En la historia de nuestro país, hemos contado con pocos líderes sociales de trascendencia, que entreguen su vida por la justicia social y el real ascenso del movimiento popular. Pero han existido excepciones que, sobre todo hoy en día, es imperioso recordar.
Este 17 de noviembre, se cumplen 113 años del natalicio de Clotario Blest, uno de esos imprescindibles que ha tenido nuestro país. Si bien, el legendario sindicalista ha sido recordado, mediante homenajes y cronologías que destacan su trayectoria, cabe destacar que, su pensamiento y su lucha histórica concreta, no han sido suficientemente reconocidos.
De esta forma, Clotario sólo ha sido recordado desde su ejemplar vida. Desde su cristianismo. Desde su lucha “apolítica” por la unidad sindical. Desde su entrega a sus hermanos de clase. Todo ello, sin finalidad trascendental aparente, más que un altruismo intrínseco.
Pero cabe destacar que su vida y su lucha sí tenían una finalidad. Y de una trascendencia histórica, que se tornó incomprensible en su época, e incluso, de potencial amenaza soberana, tanto para sus compañeros sindicalistas, como para los políticos populares del siglo XX.
Sin duda, debemos destacar su trayectoria y pensamiento real, para comprender por qué fue marginado del movimiento sindical y también, por qué sólo ha sido recordado parcialmente, omitiéndose aspectos claves, que han desconocido su potencialidad revolucionaria.
Clotario Blest desde su juventud se consagró a la defensa de los explotados y de los marginados. Creyó que sólo desde la asociatividad de éstos, se podría alcanzar la justicia social. Su temprana convicción, se prolongó, sin treguas. Recorrió su dirigencia sindical activa a mediados del Siglo XX, tanto en la Anef como en la CUT. Incluso, se acentuó en su marginación durante la Unidad Popular y hasta el ocaso de sus días, en tiempos de plena y brutal dictadura.
Su vida estuvo marcada por promover la asociatividad, la autonomía y sobre todo, la acción directa de una clase, para que sólo esta, pudiera destruir las estructuras prevalecientes y construir su propia democracia. En este sentido, fue uno de los principales líderes sociales que insistió arduamente, con pasión y absoluta entrega, en la emergencia de un proceso revolucionario en nuestro país. Pero desde abajo, sin los partidos populares y sobre éstos. Por la construcción de una democracia de los trabajadores, que sería, realmente de las grandes mayorías.
Precisamente por su propuesta y extensa trayectoria, sin duda, fue un sujeto excepcional. Pero su excepcionalidad residió en que, fue un sindicalista revolucionario y un político popular. Uno de esos pocos que realmente trabajó para que su clase y el movimiento social de nuestro país, ascendieran al poder por sus demandas históricas. Sin personalismos, sin sectarismos, sin partidos, sin caudillos políticos y sin copias revolucionarias. Desde la asociatividad, la autonomía, la fraternidad y la esperanza, para la construcción de un proyecto auténticamente popular.
Esta fue su lucha histórica. Una lucha sin miedos, recompensas ni ataduras. Una lucha que lo tornó una amenaza que logró ser extirpada de las organizaciones de los trabajadores en los albores de la década de 1960. Pero, una lucha que mantuvo pese a todo. Pese a las deslegitimaciones públicas. Más aún, pese a los achaques y los años.
Desde el margen de las cúpulas sindicales, continuó creando asociatividad. Junto a los descontentos, los explotados, los revolucionarios y los reprimidos. Desde movimientos políticos y de pobladores. Desde grupos cristianos y de derechos humanos. Pero en tan fecunda asociatividad popular, siempre, su pensamiento y lucha histórica, mantuvo su esencia.
Justamente por sus propuestas y trayectoria revolucionaria, durante décadas, fue marginado por las cúpulas sindicales y políticas populares. Sólo en su vejez, en tiempos de dictadura, fue reconocido como “patriarca del movimiento sindical chileno”. Un sujeto auténticamente “legendario”, pero por “su entrega” a los trabajadores. Y tras su deceso, emergieron múltiples palabras sobre un tipo realmente admirable. Pero, jamás, fueron reconocidas sus propuestas reales, por las cuales desgastó su vida.
Pese a tal desconocimiento, hoy en día, se torna necesario recordarlo. Más que nunca.
En tiempos de un alicaído movimiento sindical, en contraste con una emergente potencialidad ciudadana, sus propuestas y trayectoria popular, sí tienen cabida. Sobre todo, porque ha renacido la capacidad de creer que sólo desde la asociatividad autónoma se pueden generar los grandes cambios que este país necesita.
Clotario Blest fracasó estrepitosamente durante la otra democracia. Y esto él lo sabía. Pero también, mantenía la fe y la esperanza en las propias capacidades de nuestra ciudadanía organizada, mediante la construcción de su propio movimiento social.
En este sentido, aún vive. Y se torna imperioso, reivindicar su recuerdo, en nuestra memoria nacional, como uno de esos imprescindibles que mantuvieron la lucha por la justicia social y el poder de las grandes mayorías.
De esta forma, a 113 años de su natalicio, no puede ser olvidado. Y es que fue uno de esos pocos sindicalistas revolucionarios que han surgido en nuestro país y, también, uno de esos pocos políticos realmente populares, que trabajó por la colectividad, por una causa histórica, surgida “desde el corazón mismo del pueblo”.
Sin duda, Clotario fue el mejor y también, el más fracasado. Pero, sus propuestas permanecen vigentes, en espera de ser legitimadas y sobre todo, retomadas, por otros imprescindibles que, desde cualquier escenario o movimiento social, prolonguen toda la potencialidad histórica de su legado.
Por Gilda Paola Orellana
Historiadora e investigadora del Movimiento Sindical Chileno
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