Un diario capitalino publica la carta de un sacerdote católico que protesta por algunas fotografías y escenas que la prensa escrita y la televisión usaron para informar acerca del penosísimo accidente que costó la vida a un grupo de estudiantes del Colegio Cumbres, hace algunas semanas. Un amigo mío, cercano a las enseñanzas de los Testigos de Jehová (no asustarse, por favor, que no iré a golpear las puertas de ninguna casa el domingo por la mañana) protesta por la protesta del cura católico. Dice que no hay derecho que un representante de esa Iglesia (Católica) se altere por las crudas escenas de jovencitas en estado de shock y otras representaciones gráficas de esa terrible tragedia, en circunstancias que la Iglesia de Roma, por siglos y siglos, está haciendo lo mismo con la representación de Jesús, clavado en la cruz, agonizante, con una corona de espinas. El Jesús del Vía Crucis, sangrante, sufriente, en todos los altares, en las paredes, en las gargantillas de fieles que lo llevan colgando tanto cuando van a misa como a una fiesta mundana y hasta en los “santitos” que se reparten entre los niños pequeños. Mi amigo cree que esa representación de Jesús no difiere de la que, guardando todas las proporciones y con su más profundo respeto, hace la prensa y TV en lamentables tragedias, como la aludida.
El envió una carta de respuesta a la carta del sacerdote, pero el diario no la publicó. Mi amigo se siente pasado a llevar.
Pienso en el sacerdote que protestó por los excesos de algunos medios y creo que tiene todo el derecho a hacerlo y hay que agradecerle que plantee una posibilidad de reflexión sobre ese tema ciudadano. Pienso en mi amigo, sintiéndose parte de una de las tantas minorías sin voz, a las que no les publican sus cartas o se les ignora porque piensan diferente. He resumido sus argumentos, con la esperanza de aplacar su angustia de sentirse amordazado. Y aunque es claro que en materias de fe, la razón es un viento de otros planetas, por lo general, no puedo dejar de sentir que la historia sigue dando vueltas. Las mismas vueltas. Acá, mi amigo que considera que la Iglesia Católica ha hecho una representación de un Cristo doliente y lleno de sangre, que no corresponde y que eso impide a un sacerdote católico reclamar por otras representaciones gráficas. En Bizancio, cuando el enemigo estaba entrando ya a esa gran ciudad para destruir ese Imperio para siempre, en los salones donde se ejercía el mando de la ciudad se discutía acaloradamente cuantos ángeles cabían en la cabeza de un alfiler. Seguramente que eso era importante para ellos. Como hoy para mi amigo es importante que se imponga una representación más triunfante de Jesucristo.
Sólo que, en esta vuelta de la historia, la búsqueda de la verdad, aunque con tropiezos, intenta calar más profundo que las discusiones bizantinas o las representaciones del Mesías.
Esta vez, un acelerador de partículas está buscando la partícula elemental hipotética masiva, que también se conoce como la Partícula de Dios (es decir, la partícula que dotó de masa al resto de las partículas e hizo posible el mundo, el cielo, las estrellas, usted, yo…) Por ahora se sabe que el acelerador de partículas ha detenido su espectacular faena, porque dos imanes se descontrolaron con las velocidades y se fundieron. Volverá a su búsqueda en algún tiempo más. Gracias a ese experimento ahora hemos sabido de la existencia de cosas como un habrón, o un bosón . Incluso, del espectacular bosón de Higgs, la partícula divina.
Si el gigantesco experimento, que se lleva a efecto bajo la superficie de las vecindades de Ginebra pretende saber “a ciencias ciertas” cómo se creó el mundo y todo el universo, ya podemos afirmar una primera conclusión. Si Dios hubiese hecho el mundo como creen los sabios –o sea, con una serie de imanes que trabajan con partículas que se mueven a la velocidad de la luz- Dios se hubiese demorado bastante más que siete días. Sobretodo si se le hubiesen quemado un par de esos imanes, como ocurrió en los laboratorios subterráneos cerca de Ginebra.
Lo que yo quisiera es que los sabios descubran que Dios creó originariamente el paraíso, con manzanas y serpientes pero sin prohibiciones ni castigos.
por Alejandro Arellano Allende