Cuando David Chapman le dio cuatro tiros a John Lennon yo tenía siete años. Algunas imágenes televisivas del suceso me quedaron grabadas, como el edificio de la isla de Manhattan en Nueva York, Estados Unidos, donde Lennon autografió a Chapman una copia del disco Final Fantasy esa mañana del 8 de diciembre de 1980, o el Central Park lleno de personas llorando al héroe que iniciaba el viaje hacia el mundo de las leyendas, cosa de la que no me di cuenta en ese entonces. Disfruté el especial nocturno de su música y al día siguiente todo siguió más o menos igual.
La primera vez que viví en carne propia el nacimiento de un dios del Olimpo de la música popular fue con la partida de Gabriel Parra, baterista fundador de Los Jaivas, sin duda la banda más trascendente de la historia del rock chileno. Fue el 15 de abril de 1988 y la noticia, entregada en un “extra” de algún canal de TV, me golpeó directo a la cabeza. ¿Quién va a tocar ahora? Era lo único que pensaba mientras explicaban el accidente que sufrió en la “Curva del Diablo”, cerca de Lima, Perú.
Asimismo, la muerte de Amy Winehouse debe haber impactado a sus seguidores. La chica era decidida y se atrevió a desafiar un mundo lleno de clichés y silicona, con música de gran nivel interpretativo y desfachatez inglesa que bien le podría haber valido homologaciones con el mítico y carretero Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones.
La encargada de revitalizar el Soul, que con imaginación y talento mezcló con el Rhythm and Blues y el Hip Hop, murió en su casa de Londres y aún no se sabe qué provocó la tragedia. Obviamente todos apuestan a sobredosis de algo, dadas sus varias y reconocidas adicciones. Que alcohol, medicamentos, drogas duras, las especulaciones van y vienen mientras los noticiarios repiten mil veces las imágenes del concierto donde Amy, notoriamente ebria, apenas se mantenía en pie.
Si así fuese, poco importa, porque Winehouse ya es un nuevo habitante del Olimpo rockero. Deja dos discos, su elogiado debut de 2003 con “Frank” y el ganador de cinco Grammys, el ya mítico “Back to Black” de 2006. Deja también una fortuna de 15,3 millones de libras esterlinas (más de 24 millones de dólares) y según informan medios ingleses, mucho material inédito del que seguro saldrá un póstumo que fabricará mucho más dinero, pero que para los viudos y viudas de Amy será como el oxigeno.
Nunca sabremos dónde habría llegado esta inglesa zafada que se sentó en la fineza británica, como no sabemos qué estaría tocando Víctor Jara, o Violeta Parra, o George Harrison, o Freddy Mercury, o Kurt Cobain, o Luca Prodán, o Miguel Abuelo, o cuántos discos hubiesen grabado Gardel, Andrés Bobe, Nino Bravo, Ritchie Valenz, Tanguito, Robert Johnson o Janis Jopplin.
Si tan solo Lennon hubiese escrito una canción más, o Jimy Hendryx, o Jim Morrison, o Bob Marley, o Gardel, o Elvis.
Todas y todos llevados al Olimpo en circunstancias trágicas, dramáticas, violentas, injustas, inesperadas.
Amy Winehouse es una partida que suma un alma indomable más a todos ellos. Qué importa si fue coca, heroína, crack, Sida, suicidios, asesinatos (aunque el de Víctor Jara requiera una separata), o accidentes. Cualquiera de estos sucesos sería utilizado para mostrarnos lo peligroso del mal camino, de perderse en los laberintos de las necesidades básicas de los humanos, cosas que en el Olimpo del rock nadie pregunta porque a nadie le importa.
A mí, personalmente, tampoco.
Por Víctor Vargas
Tesoro humano muerto
El Ciudadano Nº132, primera quincena septiembre 2012
Fuente fotografía