El panorama israelí amaneció el 26 de octubre más inclinado a la derecha tras la alianza entre la coalición Likud y el partido Yisrael Beytenu, anunciada por el primer ministro Benyamin Netanyahu y el canciller Avigdor Lieberman. La decisión de ambas agrupaciones de concurrir en una lista común a los comicios anticipados de enero próximo ocurre en medio de una compleja situación regional e interna, signada por descontento social en Israel, la parálisis de las negociaciones con los palestinos, la expansión en los territorios ocupados y una frialdad palpable con el Egipto post Hosni Mubarak.
Una secuencia brutal de bombardeos aéreos y terrestres contra la Franja de Gaza, que solo en los últimos días ha causado seis muertos y más de una decena de heridos, completa la perspectiva del curso de los acontecimientos en Israel y los territorios ocupados. En ese contexto se inserta el ataque contra una fábrica de armas en Sudán, cuyo valor práctico es mínimo, pero que adquiere un especial relieve como mensaje: Tel Aviv se siente con el derecho de actuar más allá de sus fronteras cuando lo estime pertinente, en especial si se relaciona con las amenazas contra Teherán.
Los esfuerzos palestinos por elevar su estatuto de observador al de país no miembro de la ONU, lo que convertiría a Israel en potencia ocupante, parecen haber aconsejado a Netanyahu, favorito en las encuestas para repetir como jefe de Gobierno, y a su canciller, Lieberman, formar una especie de búnker intransigente.
Aunque ambos políticos eludieron aportar precisiones, trascendidos de medios cercanos a la Likud dijeron que Netanyahu encabezará la lista de candidatos a la Kneseth (parlamento unicameral israelí) seguido de Lierberman, sin que ello implique alternancia en el cargo de jefe del Gabinete. Sin embargo, resulta evidente que el propósito de la cuasi fusión de ambas entidades es conseguir una mayoría sustancial que evite la caída de un gobierno, cuya plataforma será sencilla porque estará centrada en la negativa a cualesquiera presiones desde el exterior para que abandone sus notorias posturas maximalistas.
Esa ventaja puede resultar muy útil si los resultados de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos favorecen a un candidato que favorezca la búsqueda de una fórmula de compromiso grata a los países árabes aliados de a potencia norteña en un tema tan espinoso como el palestino.
Para Washington, ahora, la prioridad es preservar los pingües beneficios que le ha rendido su política levantina, con la cual ha logrado una presencia militar sustantiva en el Golfo Pérsico y eliminar a regímenes que podrían resultarles adversos, como los de Irak y Libia, lo que le ha permitido concentrarse en estrechar el círculo en torno a un Irán al que considera su opositor más fuerte y con mayor potencial de influencia dados sus vastos recursos naturales.
Por supuesto en esta composición de lugar existe una incógnita ¿rompería lanzas el lobby sionista en Estados Unidos por el binomio Netanyahu-Lieberman en una disyuntiva de la cual podría resultar un conflicto armado de proporciones desconocidas y con consecuencias a largo plazo?
Esa eventualidad es improbable tras los fiascos en Irak y, sobre todo, en Afganistán, sendos pantanos económicos, militares y políticos para Estados Unidos y sus aliados atlánticos. De cualquier manera lo único claro ahora es que la súper coalición Likud-Yisrael Beytenu anuncia tiempos borrascosos, y a un plazo corto.
LOS MALOS PRESAGIOS DE LA FUSIÓN
El peso de presiones internacionales y la creciente repulsa a la expansión israelí en los territorios palestinos puede estar detrás de la anunciada fusión en la coalición Likud del partido Yisrael Beitenu, ambos de la extrema derecha. Pero, además, en sentido perspectivo, traza una línea extremista que abandona los subterfugios y deja ver la cara más real de Israel en tanto que potencia ocupante en busca de espacio vital.
El anuncio es congruente con el curso de la actual política de Tel Aviv, basada en los presupuestos de expansionismo de la corriente sionista a ultranza, cuyo objetivo primordial es convertir a los palestinos en un pueblo sin país. Una incomprensible por prolongada tolerancia internacional con la conducta de sucesivas administraciones de Tel Aviv, en especial la de los gobiernos Likud en los últimos años, proporciona terreno fértil para el giro más a la derecha de una sociedad basada desde su nacimiento en el despojo y la violación de las leyes internacionales.
Detrás de la fusión de ambas entidades, además, hay una alta cuota de culto a la personalidad de Netanyahu, quien ascendió desde funcionario de tercera a la condición de hombre providencial a la sombra de la Likud. Sin embargo, una encuesta relámpago del periódico Haaretz el mismo día del anuncio mostró que la nueva entidad puede perder hasta nueve asientos en los comicios adelantados, a favor de partidos ultrarreligiosos y de centro. Esos elementos de política interior son los que resulta imprescindible observar en el lapso que resta hasta los comicios anticipados.
En el plano internacional, el factor principal a tener en cuenta es el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el principal aliado de Tel Aviv. Si bien el aspirante demócrata a la reelección Obama y su contendiente republicano Romney no escatiman los juramentos de lealtad para los compromisos con Israel, resulta evidente que una vez en la Casa Blanca las obligaciones que impone ser el presidente de la primera potencia mundial aconsejan mesura.
Esa cualidad está ausente en los pronunciamientos de Netanhyahu y de Lieberman, y es probable que sea puesto de lado por los demás contendientes en la consulta electoral israelí de principios de 2013. Aunque las palabras se las lleva el viento, Washington tiene que medir con cuidado cada uno de sus pasos en un Medio Oriente presto a estallar, debido a las presiones populares sobre sus gobernantes, entre las cuales el tema palestino tiene prioridad.
Mucho después de los acontecimientos de septiembre pasado, cuando la difusión de fragmentos de una película estadounidense considerada sacrílega para el profeta Mahoma desató una ola de protestas contra sedes diplomáticas norteamericanas. Washington mantuvo su inocencia respecto a la película y calificó los ataques contra sus sedes de excesivos y organizados por elementos terroristas.
Sin embargo, es más que probable que sus tanques pensantes y los analistas del Departamento de Estado hayan producido informes sobre un creciente sentimiento antinorteamericano en esta parte del mundo, donde Washington ha empeñado años de esfuerzos y toneladas de dinero en tejer alianzas. La estrepitosa caída el año pasado del ex presidente Hosni Mubarak en Egipto, y los disturbios en varios países de la Península Arábiga están signados por el denominador común del rechazo implícito o explícito a la política norteamericana en el área.
Los intereses estadounidenses en esta zona tienen relieve especial tanto por las reservas de combustibles fósiles que Washington necesita mantener bajo control, como por la posición geográfica que le proporciona un flanco adelantado en la sorda rivalidad con sus dos principales competidores: Rusia y China.
Ante esa realidad, más tangible que las palabras, es improbable que Washington, cualquiera que sea el grupo de poder que venza en los comicios de este noviembre, pueda permitirse entrar en conflicto con los estados árabes ribereños del golfo Pérsico, además imprescindibles para mantener el cerco contra Irán, su bestia negra favorita.
Esas condiciones son tomadas en cuenta por Netanyahu, quien durante una visita a Estados Unidos hizo una sutil campaña por Romney, baza que debe haber caído mal en el campo demócrata, cuya inclinación pro israelí a lo largo de su historia es evidente. Tras esa decisión, Netanyahu, que se manifiesta como un extremista descocado, pero ha ejercido el poder tiempo suficiente para comprender la necesidad de dejarse puertas abiertas, construye la alianza con Lieberman, que calcula puede darle una mayoría sustancial en el parlamento.
Así, de perder Romney, a Obama le resultará difícil cobrarle la intromisión en la campaña electoral y, de paso, prosigue la expansión en los territorios palestinos con lo cual se asegura los votos de los pobladores de los nuevos asentamientos, por lo general emigrantes que profesan el sionismo más extremista.
De inmediato, ese es un escenario probable; a largo plazo, crea situaciones que se quieren irreversibles para las cuales resulta preciso crear una plataforma intransigente cuya base ideal es la fusión Likud-Yisrael Beitenu. En cualquiera de las dos circunstancias, la alianza entre ambas entidades, como todas las malas compañías, presagia resultados funestos.
ISRAEL Y LA CIENCIA DEL EXTERMINIO PALESTINO
El nacimiento de Israel estuvo signado por un hecho que anunciaba una esencia genocida: el exterminio de los habitantes de la aldea palestina de Deir Yessin, equiparado a la aniquilación por los nazis de Lídice, la ciudad mártir checa. La diferencia es que el segundo hecho es referencia común y, el primero, cada vez más, queda envuelto en la bruma del tiempo.
Sin embargo revelaciones sobre un programa realizado por las autoridades israelíes para mantener a los habitantes en Gaza en el límite mínimo de la supervivencia retrotraen a la actualidad el drama de los palestinos tanto en la Cisjordania, como en la franja escenario desde el fin de semana pasado de bombardeos diarios de la aviación y los tanques del ejército de Tel Aviv.
Además, en estos momentos, una flotilla humanitaria cargada de alimentos y medicinas recabadas por suscripción popular en varios países, se dirige hacia esa zona, a pesar de las advertencias del gobierno del primer ministro Benyamin Netanyahu, según las cuales impedirán la llegada a puerto de las naves civiles.
Entre 2007 y 2010, una de las dependencias del aparato militar israelí administró el flujo de alimentos a Gaza para mantener a los residentes en los bordes de la inanición, acorde con documentos desvelados por orden de un tribunal a instancias de una entidad humanitaria. El reporte fue confirmado por un portavoz castrense, el mayor Guy Inbar, quien precisó que los especialistas de las fuerzas armadas diseñaron una fórmula matemática que permitió determinar la ración mínima necesaria “para evitar una catástrofe humanitaria”, según la descripción del interpelado.
La intención del racionamiento obligatorio, por llamarla de alguna forma, fue presionar a la organización palestina Hamas (Fervor, islamistas) que está en control del área, añadió el mayor, quien aseguró que “nunca fue puesta en práctica”. Aún con la precisión del testigo, es notorio que en la franja los habitantes sobreviven gracias a una red de túneles que la conectan con la Península de Sinaí, en Egipto, a través de la cual se registra un activo contrabando de bienes y mercancías que son revendidos a precios inflados.
Para esas fechas, las autoridades israelíes tenían catalogada a Gaza como “territorio hostil” y decretaron las restricciones que, por supuesto, tenían como blanco a la población civil, alrededor de un millón 500 mil seres humanos, como fórmula para “presionar al gobierno de Hamas”.
Entre las peculiaridades del bloqueo, los burócratas militares autorizaron el paso de salmón ahumado y yogurt sin grasa, verdaderos lujos, pero prohibían el paso de productos de uso cotidiano como el café y el cilantro, acorde con los documentos castrenses. Las restricciones fueron levantadas de manera parcial en mayo de 2010, pero el bloqueo naval sigue vigente y está convirtiendo a Gaza en una zona imposible de habitar, según un estudio de la ONU difundido semanas atrás.
La escasez de infraestructuras, destruidas por la aviación israelí entre fines de 2008 y principios de 2009 durante la Operación Plomo Fundido, que los palestinos llaman la Masacre de Gaza, sumadas a medidas punitivas de diverso orden han convertido a la franja en un Geto de Varsovia multiplicado de manera exponencial.
A fines de 1940, las autoridades nazis de ocupación en Polonia determinaron encerrar a los judíos en una zona de la capital polaca, de la cual solo podrían salir autorizados para trabajar: comenzaba la historia de uno de los tantos crímenes de las tropas hitlerianas en Europa, cuyo clímax fue el levantamiento del Geto de Varsovia entre el 18 de enero de 1943 y el 9 de abril de ese año.
Miles de judíos murieron atrapados en los edificios incendiados por las tropas de Reich, fusilados o en combate. Resulta evidente que la enseñanza sería asimilada por los sobrevivientes de la matanza que, a su llegada a la Palestina ocupada por Gran Bretaña, se integraron a bandas terroristas como Stern, Palmach e Irgun, esta última el antecedente del partido Likud, cabeza de la actual coalición gobernante en Israel.
Elementos de esas entidades, calificadas de terroristas por personalidades judías, como Albert Einstein o políticos como el ex primer ministro británico Winston Churchill, fueron los encargados de “dar un escarmiento” a los palestinos que se resistieron a las agresiones de los colonos sionistas del naciente Israel.
Todos los parecidos entre las fórmulas “dar un escarmiento”, “pueblo escogido” y “necesidad de espacio para refugiados”, enarboladas por Israel con “espacio vital”, “solución final” y los experimentos criminales con internos en campos de concentración nazis en la II Guerra Mundial, son, cada día, menos casuales.
Por Moisés Saab
Corresponsal de Prensa Latina en El Cairo, Egipto.
Publicado en Bolpress
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