Platón aconsejaba probar el vino después de los 18 años y hasta los 30 exigía que se probara con mesura. Después de los 40 lo recomendaba como rejuvenecedor. La cerveza es la bebida alcohólica más antigua que se conoce. Ya en el siglo VIII a. C. los chinos ya conocían aguardientes a base de la cerveza de arroz. Una breve historia del copete por acá:
La cerveza es, según los registros hallados, el modificador del ánimo más antiguo después del opio. Unas tablas cuneiformes de 4.200 años de antigüedad aconsejaban beber cerveza a las mujeres durante la lactancia.
La preocupación por la calidad de un buen mosto es antigua. El artículo 108 del Código de Hammurabi, redactado en el siglo XVIII a. C., decía que “si una tabernera rebaja la calidad de la bebida, y esto fuese probado, la arrojarán al agua”.
Los griegos acostumbraban designar un maestro de ceremonias que regulaba la administración del vino según observara el grado de embriaguez de los invitados. Como la concentración de alcohol por fermentación no supera el 14%, los vinos de la Antigüedad se acompañaban de otras sustancias, como opio y cannabis. El vino de Dionisio era el vehículo para participar del éxtasis de la creación.
Demócrito y Galeno, años después, mencionan el vino resinato, inventado por los egipcios a base de cannabis y mitra. Sófocles acusaba a Esquilo de no saber ni lo que escribía por estar todo el día empinando el codo.
Platón aconsejaba probar el vino después de los 18 años y hasta los 30 exigía que se probara con mesura. Después de los 40 lo recomendaba como rejuvenecedor. Siglos después, Albert Hoffman, descubridor del LSD, vivió pasados los cien años bebiendo todos los días antes de dormir una copa de vino y colgándose unos 20 minutos cabeza abajo. Hoy, las propiedades antioxidantes del vino ya son reconocidas por la ciencia.
El registro más antiguo de un destilado de alcohol lo escribió el alquimista chino Ko Hung en el siglo IV d.C., aunque Antonio Escohotado sospecha que ya en el siglo VIII a. C. los chinos ya conocían aguardientes a base de la cerveza de arroz.
La historia occidental atribuye al poeta Ramón Llull, del siglo XIII, el primer destilado: el aqua vini, que sería el primer brandy. La receta es fermentar vino durante 20 días en una caldera de estiércol de caballo y luego destilarlo con un alambique, invento egipcio modificado por lo alquimistas, quienes hicieron pasar el serpentín por un medio frío. “Su sabor supera el resto de los sabores y su aroma el resto de aromas. Es de maravilloso uso y comodidad un poco antes de entrar en combate para darle valor a las tropas” -escribió Llull, quizás adelantándose a las etiquetas que hoy rotulan los vinos.
Como los destilados permiten una embriaguez más rápida, las combinaciones posibles de fuentes y aromas se multiplicaron. El negocio era destilado y plata. Tan así que el gremio de los destiladores se constituyó antes que el de los médicos.
Benedictinos y varias órdenes religiosas cambiaron de giro y pasaron de los rezos a elaborar licores. A su vez, en los monasterios se componían himnos casi dionisiacos celebrando las virtudes del alcohol, como el Carmina Burana. La producción era para las fiestas religiosas de Semana Santa, donde se bebía cual griegos en su culto a Dionisio, siendo la única oportunidad para siervos, artesanos y campesinos de embriagarse.
Con la expansión de la vieja Europa en el siglo XV, el alcohol se expandió por el mundo. Los holdings económicos de la época se asentaban en el comercio de esclavos, azúcar y ron. McKenna comenta que unido a la marginación social, el despojo de tierras y el floreciente comercio de bebidas alcohólicas, nació una ‘sub clase alcohólica e idiotizada’. Imagen muy similar a la que hoy vemos bebiendo cervezas en la publicidad de cada partido de fútbol.
Tanta libación provocó sus detractores. Así surge en Massachusetts en 1650 la primera prohibición del alcohol, el tabaco y la holgazanería. La cruzada es seguida en 1785 por el fundador de la Asociación Pisquiátrica Americana, Benjamín Rush, quien publicó un informe de los daños provocados por el alcohol. En 1869 nace el Partido Prohibicionista y en 1895 la Liga Anti-Saloon en Estados Unidos. En 1917 el reverendo Sam Small anunciaba que cuando lograsen prohibir el alcohol “nuestra América, victoriosa y cristianizada, se convierta no sólo en salvadora, sino en modelo y censor de la reconstruida civilización mundial del futuro”. No en vano las políticas de drogas impuestas por Estados Unidos a partir de 1912 terminarían siendo las primeras políticas desde el imperio con alcance global.
En 1919 el Congreso aprueba la War Prohibition Act, que ilegalizaba la fabricación de bebidas alcohólicas. Un año después entra en vigor la Ley Seca, destinada a parar los 7.570 millones de litros de bebidas alcohólicas que en ese momento consumían los 122 millones de norteamericanos. Para tamaña cruzada se nombró a 2.500 agentes, aunque el propio alcalde de Nueva York, Fiorello la Guardia, en una entrevista reconoció que para cumplir la ley sólo en su Estado necesitaría 250 mil policías “más otros 200 mil que se encarguen de vigilarlos”.
Los 13 años que duró la Ley Seca dejó una estela de corrupción y crimen en la sociedad norteamericana que hoy recuerdan las películas sobre Al Capone. Al igual como ocurre hoy con las drogas prohibidas, la producción clandestina en destilerías domésticas dejó un saldo estimado en 35 mil muertos y más de medio millón de inválidos, ciegos o paralíticos por beber licores adulterados. Otro efecto fue abarrotar las cárceles con medio millón de delincuentes. A la par enriqueció a las mafias, las que movilizaban unos 10 millones de dólares por día por el tráfico de alcohol. Al Capone al ser detenido se defendió diciendo que “gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación. Todo el país quería aguardiente y organicé el suministro de aguardiente. Serví a los intereses de la comunidad”.
Por Mauricio Becerra Rebolledo
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