Para comenzar, me parece importante definir qué queremos decir cuando decimos lo que decimos. Es decir, ¿qué es el sionismo? Una definición básica y lo más objetiva posible (dentro de las inevitables limitaciones del lenguaje) explicaría al sionismo como el movimiento que planteó desde sus comienzos el “retorno” de los judíos a la Tierra de Israel para el establecimiento ahí de un hogar nacional.
“Retorno” tiene que ver en este caso con el imaginario colectivo del pueblo judío, que vio siempre en esa tierra su cuna nacional. Al promover la aliá (emigración a Israel) el sionismo nunca planteó una migración como cualquier otra (el pueblo judío, desde ya, no es extraño al movimiento masivo de población por el mundo), sino que existía un fuerte imperativo a terminar con el período diaspórico, es decir, la diseminación por el mundo en forma de minoría, del pueblo judío, visto desde diferentes perspectivas como una anomalía o, en definitiva, algo negativo. El paradigma básico del movimiento: el pueblo judío (que es un pueblo y no una secta, confesión religiosa ni un defecto de nacimiento) debe tener el derecho a la autodeterminación nacional, o sea, regirse a sí mismo.
El sionismo y sus resultados marcaron un antes y después en la historia del pueblo judío, pudiendo resaltar así determinados hitos importantes. En el plano de lo físico, podemos dar como ejemplos la salvación de vidas reales de países con población judía en peligro (la población judía europea antes de la Shoa, hambruna en Etiopía, colapso económico y antisemitismo en la ex Unión Soviética, la represión ensañada en los judíos durante las dictaduras argentinas, la hostilidad del mundo árabe después de 1948) y la fertilización del desierto en Israel.
Como sus logros sociales (y quizás por eso más discutibles) podemos nombrar logros tales como el resurgimiento del hebreo, que pasó de ser una lengua relegada al rito religioso a un idioma moderno apto para el uso cotidiano; la vuelta a la dignidad de un pueblo con una fuerte autoimagen de indefensa y condena; y uno de los experimentos sociales más importantes del siglo XX, el kibutz como forma de vida y de producción alternativa al capitalismo.
El sionismo fue desde el comienzo un movimiento de quiebre, revolucionario para el pueblo judío, que como tal consiguió sus naturales activistas en la juventud y logró posicionarse en las antípodas de una sociedad adulta conservadora.
Pero leyendo esto, parecería que en esta básica definición del sionismo estaríamos hablando de historia pasada. ¿Qué de eso es actual hoy en día, con un Estado de Israel ya establecido desde 1948? ¿Cuál es la lógica de un nacionalismo en un mundo que tiende a lo global?
EL SER SIONISTA Y DE IZQUIERDA
No en pocas ocasiones llegué a ver a gente sorprendida por el hecho de que milito en un movimiento juvenil sionista socialista. Puedo imaginar una cara contorsionada en un esfuerzo sobrehumano por entender que una institución con un nombre tan impronunciable como Hashomer Hatzair no es de naturaleza sectaria ni religiosa. Es que, ¿cómo entender un movimiento nacional secular y libertario referido al pueblo judío? ¿Cómo defender al Estado de Israel desde una perspectiva socialista? En conclusión, ¿cómo ser sionista y de izquierda?
Esta pregunta puede ser respondida de una forma extremadamente judía: con otra pregunta. ¿Cómo no ser sionista y de izquierda?
EL SUEÑO SIONISTA
El movimiento sionista se fundó sobre una pluralidad de corrientes ideológicas que, en una forma desordenada y bastante heterogénea, plantearon proyectos políticos para una futura sociedad judía. Es decir, comenzó siendo un movimiento de utopías organizado de forma democrática a nivel de instituciones con miras a coordinar un trabajo pionero, financiero y político apuntado hacia las metas del movimiento.
Muchos pensadores sostuvieron como punto importante en sus metas la necesidad de formar una “luz para las naciones” (or la goyim), una sociedad regida por normas nuevas que se convierta en una especie de faro para el mundo como país ejemplar basado en la justicia. El origen de esta luz, muchos creían, ya existía en el pueblo judío, que a lo largo de su historia y de su patrimonio cultural literario, supo mantener una especial sed por la justicia y aversión a la indiferencia. En este punto podemos encontrar uno de los pocos puntos de acuerdo entre los pensadores sionistas socialistas, casi hegemónicamente laicos, y los sionistas religiosos, así como en numerosos matices del movimiento sionista, que mantuvieron proyectos políticos diferentes apuntados todos a la construcción de una sociedad nueva: sea a través del socialismo, de la vida religiosa, del liberalismo, etc.
CONSTRUIR Y SER CONSTRUIDOS
Vamos a los datos concretos: Israel pasó en poco tiempo a ser uno de los países más desiguales del mundo. Existen amenazas fuertes a la libertad de expresión y de credo. Existe indiferencia política y crisis de liderazgo. Conocidos xenófobos consiguen no malos resultados en las elecciones. Ni hablar de la conocida situación en los territorios ocupados. Con esta lectura es fácil ser cínico y preguntarse “¿qué quedó del sueño sionista? ¿Por esto vivieron y murieron los jalutzim (pioneros) dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para construir Israel?”
Cierta vez, escuché cierto paralelismo entre Israel y un hijo. Un hijo puede realizar numerosos actos malos, pero no por eso uno deja de quererlo como suyo. Al contrario, es evidencia de una necesidad de prestar más atención y esforzarse más para que dicho hijo no esté solo en sus decisiones.
En el caso de Israel, podemos tener serias objeciones frente a lo que vemos, pero ¿es eso motivo suficiente para abandonar el sueño sionista? ¿Pierden por eso validez las nociones básicas del movimiento? Creo que funciona de forma inversa: es justamente hoy más importante que nunca recordar el componente fundamentalmente utópico del movimiento sionista y reforzarlo. El sionismo hoy en día encuentra su razón de ser en tomar ese Israel abatido y abandonado (sin importar su poderío económico) y acercarlo a la visión de los antiguos profetas de Israel, del deseo de justicia y aspiraciones utópicas propias del judaísmo en general y del sionismo en particular. Dicho esto, reitero la pregunta: ¿cómo no ser sionista y de izquierda?
UN MOVIMIENTO FUNDAMENTALMENTE RENOVADOR O UN NO-MOVIMIENTO
Ya quedó dicho antes que el sionismo es un movimiento de quiebre, de contraposición al conservadurismo y la pasividad característica de épocas anteriores. Un sionismo que en las últimas décadas no encuentra razón de ser frente a los acontecimientos en Israel y en el mundo judío, naturalmente, se debió desviar de esta característica. Hoy confundimos sionismo con israelismo, un amor inexplicable hacia Israel y una necesidad de defender las posturas del gobierno israelí de turno frente al foro que sea necesario, a menudo esgrimiendo argumentos con poco sustento o basándose en el miedo, el discurso etnocéntrico o el recuerdo de la Shoa.
Es importante entender que el sionismo no es israelismo. Sólo así podremos dar al sionismo la fuerza necesaria para tomar el lugar de vanguardia abandonado hace tiempo. Sólo así el sionismo podrá realizar su cometido histórico ya expresado.
NEGACIÓN DE LA DIÁSPORA VERSUS LA AUSENCIA DE PARADIGMA
El discurso hegemónico prevaleciente en el discurso sionista se basaba en la negación de la diáspora. Frente al imperativo, la diáspora tenía sus días de existencia contados, no habiendo lugar para un sionista orgulloso de sí mismo fuera de Israel. La alia era la consecuencia lógica e indiscutida del pensamiento sionista.
Hoy en día, somos testigos de una relajación de términos. Instituciones y movimientos colocan menor carga ideológica a la etiqueta “sionista”, que, con más o menos diferencias sintácticas, parece ver una visión del judaísmo basada en Israel como centro nacional, planteando una relación de diálogo que, en mi opinión, todavía no queda claro en qué se basa.
Si Israel es “interés” de todos los judíos del mundo, queda claro que uno puede convertirse en ciudadano israelí y ahí ser un agente de cambio activo en la sociedad, pero ¿cómo influir por fuera de Israel? ¿Es la única forma el envío de dinero a través de las instituciones que siempre existieron a tales fines? Este cambio y lo que considero un “relajamiento” en el compromiso ideológico del sionista promedio, ¿responde a una decisión ideológica? ¿Es conformismo? Me resulta difícil responder estas preguntas, pero de todas formas me parece fundamental el hecho de que nos las planteemos.
Bernardo Sorj escribió que “el judaísmo secular no religioso fue construido sobre dos pilares –socialismo y sionismo– y ambos fomentaron una revisión de la historia judía… En cuanto al sionismo, es ahora un sueño hecho realidad. Sin embargo, esto hace que Israel no posea más la misma atracción que antes de la creación del Estado y aun de sus primeras décadas de existencia; la fuerza mítica de la noción de jalutz es incomprensible para los jóvenes de hoy”.
Es importante que la juventud (la cual, de acuerdo a una famosa frase de Allende a la que subscribo, de no ser revolucionaria es una contradicción hasta biológica) piense: ¿Es este el sionismo que queremos? ¿Es este el Israel que queremos?
Y si no lo es, ¿qué hacemos al respecto?
Jazak veEmatz.
Por Kevin Ary Levin
Fuente: Hagshamá
Publicado en www.anajnu.cl
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