A la ‘Cooperación al desarrollo’, el concepto de “desarrollo” no le da solo la mitad de su denominación sino, y sobre todo, gran parte de su identidad. Consagrado en 1949 de la mano de Truman —el entonces presidente de los Estados Unidos quien le promovió como contribución “a la mejoría y al crecimiento de las áreas subdesarrolladas”—, el desarrollo se ve hoy profundamente cuestionado por la crisis socio-ecológica que sacude las bases de la civilización industrial.
¿Por qué es necesario superar el concepto de desarrollo?
Desde la segunda guerra mundial, la historia del desarrollo realmente existente se ha convertido en un programa donde la sociedad industrial es el estado terminal de la evolución social y donde se reduce la amplia diversidad de “los Sures” a una única categoría inferior de “subdesarrollados”. Esta visión economista, reduccionista y determinista —que sigue influyendo, a veces de forma inconsciente, en las formas de hacer cooperación—(1) falla por lo menos en dos elementos básicos: ignora (o no integra lo suficiente) los límites ecológicos del planeta y apuesta casi sin cuestionarlo por el crecimiento económico y tecnocientífico.
La Tierra tiene límites biofísicos tanto para regenerar los recursos naturales que utiliza como para absorber lo que desecha, lo que nos sitúa por ejemplo ante retos como el techo del petróleo (2) y el cambio climático. Fíjense: mientras que la muy institucional Agencia Internacional de la Energía pone el 2017 como la fecha límite para acotar el incremento de temperaturas a niveles no irreversibles, la última cumbre de Durban sobre cambio climático se compromete con un nuevo acuerdo vinculante… en 2020. Sin embargo, como lo probó la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, el bienestar de la humanidad depende en gran medida de la diversidad biológica y de la salud de los diversos ecosistemas del mundo. No tener en cuenta esta realidad básica puede llevar a que el cambio climático de aquí al 2080 exponga a 600 millones de individuos en situación de grave desnutrición (3) o que las mujeres sigan siendo el colectivo más afectado por la cara siniestra de la modernización. Al mismo tiempo, desde una perspectiva de justicia ambiental (4), queda claro que la responsabilidad en este peligroso uso de los recursos naturales por encima de la capacidad del Planeta es muy desigual entre Norte y Sur. Según WWF, Europa y Norteamérica (principales impulsores del cambio global) representan conjuntamente un 12% de la población mundial, un 26% de la biocapacidad y un 38% de la huella ecológica mientras que Latinoamérica y África (principales afectados con otros Sures del cambio global) no supera un 15% de la huella ecológica mundial a pesar de contar con un 21% de la población mundial y un 39% de la biocapacidad (5). Esta dinámica de injusticia ambiental (baja biodiversidad, poca población y rentas altas en el Norte y lo contrario en el Sur) es una causa profunda de la deuda ecológica que debe el Norte al Sur. Marca también la incapacidad biofísica del Sur de alcanzar algún día un desarrollo equivalente al del Norte, puesto que el Norte necesita el espacio ambiental del Sur para mantener el suyo propio: sobredesarrollo y subdesarrollo son dos caras de la misma moneda del desarrollo.
Por otra parte, el desarrollo se sustenta hoy en un pilar demasiado poco cuestionado: el crecimiento (de las cantidades producidas). Sin embargo, hoy sabemos que si bien hasta un umbral de 15.000 dólares por habitante al año, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y las mejoras sociales pueden ir a grandes rasgos de la mano, por encima de este umbral no existe ninguna correlación negativa o positiva entre el aumento del PIB y el aumento del bienestar (6). Es cierto que la cooperación internacional ha dado pasos hacia una concepción más amplia de la riqueza gracias al Índice de Desarrollo Humano (IDH). Sin embargo, el IDH no tiene en cuenta la problemática ecológica, lo que de facto sigue beneficiando al insostenible modelo occidental de desarrollo. De hecho, si introducimos la felicidad y, sobre todo, la huella ecológica dentro de un cálculo de la riqueza de un país —como lo hace el Happy Planet Index—, en los primeros puestos se colocan los países de Centroamérica y del Caribe, y caen a la mitad inferior de la tabla los países del Norte (y la mayoría de los emergentes) (7). Por otro lado, si analizamos los países cruzando su huella ecológica y su IDH (véase gráfico), vemos que en la actualidad ningún país se encuentra en el “cajón de sostenibilidad”, es decir haber alcanzado o mantenido un alto desarrollo humano (IDH>0,8 según la ONU) y una huella ecológica por debajo de un Planeta (<1,8 hectáreas por habitante según WWF). Esta convergencia, si fuera posible en estos términos, no se hará realidad si no asumimos que la tecnología por sí sola no permitirá superar la crisis social y ecológica. Esto es, el modelo desarrollista, que impregna por ejemplo las conclusiones de Río+20, no tiene en cuenta en ningún momento el “efecto rebote”: por mucho que disminuya el impacto ambiental por unidad producida, estas mejoras se encuentran sistemáticamente anuladas por la multiplicación del número de unidades vendidas y consumidas (8). En vez de agrocombustibles contra la crisis energética, de transgénicos contra la crisis alimentaria y de sumideros de CO2 contra la crisis climática, lo que necesitamos es autolimitar la acumulación de riquezas en el Norte (y las élites del Sur) y no seguir con la vía del mal-desarrollo industrial en el Sur.
Ideas clave para una cooperación al posdesarrollo
Ante tal panorama, es hora de cerrar el ciclo del “desarrollo”, este “sueño del blanco” según su traducción en idioma Eton en Camerún, hoy incapaz de responder a los retos de justicia ambiental y de supervivencia civilizada de la humanidad. En este contexto, defino el posdesarrollo como “la evolución progresiva de una comunidad o sociedad hacia niveles de vida acordes con los límites ecológicos del planeta y que cubran las necesidades básicas de sus componentes así como sus legítimas aspiraciones a la libertad, a la autonomía y a la felicidad”. La cooperación al posdesarrollo es consecuentemente la capacidad de obrar junto con otro u otros, de forma democrática y solidaria, y con métodos coherentes con los fines, para alcanzar el fin marcado por el posdesarrollo. En concreto, planteo las siguientes líneas estratégicas:
Convergencia, autolimitación y estrategias de máximos/mínimos. Para cooperar de forma solidaria y sostenible con el Sur global, una condición necesaria radica en un cambio estructural y social hacia un menor consumo/producción (y de mejor calidad) y un decrecimiento de la huella ecológica en el Norte global. Mientras tanto, en el Sur, es preciso apoyar políticas y proyectos que exploren nuevas vías de prosperidad y de evolución socioecológica hacia un alto bienestar y una baja huella ecológica (como puede ser el buen vivir) sin pasar por la casilla del maldesarrollo de los países occidentales. Este modelo de contracción (Norte global) y convergencia (Sur global) requiere a su vez una «estrategia de máximos» de lucha contra la riqueza en el Norte global (lo que incluye las élites de los países del Sur) y una «estrategia de mínimos» de lucha contra la miseria social y ambiental en el Sur (y en el cuarto mundo del Norte). Desde una apuesta decidida por el ecofeminismo, eso supondrá impulsar la sostenibilidad de la vida como uno de los motores de un nuevo modelo de sociedad.
Cooperaciones Norte-Norte, Sur-Sur y Sur-Norte. Ante la urgencia de un ajuste socioecológico en los países industrializados, se convierte en una prioridad la cooperación Norte-Norte, es decir un cambio estructural y de mentalidad basado en el intercambio y construcción de experiencias endógenas adaptadas al objetivo de mantener un alto IDH, reduciendo al mismo tiempo drásticamente la huella ecológica (9). En este camino y sin romanticismo, es de sumo interés la cooperación Sur-Norte que puede definirse como un flujo de cooperación «a la inversa» que realizan las poblaciones del Sur («cooperantes») en las poblaciones del Norte («beneficiarias»), y que puede facilitar la estrategia de convergencia y contracción. Supone también el refuerzo de la cooperación Sur-Sur, instrumento que permite relocalizar los procesos de posdesarrollo a través de una cooperación reforzada a escala regional, recuperar las técnicas y saberes tradicionales y construir un camino propio sin injerencias del Norte global. Para ser efectiva, tendrá que evitar caer en el neocolonialismo o la anticooperación Sur-Sur (10).
La cooperación, laboratorio para construir y tejer alternativas. La cooperación es un nodo más dentro de una red de alternativas hacia otros mundos posibles. Se hará fuerte siempre y cuando sea capaz de tener una base social amplia y comprometida, y que siga teniendo presente que es un instrumento al servicio de un objetivo mayor (la justicia social y ambiental) y que, por esta razón, es parte proactiva de un movimiento de transformación social más amplio que lo engloba. De esta manera, ya sea en el Norte o en el Sur, puede tener un papel importante en la generación de experiencias y de buenas prácticas socioecológicas locales o regionales que, una vez probadas con éxito o descartadas por su fracaso, se puedan reproducir y generalizar en otros ámbitos. En concreto, un objetivo estratégico de la cooperación al posdesarrollo es la construcción de sociedades resilientes, es decir preparadas para adaptarse a cambios bruscos y profundos debidos a la crisis ecológica.
Reciclando la cooperación tradicional Norte-Sur. Apostar por el posdesarrollo y un nuevo ciclo de la cooperación internacional implica por supuesto reciclar, reutilizar o reformar todos los elementos valiosos de la actual cooperación al desarrollo. En concreto y de forma muy resumida, significa integrar la sostenibilidad y la justicia ambiental en todas las estrategias de intervención, los programas y proyectos tanto de forma sectorial como transversal, convertir en prioridades la incidencia política y la sensibilización ciudadana hacia el cambio en el Norte, y apostar por la “educación para vivir mejor con menos” para aprender a vivir en armonía con la naturaleza, los Sures y las generaciones futuras (11).
Más allá de la ayuda oficial al desarrollo. No habrá cambio posible, tanto ecológico como social, si al mismo tiempo las políticas militares, comerciales o diplomáticas contradicen o deshacen con presupuestos muy superiores las políticas con efectos positivos en el Sur. Por tanto, una prioridad de la cooperación al posdesarrollo es la lucha decidida contra la anticooperación del Norte, es decir todas aquellas acciones con efectos nocivos en el Sur. Además, para reembolsar o compensar la deuda ecológica y del crecimiento con los países del Sur, y afrontar los nuevos conflictos ambientales y sus cargas adicionales, son necesarias fuentes de financiación adicionales y seguras a largo plazo distintas de las destinadas a la reducción de la pobreza a través, por ejemplo, de una fiscalidad sobre sectores contaminantes (como el transporte internacional aéreo y marítimo), capitales (vía un impuesto sobre las transacciones financieras) y recursos naturales (ecotasas que graven el uso y acceso a los recursos naturales).
Una cooperación al posdesarrollo es posible y, sobre todo, deseable para que las sociedades humanas escojan la vía de la solidaridad entre Norte y Sur, con las generaciones futuras y con el resto de la naturaleza.
Notas:
(1) Como ejemplo significativo, uno de los iconos de la cooperación al desarrollo, el 0,7%, no se puede entender sin esta visión desarrollista. De hecho, a principios de los años sesenta y basándose en la teoría de las etapas del crecimiento de Rostow, varios economistas calcularon que haría falta una inversión del 1% del capital de los países de renta alta en los países de renta baja para que estos pudieran iniciar su «despegue». Sobre la base de estos trabajos, el 19 de noviembre de 1970, la Asamblea General de las Naciones Unidas llegó a proponer como consenso el objetivo del 0,7%.
(2) El techo del petróleo corresponde al punto de inflexión a partir del cual la extracción de una unidad de petróleo por unidad de tiempo ya no puede incrementarse, por grande que sea la demanda.
(3) PNUD (2007): Informe sobre desarrollo humano 2007-2008. La lucha contra el cambio climático, solidaridad frente a un mundo dividido, Madrid, Mundi Prensa.
(4) La justicia ambiental reconoce a todos los seres humanos los mismos derechos de acceso e idénticas opciones a los beneficios de la oferta ambiental y cultural del planeta.
(5) WWF (2010): Informe Planeta Vivo 2010, Madrid, WWF España.
(6) Se trata del PIB a paridad de poder adquisitivo (PPA) para 2004. En cuanto a la esperanza de vida y a la escolarización, desaparece cualquier tipo de correlación positiva o negativa con un aumento de ingresos por encima de los 18.000 y 12.000 dólares anuales per capita (PPA, 2004) respectivamente. Chile, con un PIB anual per capita de 12.000 dólares, tiene una esperanza de vida de 78,3 años, mayor que la de Dinamarca, con 34.000 dólares anuales per capita.
(7) El HPI se calcula con la fórmula siguiente: (esperanza de vida * felicidad)/(huella ecológica). En 2009, Noruega —que encabezaba el IDH— tenía el puesto 88, mientras que España (15 en IDH) y Estados Unidos (13 en IDH) iban 76 y 114.
(8) Por ejemplo, entre 1990 y 2007, y a pesar de mejoras significativas en torno a la intensidad de carbono (-12%), la eficiencia tecnológica no ha compensado el crecimiento de la población (+24,5%) y el aumento del PIB por habitante (+25,5%), y las emisiones de CO2 han aumentado a nivel mundial de 38%. Fuente: Jackson, Tim (2011): Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito. Encuentro Intermón Oxfám-Icaria.
(9) Las iniciativas en transición o un “comercio justo Norte-Norte” (que garantice condiciones y precios justos al campesinado del Norte) son dos ejemplos de Cooperación Norte-Norte.
(10) La anticooperación Sur-Sur es toda aquella actuación realizada en y desde el Sur cuyos efectos sean directa o indirectamente perniciosos para el propio Sur.
(11) Se recomienda la lectura de la Guía práctica para la transformación ecológica de la cooperación al desarrollo, Bakeaz y Agencia de Vasca de Cooperación para el desarrollo, 2012.
Fuente: Revista Pueblos n 40
Por Florent Marcellesi
Publicado en Rebelión