En el año 2008, Francisco Sabatini, uno de los sociólogos más importantes del país y, quizás quien más sabe de segregación socioespacial en Chile, planteaba que este fenómeno se ha naturalizado a partir de tres grandes mitos . Lamentablemente y, como era de esperarse, estos mitos también encuentran su reflejo en el entramado escolar.
Mito uno: Da lo mismo donde estudien los inmigrantes, lo importante es que asistan al colegio.
Qué importa donde estudien los niños y jóvenes inmigrantes, si lo realmente importante es que estén en los colegios para que no anden en la calle, para que no estén delinquiendo. Lo crucial es que vayan a la escuela, la segregación escolar es simplemente un efecto secundario, un mal menor. ¡Es más! Hasta podría ser positiva, en la medida que reúne a los niños con sus “iguales” contribuyendo a su integración.
Este tipo de comentarios es frecuente en algunas personas que viven en contextos de inmigración o incluso en algunos intelectuales que saben muy poco sobre educación y espacio. Sin embargo, en la medida que la calidad de la educación chilena, se diferencia más y más en función de los grupos sociales que acceden a ella y, de los entornos geográficos en que ella se produce, la concentración de un tipo particular de estudiantes, en este caso inmigrantes, pero que perfectamente podrían ser también los pobres o, los niños y jóvenes con capacidades distintas, se vuelve más importante que nunca.
La importancia de los pares en el aprendizaje, viendo siendo destacada desde comienzos del siglo XX y, cuando decimos pares, nos referimos a niños y niñas que se vean como iguales y no a que sepan lo mismo. Para que el aprendizaje se produzca, es necesario que quien aprende dote de nuevos significados a su experiencia y, para que esto suceda de forma efectiva, se requieren dos elementos: diversidad de sujetos y riqueza de la interacción. Además, la diversidad de sujetos, permite construir una red de apoyo (concepto tan en boga) que incide directamente en la “geografía de oportunidad” de los niños y niñas que asisten al centro escolar.
Mito dos: A mayor desigualdad social, más segregación escolar.
Al igual como ocurre con la segregación socioespacial, este debe ser el mito más incorporado en el inconsciente colectivo chileno. Ya que es una simplificación extrema de los procesos geográficos que se dan en el mundo escolar, donde la sociedad refleja las diferencias económica, al tiempo que la escuela, refleja a la sociedad.
Sin embargo, desigualdad y segregación no son sinónimos. La desigualdad nos habla de la diferencia de oportunidades a las que pueden acceder los grupos sociales, es un concepto fundamentalmente económico. Por su parte, la segregación, nos habla de la concentración de los grupos sociales en algunos sectores específicos del territorio, es un concepto fundamentalmente geográfico.
Los indicadores educativos chilenos nos muestran en perspectiva comparada (por ejemplo con otros países de la OCDE, ya que son los indicadores que les gustan a los intelectuales de la educación) que, nuestra educación no es tan desigual como segregada. Obviamente, la institución escolar es dinámica y, el afán de la identidad puede impulsar la segregación escolar, de acuerdo a ello, lo que cabe es preguntarnos que identidades estamos formando en las escuelas y, en qué medida esas identidades están segregadas.
Mito tres: A los niños chilenos no les gusta estudiar con niños inmigrantes.
Es un clásico argumento sostener que a los sujetos les gusta estar con sus iguales, moros con moros, cristianos con cristianos, ricos con ricos, pobres con pobres y, obvio, chilenos con chilenos e inmigrantes con inmigrantes. Sin embargo, para los que vivimos en contextos de inmigración y, trabajos en esos contextos, este tipo de afirmaciones no pueden estar más alejadas de la realidad.
Las etiquetas son propias de los adultos y, de la cultura que movilizan esos adultos. Está suficientemente evidenciado que la discriminación no es un sentimiento innato en el ser humano y, mucho menos en los niños, es una práctica adquirida en la cultura, en la vida cotidiana. Los niños no discriminan por religión o nacionalidad y, aunque pueden llegar a ser un poco crueles en sus juegos y su sentido del humor, no tienen mayores problemas en relacionarse con niños distintos, o bien, no muy distintos, pero extranjeros. Los niños y jóvenes que discriminan en sus centros escolares lo hacen porque tienen un patrón de conducta aprendido en sus familias o en los mismos centros escolares.
De ahí entonces la invitación es a nosotros mismos, a reflexionar sobre cuáles son nuestros mitos sobre la inmigración, sobre los y las inmigrantes y, que imagen de ellos compartimos con nuestros niños y jóvenes.
¿Cuáles son tus propios mitos?