e impostergables medidas de bien público, que deben comenzar por la Educación, la Salud y la Regionalización conocida como descentralización, no apenas limitada al ámbito meramente administrativo.
Teniéndose en cuenta los hitos históricos que ya en los inicios de nuestra emancipación nacional, pusieron a Chile a la cabeza de las naciones latinoamericanas. No tan sólo por su organización político-administrativa, sino también por su mejor Educación. La que hoy, internacionalmente, merece la afrentosa calificación de 3 a 4.
Pero debiéndose ahora enriquecer, ante de la magnitud del desafío y en un mundo donde son esencialmente otros y extranjeros los que mueven los hilos del poder económico y político. Y hacerlo con principios y valores, especialmente de orden moral. Pues, en rigor, la Filosofía Política -ningún gran líder dejó de filosofar- ha de tener “carácter sustantivo” y por ello inclusive, ser capaz de “formular juicios de valor”. Como los relativos al bienestar, la moral, y la justicia.
Por todo lo cual -y gracias por recordarlo al país, señores Velasco y Girardi- el circo político y la farándula distractiva o hedonista, deben a lo menos “tomarse vacaciones”. Lo avanzado de este proceso de descomposición, tal vez más grave que en la época de Enrique Mac Iver, cuando éste pronunciara su célebre discurso sobre “La Crisis Moral de la República”, nos obliga cabalmente a decidir cuál será nuestra Opción de Democracia:
¿Política -así con mayúscula- o Fanfarria -también con mayúscula-, porque nada hay más intoxicante y nefasto, que las cosas a medias tintas.
Por Mario Osses Quirós
Abogado. Ex – Asesor de la Presidencia de la República (Chile: 1971 y Bolivia: 1985)
El Ciudadano Nº129, segunda quincena julio 2012