La sensación que reinaba en el ambiente era similar a la que genera una barra brava que quiere aplastar a sus contrarios. Estaban eufóricos, se creían invencibles.
Había pasado solo una hora y unos cuantos minutos después de que el presidente de la Asamblea Nacional (AN) en desacato, Juan Guaidó, consumó la estrategia que le dictó Estados Unidos y la mayoría de los gobiernos que integran el denominado Grupo de Lima.
Guaidó lo hizo. En la Plaza Juan Pablo II, en el municipio Chacao, en la Gran Caracas, se autojuramentó este miércoles 23 de enero como el «presidente» de su anhelado «Gobierno de transición» en Venezuela.
El episodio recordó el conocido Carmonazo, aquel día cuando Pedro Carmona Estanga hizo la misma gracia durante el golpe de Estado contra el entonces presidente Hugo Chávez, en abril de 2002.
La osadía de Guaidó, ilegal e inconstitucional por demás, bastó para desatar la euforia de sus seguidores. Un silencio intermitente invadió la ciudad y volvió a reinar, como en las guarimbas de 2016 y 2017, la incertidumbre.
Mientras Guaidó hacía una visita obligatoria en la Embajada de Colombia, cuyo Gobierno apoya su aventura golpista, una parte de sus entusiastas seguidores caminó hacia Plaza Venezuela, en pleno centro de Caracas.
La mayoría vestía ropa blanca, tenían banderas y usaban la ya famosa gorra tricolor. Llevaban pitos y también máscaras para enfrentar gases lacrimógenos, esos que tienden a atribuir a la represión pero que, a veces, provocan con sus acciones.
Iban felices, pero no estaban del todo claros en el capítulo siguiente del plan. Ya en Chacaito se originaron algunas escaramuzas y muchos subían y bajaban las calles corriendo. Hablaron de perdigones y de bombas lacrimógenas.
Olían a vinagre, otros a perfume. Siguieron caminando hacia Sabana Grande. «Brujas», «Ustedes también se están muriendo de hambre y siguen apoyando al mamagüevo ese», eran algunas de las cosas que le decían a los funcionarios de la Policía Nacional y de la Guardia Nacional Bolivariana que se encontraban en el camino.
El odio era evidente. Y la contradicción en la ciudad también. En el bulevar de Sabana Grande, algunas zapaterías y tiendas seguían abiertas. Unos venezolanos comían pizza o helados en los comercios de la zona, pues para ellos la rutina seguía normal.
Uno de los motivos por los que todos caminaban a Plaza Venezuela era que en esa zona estaba la estación del Metro de Caracas más cercana, aun abierta. Tanto la de Chacaito como la de Sabana Grande fueron cerradas por motivos de seguridad.
Algunos de los manifestantes aprovecharon para detenerse a comer barquillas en el bulevar y un pequeño grupo formó una rueda muy cerca de la estación del Metro para compartir los tragos de una botella de licor.
Dentro de las instalaciones del sistema de transporte subterráneo no disimularon su euforia ni guardaron las formas. Siguieron tocando pitos, gritando y aupando el «cambio de régimen».
Al grito de «Maduro», respondían «coño e’ tu madre». «No tenemos miedo, fuera Maduro, fuera chavistas», corearon varios grupos cuando se bajaron en sus estaciones de destino.
Se iba propagando el odio. Con la bendición de Donald Trump y el «vayan con Dios» del vicepresidente Mike Pence.
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