A los 69 años de edad muere el poeta peruano que más me gusta, o me gustaba. Antonio Cisneros. Hace sólo unos días llevé el “Canto Ceremonial Contra un Oso Hormiguero” al taller que estuve llevando a cabo en el restaurante “El Viejo Rancagua” de la ciudad de R. Allí, con los integrantes de ese taller, estuvimos vivos respirando el mismo planeta que Cisneros y leyendo su poesía. Eso no volverá a ser posible.
Hay dos o tres anécdotas que oí sobre Cisneros y que me hacían quererlo más todavía de lo que ya lo quería por sus poemas. Una de esas anécdotas habla de un Cisneros implacable no sólo con sus poemas sino también con el alcohol. En el evento “Chile Crea”, organizado en el año 88 del siglo pasado, en que con más ganas que recursos se organizó en Chile un evento cultural de días y días con invitados extranjeros en las artes de la música, danza, poesía, etc., Antonio Cisneros terminó en la Posta Central por el entusiasmo que causó entre algunos de sus pares y en él mismo su llegada al Chile de Pinochet para decir NO a la incultura prepotente del fascismo. ¿Y Sse thoma la othra Don Antonio?
Tampoco Cisneros era uno de esos de andar vendiendo imágenes falsas para calzar con una idea de lo que es un intelectual latinoamericano correcto. Un poeta mitad argentino, mitad inglés, le tocó acompañarlo como traductor y guía turístico en la ciudad de Washington. Se reunieron a mediodía y el amigo argentino-inglés que las oficiaría de guía y que fue quien me relató el hecho- le dijo: ¿Dónde lo llevo Don Antonio? Cisneros le respondió: “Pues vamos a ver supermercados, ¿hay otro lugar más entretenido?” Estuvieron toda la tarde recorriendo supermercados de Washington. Nada de museos, bibliotecas, y cosas raras.
Hace unos meses fui a la “Mui Noble Ciudad de Castro”, invitado por su Municipalidad a leer mi poesía y cantar mis canciones. El viaje desde el aeropuerto de Puerto Montt hacia Castro y de vuelta, lo hice con un señor muy amable y que las oficiaba de chofer de la Muni. Había trasladado a Antonio Cisneros en una o dos oportunidades y me contaba lo tremendamente sencillo y encantador que era.
Un poeta viajando, un poeta conversando, un poeta bebiendo. Lo vi una vez en el Museo de Bellas Artes, me acerqué, traté de darle la mano, atraer su atención. Estaba rodeado de hermosas mujeres. No me dio ni la hora. Un poeta enamorando.
Por Mauricio Redolés
El Ciudadano Nº134, octubre 2012