Tras estas últimas elecciones municipales ha salido a la luz lo que algunos denominan como descompromiso cívico y otros como el agotamiento del sistema político, menos de la mitad de los chilenos ejercieron su derecho a voto y frente a esta alta abstención comienzan a emerger observaciones sobre la real legitimidad del voto voluntario. Resulta aún más preocupante para nuestra democracia cuando se trata de elecciones que atañen directamente lo local, y que definen de forma más directa la administración del territorio habitado, nuestras comunas.
La abstención tiene una lectura clara y evidente, el estancamiento. Comienza a imperar la convicción de que el sistema político no tiene la capacidad de ejecutar, desarrollar y concretar ideas sobre lo público, sobre el bien común. El sentido de lo público en la sociedad ha entrado en una fase de crisis. La falta de participación representa una desesperanza aprendida, producto de un individualismo aprendido, ya que en tanto el sujeto se encuentre conforme con su existencia material carece de una referencia o idea que lo movilice hacia la construcción colectiva, en parte por un desconocimiento hacia lo público y también por un agotamiento de las referencias ideológicas que han ido estructurando una suerte de negligencia cívica. Se ha perdido la esperanza en proyectos colectivos y peor aún que el sistema político sea capaz de crearlos y ejecutarlos. La alta abstención refleja un fenómeno de individualización promovido por el cese de ideas, ergo el ciudadano comienza a entrar en una espiral donde siente que cualquiera que “administre el boliche” lo hará relativamente bien, mientras no hayan hoyos en las calles, no proliferen los perros vagos, que me saquen la basura dos veces por semana como mínimo, etc. estará conforme.
Por otro lado, los dirigentes políticos hablan de “reencantar” como se si tuviese cual hada una varita mágica para cambiar las conciencias sobre el sentido de la participación. Por el contrario, lejos queda el pensamiento discursivo de “convencer” en virtud del razonar, del consenso de ideas en base al acuerdo y el diálogo, ello ha sido remplazado por la búsqueda del encantamiento ligado al emocionar. Así apelar al encantamiento es seguir construyendo al estancamiento, porque el sistema democrático comienza a estructurarse discursivamente en función de emociones pasajeras ya sea de encantamiento o desencantamiento -que un candidato me caiga bien o mal-, emociones momentáneas de corto plazo, por el contrario la política y la construcción de las ideas colectivas siempre debiesen tener una visión de largo plazo.
Ante la minoría que ejerce su derecho a sufragio queda la interrogante de que si supuestamente se debiese obligar a votar considerándolo un deber cívico. Frente a esto es necesario recalcar que decidir “no decidir” es también una decisión, pero dejar que otros decidan por uno es la peor de las decisiones. Aún así considero que el voto debe ser voluntario, ya que el ciudadano se hace responsable también de su acto de omisión en tanto igual deba seguir viviendo bajo las reglas de un país, y por lo tanto reciba las consecuencias de su “decisión”. A su vez que una minoría decida por convicción, es mucho mejor a que una mayoría lo haga negligentemente por obligación. Si embargo, La abstención alimenta aún más la individualización de las ideas ya que lo que ocurrirá en el discurso político es que muchos individuos cuales átomos aislados se proclamen como parte de ese “mayoría no votante” y en otros casos como representantes de esa masa que no vota, ello generará una fragmentación mayor de las ideas y los proyectos colectivos, ya que hoy por hoy es mucho más fácil ser una disidente que un convencido.
Por Javier Zárate
Sociólogo