El 10 de enero de 1929 apareció por primera vez Tintín, el reportero eternamente joven, protagonista de las famosas historietas que han dado la vuelta al mundo.
Su creador fue Georges Prosper Remi, un historietista de nacionalidad belga, más conocido por el seudónimo artístico de Hergé, por ser esa la pronunciación en francés de sus iniciales invertidas.
En su debut, Tintín fue a la Unión Soviética para informar de lo que allí pasaba a los lectores del semanario infantil Le Petit Vingtième, relata un informe publicado por La Voz de Galicia.
Hergé, en sintonía con el ideario católico de sus editores, había elegido Moscú como su primer destino para denunciar las supuestas vilezas del régimen comunista.
Y, para la segunda, llevó su personaje al Congo, precisamente para ensalzar las supuestas virtudes del gobierno belga de su colonia africana.
Ambas obras quedaron como testimonio de la ingenuidad confiada del dibujante -por la que se disculparía pasados los años- y de las fuentes erróneas que manejaba: algo que jamás se perdonaría.
Durante años, la posteridad fue severa con las aventuras soviéticas y congoleñas de Tintín, sin conocer las exitosas reediciones de los álbumes que los sucedieron.
La visión paternalista de comienzos del siglo XX de Tintín en el Congo no soportaba bien la del arranque del XXI: en el 2012 se juzgó, a petición de un ciudadano belga de origen congoleño, si se debía prohibir o no por constituir una “apología de la colonización” y del racismo, según el demandante. La justicia absolvió el cómic.
A partir de esos dos “pecados de juventud”, como los calificó Hergé, el dibujante se esmeró en la preparación de sus futuros trabajos, para los que se documentó minuciosamente.
Tintín en América todavía peca de una imagen estereotipada, pero el encuentro en 1934 con el estudiante chino Zhang Chongren le abrió los ojos a la necesidad de ser más riguroso con su retrato de la realidad, en especial la de los países más distantes.
El loto azul, la continuación de Cigarros del faraón, no solo se beneficiaba de un dibujo minucioso, sino que Tintín se ponía de parte explícitamente del pueblo chino frente a la expansión imperialista japonesa.
El rechazo a los totalitarismos afloraría de nuevo en El cetro de Ottokar -con las tensiones provocadas por la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1937- y El asunto Tornasol -enmarcado en los años de mayor nerviosismo de la Guerra Fría-. El último álbum completo, Los Pícaros, recurre a la farsa y al esperpento para denunciar las dictaduras.
En esta última aventura Tintín está muy lejos de ser el aventurero aguerrido pero inocente de sus comienzos. Ha cambiado los bombachos por los vaqueros y luce una pegatina de “haz el amor y no la guerra”; reticente, casi descreído, se resiste a involucrarse, cosa que al final solo hace por el verdadero valor de las historias del reportero: la amistad.
La celebración con motivo de las nueve décadas del reportero -y su fiel Milú- se centran, precisamente, en Tintín en el Congo. En días pasados salió a la venta una edición digital del álbum en color, que Hergé redibujó por completo en 1946, lo que aprovechó para rebajar las referencias coloniales y, de paso, introducir una mayor sensibilidad animalista.
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