1. Por una parte se definió quiénes serán los “gobernantes”.
No ocurrió nada fuera de lo común, los partidos tradicionales mantuvieron sus niveles de votación y hegemonía a lo largo del país. No cambió en absoluto el ordenamiento bipartito que caracteriza al sistema político, los bloques partidistas continúan igual, y aunque hayan cambiado algunos nombres en comunas y hayan salido de sus cargos figuras significativas para la opinión pública (Zalaquett, Labbé, etc.) es seguro que continuarán las mismas formas de hacer “política”, dentro de la misma estructura institucional.
2. Se comprobó el nivel de la participación “ciudadana” y el grado de legitimación del sistema político chileno.
La abstención generalizada, que según las cifras oficiales bordea el 60% de los posibles votantes, es un hecho sin precedentes para la democracia del laboratorio neoliberal que tanto se promociona en el extranjero como modelo de desarrollo para los países del llamado “tercer mundo”. Por una parte, los políticos y los medios de comunicación continúan repitiendo el discurso tradicional que interpela a la gente a “participar de la política” y a cumplir con su “deber cívico”, apelando a una supuesta falta de interés por parte de la gente en los asuntos políticos. Lo cierto, es que el nivel de politización ha aumentado considerablemente, lo cual se ha expresado en la fuerza de los movimientos sociales en los últimos años, por lo tanto, dicha abstención no es un “no estoy ni ahí”, es un “no estamos ni ahí con ustedes”. Si elegir a Piñera fue un castigo a la Concertación, esta vez, abstenerse fue la apuesta de la mayoría de los electores que gozaron de la libertad de restarse sin presiones. Entonces, lo que disminuyó es la participación a través de la vía institucional, no la participación política en su sentido amplio, que sin duda ha crecido de forma continua y preocupante para los poderosos.
Sin embargo, no todo es color de rosa, pues aun no existe un “proyecto nacional”, una estrategia o programa definido y unificado que plantee una alternativa “concreta” como les gustaría a muchos, para decidirse de una vez por todas hacer algo distinto a lo que propone el Mercado, y es muy probable que en este contexto no existan alternativas tan claras y masivas como las que se conocían en los 60 y ’70 donde abundaban las ahora agónicas certezas revolucionarias. Hoy, en toda Latinoamérica los movimientos sociales se expresan con vitalidad y diversidad, pero la organización y lucha aún sigue siendo germinal, y más aún los que emergen desde la trinchera de principios como la horizontalidad, el bien común, la autonomía, el apoyo mutuo y la autodeterminación territorial. Si el avance de estos movimiento aún es poco en parte es porque estos grupos deben sortear la represión estatal o las falsas ilusiones de revolución que actualmente entregan distintos gobiernos social-reformistas de Latinoamérica que dicen, con un lenguaje de apariencia “popular”, construir cambios sociales, pero desde arriba hacia abajo, o sea confiando en las estructuras estatales y su modificación más que en el actuar de las comunidades.
La diversidad de actores sociales han sido capaces de instalar discusiones que cuestionan el orden imperante e incentivan al cambio, pero a la vez continúan siendo profundamente contradictorios en sus pretensiones y formas, dependientes del Estado y el empresariado, y difusas en su organización e incidencia.
Como antes se mencionaba, el fenómeno de abstención alcanzó cifras históricas, aun así no deja de ser un acto espontáneo y sin direccionamiento político; recordemos que ni siquiera los movimientos sociales insignes del último tiempo se plantearon claramente frente al proceso de elecciones, por lo que, en el mejor de los casos, la abstención sin ser ilegal -en una población que aún continúa en estado de schok– podría llegar a significar un acto de desobediencia civil pues rompe con la ceremonia pseudo-democrática por excelencia, en base de la cual los políticos hablan con propiedad sobre nuestras vidas.
Menos votos, también significa menos dinero para los candidatos y sus partidos políticos, que tal como una empresa invierten junto a socios (otras empresas) en una campaña publicitaria financiada por el Estado que reembolsa por cada adhesión o voto a las campañas publicitarias donde el producto es un apellido y una sonrisa fingida.
El sistema eleccionario chileno es binario, y busca la aglomeración en dos facciones al igual que lo que ocurre en gran parte del mundo, donde existe una “derecha” e “izquierda”. Por eso, una tercera posición diferente que se rija por otra concepción del quehacer político, bajo otra perspectiva de representación y participación siempre será objeto de ataques. Precisamente, esta nueva forma de hacer política desde la cotidianeidad existe y se está germinando en las diversas comunidades, aun de manera reducida, pero existe aunque no aparezca en los canales oficiales que se encargan de negar, criminalizar y excluirlos.
En toda Latinoamérica se están dando este tipo de expresiones en movimientos sociales que transgreden la lógica tradicional. Sin embargo, ninguno es la “panacea” y resultan muchas veces inofensivos tal cual los movimientos orientados al ‘ciudadanismo’ que fomenta la institucionalidad. La participación a través de los canales de los aparatos gubernamentales-institucionales resultan incapaces de detener el capitalismo, porque son germinados desde y en función del capitalismo, buscando fortalecerlo, perpetuarlo, y no generar ruptura. Por lo tanto, las políticas sociales que se generan desde la burocracia solo tienden a contener y establecer relaciones de dependencia entre la población y el capitalismo. Así, los espacios no son de emancipación y autonomía, por el contrario son de cada vez mayor dependencia y dominación. Claramente, desde aquí se pueden obtener “ganadas” en cuanto a la calidad de vida que nos ofrece el neoliberalismo –aumentar los nivel de consumo, mejorar la seguridad social, obtener mayores tecnologías, reducir la extrema pobreza, etc.-, sin embargo, la mayor “pérdida” es que trabajar en función de la institucionalidad es sinónimo de bloquear el desarrollo y crecimiento de alternativas autónomas que se diferencian en su direccionamiento hacia la raíz de los problemas. Precisamente, podríamos ejemplificarlo con las enfermedades: desarrollar alternativas autónomas es atacar y dejar de reproducir aquello que está generando la enfermedad y no el síntoma superficial mediante un parche, con el que se obtiene sólo aminorar las molestias y hacer callar al paciente mientras la enfermedad continúa propagándose.
3. Y por último, fue una instancia de preparación y de perfeccionamiento para las futuras elecciones presidenciales y del parlamento.
Por otra parte, estas elecciones son parte de un proceso de ajuste del nuevo sistema de elecciones que se someterá nuevamente a prueba durante las elecciones que más les interesan, las de diputados, senadores y presidente, las cuales se efectuarán el 17 de noviembre de 2013 contando ya con varios postulantes presidenciales. Es obvio pensar que se realizarán nuevas reformas que busquen asegurar una mayor legitimación del orden social tratando de evitar a toda costa fenómenos como el de abstención masiva, pues aunque no sea real, importa muchísimo difundir una imagen de democracia sólida y ejemplar. Claramente, estos cambios intentarán ser propugnados por la derecha y la izquierda chilena, los dos brazos burocráticos del poder. Ambos grupos con diferencias cada vez más minúsculas; diferencias que son acrecentadas por los medios de comunicación que potencian la idea del tan famoso y conocido término de “alternancia del poder” entre estos dos grupos, cuando en realidad podemos apreciar que ambas facciones sirven de igual modo al sistema y prostituyen de similar forma el poder que les concede el Estado para acallar a los distintos movimientos y grupos que están generando rupturas al sistema de manera germinal aún, pero sostenida y acrecentándose cada día, en todo el territorio nacional.
Por Combustión Lenta
7 noviembre, 2012
Extraído de nadieterepresenta.org
Publicado en metiendoruido.com
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