En la última década del siglo XIX, la economía chilena se encuentra fuertemente sustentada en la explotación del salitre con una burguesía cada vez poderosa y más déspota al mismo tiempo.
En este período de nuestra historia, tanto la economía como la política consagran una fuerte diferenciación social y cultural entre el pueblo trabajador y la “élite” que ostenta el poder tanto político como económico. Esta gran brecha, que se refleja claramente en las precarias condiciones de vida la clase trabajadora versus la bonanza económica de los empresarios ingleses a cargo de la explotación del salitre, finalmente provoca que los problemas sociales y de clase se vayan rápidamente agudizando.
Los sectores populares, compuestos por obreros y campesinos, que constituían el 57% de la población en 1907, jamás recibieron los beneficios reportados por el auge del salitre que llenaba las manos de los empresarios extranjeros. El Norte Grande registró el mayor crecimiento demográfico del período, un 65% entre 1895 y 1907. Sin embargo, este crecimiento demográfico no implicó mejoras en la calidad de vida de las y los trabajadores que eran desplazados del campo a las salitreras, sino por el contrario se convirtió en una explotación aún mayor.
Las y los trabajadores y sus familias vivían hacinados en campamentos con habitaciones construidas de material ligero que ni siquiera les protegían de las inclemencias del clima pampino. Las condiciones de higiene y salud eran deplorables pues no se contaba con los más mínimos recursos para atender a los trabajadores. La jornada laboral era de doce y catorce horas diarias, sin descanso (recién en 1907 se hizo obligatorio, pero aun así no se dio cumplimiento). Y el sistema de pago de su trabajo se traducía en fichas que sólo podían ser canjeadas en las pulperías de los mismos empresarios, lo que constituyó uno de los principales motivos de huelga (entre ellas la trágica matanza de Santa María de Iquique) pues el valor de las fichas no era respetado y el obrero dependía de la voluntad del patrón para saber si su salario le alcanzaba siquiera para comer.
Esta crisis propiciada por la avaricia del patrón tuvo su primer gran efecto en 1890 en “La Huelga General” (para algunos historiadores, la primera huelga de América Latina). El estallido de esta huelga, que se extendió por Antofagasta, Tarapacá y Valparaíso, significó un tremendo impulso para que el movimiento obrero y proletario fuese tomando fuerza y consolidándose en las décadas siguientes con la creación de diversas organizaciones políticas y sociales de carácter clasista.
Esta gran huelga permite además que la mujer trabajadora asuma un rol protagónico dentro del movimiento y comience a formar sus propias organizaciones de carácter feminista. Es así como en 1891 la fuerza de la mujer trabajadora se hace presente con la aprobación de los estatutos de la primera mutual de mujeres “La Sociedad de Protección de la Mujer” creada en Santiago. En ella, además de la protección y reivindicación de los derechos de las mujeres, cobran preponderancia elementos sociales y educativos relacionados con la creación de escuelas para mujeres, cajas de ahorro, talleres y creación de empleos.
Así, se comienzan a multiplicar, especialmente en el norte del país, las sociedades de socorros mutuos femeninas reivindicando el derecho de la mujer a liderar las organizaciones obreras y a pelear la igualdad de derechos con los hombres en el trabajo.
El inicio de siglo trajo consigo la profundización de la desigualdad y con ello la radicalización de la protesta obrera y popular transformándola en la denominada “Cuestión Social” originada por la precarización de las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población y que culminó en una protesta social que cobró una fuerza inusitada hasta ese entonces.
Surgen entonces las primeras organizaciones para construir conjuntamente un “política popular” desde el mundo obrero, que considera tanto a hombres como a mujeres trabajadores como imprescindibles para el desarrollo de este proceso.
Teresa Flores, lucha por la emancipación obrera
En este contexto de grandes transformaciones sociales y económicas en la que el resurgimiento y empoderamiento de la clase trabajadora se hace presente con más fuerza que nunca, nace en Iquique el 1° de enero de 1891, Teresa Flores, hija de la costurera María Flores y López.
Sin una información fiable respecto a su infancia y juventud, solo podemos asegurar (basados en los relatos en torno a su figura) que desde muy pequeña mostró gran interés por la naciente lucha de la clase obrera contra la burguesía, y que a muy corta edad comenzó a jugar un rol activo en distintos espacios sociales y organizaciones de base de la clase explotada.
Revelándose contra la sociedad impuesta por la patronal, representada en el norte del país por los grandes empresarios del salitre, Teresa se sumó rápidamente a las tareas emancipadoras. Junto a su compañero, Luis Emilio Recabarren, se dieron a la tarea de organizar y formar políticamente a los obreros del salitre, con el objetivo de luchar contra la opresión y explotación de los capitalistas de la época.
Recorrieron juntos el norte grande, sumando fuerzas proletarias a la organización, realizando grandes conferencias en distintas ciudades y asentamientos. Aún es posible encontrar en periódicos de la época como el “Despertar de los Trabajadores” los titulares que acompañaban estos grandes encuentros. Gran hecho histórico del trabajo revolucionario que realizaron es la fundación en 1912 del Partido Obrero Socialista (que después se convertiría en el Partido Comunista de Chile).
A poco andar de la fundación del Partido Obrero Socialista, Luis Emilio Recabarren realiza una invitación a la librepensadora, anarquista y anticlerical española Belén de Sárraga para que realice una serie de conferencias por el norte del país. Es aquí donde Teresa, atraída por la fuerza de las convicciones de la librepensadora, insta a sus compañeras de lucha a fundar el Centro Femenino Anticlerical “Belén de Sárraga” que tiene un carácter completamente anti eclesiástico y que permite a Teresa ahondar en un proyecto político feminista y que se cruza con el Partido Obrero Socialista en su componente revolucionario.
Así, en 1913 se funda en la ciudad de Iquique el Centro Femenino Anticlerical “Belén de Sárraga”, una de las primeras organizaciones de mujeres en Chile con una orientación revolucionaria y que se convierte en uno de los más importantes hitos en el movimiento feminista de nuestro país.
El trabajo fundamental de este centro fue formar políticamente a cientos de mujeres en el socialismo, el anticlericalismo y el feminismo, potenciando sus capacidades de discurso, oratoria y declamación con el propósito de posicionar a la mujer como líder política, sindical y social.
El Despertar de Los trabajadores se convierte en el medio de difusión de las actividades que Teresa Flores realiza tanto para potenciar la formación del Centro de Librepensadoras de Iquique como del Partido Obrero Socialista. Es en este espacio donde Teresa y otras mujeres dan pie a sentidos discursos, artículos y conferencias relacionadas con la reivindicación de la mujer y su importancia dentro de las luchas sociales y sindicales.
En el año 1917 impulsó la creación de un Consejo Federal Femenino. Desde aquí se formaron comités de mujeres desde donde idearon tácticas de protesta completamente revolucionarias para la época: Se tendían sobre las vías férreas y los accesos a los yacimientos mineros para evitar la entrada de rompehuelgas a los campamentos y desde el comité de dueñas de casa, impulsado por Teresa Flores, surge una de las más recordadas formas de lucha de la mujer trabajadora: “La huelga de cocinas apagadas”.
Las compañeras se dan cuenta del carácter estratégico de la cocina dentro del sistema de vida de los campamentos y astutamente las utilizan como forma de presión para impulsar las huelgas. Operaban de la siguiente forma: Si no encontraban los víveres básicos en la pulpería o descubrían alimentos en mal estado o sucios, se ponían de acuerdo, botaban las ollas y se negaban a cocinar. Esta estrategia comenzaba en los campamentos donde apagaban todas las cocinas y si alguien pretendía boicotearlas, las sofocaban tirando agua por las chimeneas.
De esta forma obligaban a los trabajadores a ir al paro puesto que no encontraban que comer en sus casas y en conjunto con ellos, desde los sindicatos, iban a exigir a la patronal responder a sus justas demandas.
A modo de conclusión, resulta fundamental recuperar la figura de la compañera Teresa Flores y su mirada desde el feminismo clasista y combativo. El revisar estrategias revolucionarias de la mujer trabajadora a inicios de siglo nos hace reflexionar sobre las tácticas y estrategias que hoy realizamos para combatir el avance del capital y la precarización laboral, que distan bastante de las valientes acciones de las compañeras pampinas.
Teresa se convierte en un ejemplo para las compañeras y compañeros que hoy, al igual que hace más de 100 años, luchan por derribar el capitalismo y el patriarcado desde los distintos frentes, tales como sindicatos, organizaciones populares y estudiantiles, organizaciones políticas y sociales que se definen como clasistas. Pero también se convierte en un llamado a reflexionar, repensar y asumir posiciones de lucha más radicales y combativas que a lo largo de la historia han demostrado ser la única forma de rebelión y revolución contra el capitalismo y el patriarcado.
Por Cristian Maturana
Asociación Intersindical de Trabajadoras y Trabajadores Clasistas, AIT.
Marzo, 2019