Como anfitrión de Eurovisión, Israel ha tratado de utilizar el concurso de canciones para tratar de lavar su imagen y presentarse como un país tolerante, diverso, moderno y cosmopolita, pero el rechazo a su política de agresión contra Palestina ha prevalecido
El próximo sábado 18 de mayo, alrededor de 200 millones de personas en el mundo sintonizarán el festival de Eurovisión, una gala anual en la que 41 países compiten por alzarse con el premio a la mejor canción de Europa. Aunque la música debería tener el protagonismo, en esta ocasión el conflicto político es el centro de la atención internacional.
Israel obtuvo el derecho a ser la sede del evento después de que la cantante israelí Netta Barzilai se llevara el premio del año pasado con su himno pop “Toy”.
Como anfitrión de Eurovisión, Israel utiliza el concurso para tratar de lavar su imagen y presentarse como un país tolerante, diverso, moderno y cosmopolita, pero a pesar de los mejores esfuerzos de promocionar su marca, la controversia y el rechazo a su política de agresión contra Palestina han prevalecido.
El festival debutó en 1956, tras la Segunda Guerra Mundial, como un vehículo para integrar a un continente dividido. Es el programa de televisión más antiguo que aún se transmite en el mundo y a lo largo de los años se ha convertido en un espectáculo de excesos, luces, tecnología y una estética kitsch (pretencioso) en el que se presentan 41 canciones de 41 países, incluyendo algunos que no forman parte de Europa, como es el caso de Australia.
Los participantes se enfrentan en dos semifinales, de los cuales 26 pasan a la gala final en la que los televidentes eligen al ganador emitiendo votos a través de mensajes de texto.
Eurovisión más que un concurso de canciones representa para el país anfitrión una vitrina para mostrarse al mundo, incrementar la afluencia de turistas y los ingresos económicos.
La polémica sede
La edición número 64 del festival, se celebrará en el Centro de Convenciones de Tel Aviv, y será la la tercera ocasión en la que Israel acoja el evento, tras organizar las ediciones de 1979 y 1999 que serealizaron en Jerusalén.
En un principio, el primer ministro Benjamín Netanyahu propuso que el festival se celebrara de nuevo en Jerusalén, sede del judaísmo cada vez más ortodoxo. Sin embargo, debido a la presión que ejercieron la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del evento, y los países participantes, por la disputa con Palestina sobre su estatus de capital, se decidió que fuera la turística Tel Aviv la que albergara el evento.
Los contratiempos han sido la comidilla de la prensa mundial. Los desacuerdos entre los organizadores y el gobierno israelí han sido evidentes y han generado momentos de altísima tensión.
En agosto de 2018, la televisión pública (KAN) y el gobierno de Netanyahu dejaron en el aire la celebración del festival por la cuenta del presupuesto que ronda los 35 millones de dólares.
El Ejecutivo se negó a asumir parte de los gastos del concurso y señaló que la KAN debía cubrir el costo integro del festival con su asignación anual, algo imposible sin aplicar duros recortes al resto de su programación.
Finalmente, la corporación pública pidió un préstamo de 70 millones de shekels (20 millones de dólares) al Ministerio de Finanzas, que deberá pagar en 15 años.
Asimismo, los portales que siguen el evento reportaron retrasos en la logística e, incluso, en la construcción del escenario.
Colapso social en Gaza
El lema de esta edición será Dare to dream (Atrévete a soñar), pero en esos sueños no se incluyen los de los cientos de miles de palestinos que son víctimas de la hostilidad de la entidad sionista.
El director de operaciones en Gaza de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA), Matthias Schmale, denunció este mes que el bloqueo terrestre, marítimo, y aéreo impuesto por Israel en Gaza, data de 2007, está a punto de generar un «colapso social» en la localidad palestina.
Según Schmale, alrededor de 1,3 millones de personas en Gaza (de los 2 millones que habitan en la Franja) viven bajo el umbral de pobreza y dependen directamente de ayuda alimentaria de UNRWA y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
«No hay perspectivas, con un 53 % de personas desempleadas, en el año y medio que llevo allí he podido ver un cambio de humor en la gente hacia la depresión”, señaló.
Dejó claro que la crisis humanitaria en Gaza no es producto de un tsunami, un terremoto o una guerra, “sino que es resultado del fracaso político a la hora de buscar una solución a 12 años de bloqueo«.
La UNRWA advirtió que cerca de la mitad de la población de la Franja podría quedarse sin alimentos a partir de junio.
Esta organización enfrenta problemas financieros derivados, entre otros factores, por la retirada de ayuda por parte de Estados Unidos, que hasta ahora era uno de los principales donantes,
Advirtió que la mala situación económica y social está produciendo un aumento del consumo de drogas, la prostitución y los suicidios en Gaza.
Se requieren urgentemente 40 millones de dólares para garantizar la manutención de los palestinos que reciben ayuda de la UNRWA para los próximos seis meses, una cifra similar al presupuesto del festival de Eurovisión que organiza Israel.
Tras un año 2018 presidido por la Marcha del Retorno, en la que fuerzas israelíes causaron más de 200 muertos y 30.000 heridos, Schmale advirtió de una posible escalada del conflicto, en la víspera de que se cumpla un año del traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, que dejó un saldo de 60 palestinos asesinados por el fuego israelí.
Sin embargo, expresó su confianza en que «la mediación de Egipto, Catar y el coordinador de la ONU, Nikolai Mladenov, ayude a calmar las cosas».
De hecho, días atrás, Qatar, Egipto y la ONU mediaron para que Israel y las milicias palestinas llegaran a una tregua tácita que restauró la calma ante el pico de tensión que se produjo a raíz de un intercambio de bombardeos que causó la muerte de cuatro civiles israelíes y 25 palestinos, incluyendo a dos mujeres embarazadas y un bebé.
Boicot a Israel
La política de agresiones contra el pueblo palestino le ha pasado factura a Israel, específicamente de cara a celebración de Eurovisión.
Organizaciones defensoras de los derechos humanos, activistas sociales y partidos de izquierda de países como Reino Unido, Suecia, Irlanda o España exigieron a sus gobiernos retirarse este año del certamen en protesta por la situación en Gaza.
Hasta 140 cantantes, músicos, actores y escritores suscribieron una carta publicada en el periódico británico The Guardian, en la que se argumentaba que no debería haber tratos con el Estado israelí hasta que los palestinos tengan «libertad, justicia e igualdad de derechos».
En paralelo se desarrolla la campaña del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), que denuncia que Israel utiliza Eurovisión “para blanquear sus enormes crímenes contra el pueblo palestino”.
Este movimiento propone imponer al Estado judío medidas internacionales de aislamiento como las que se aplicaron a Sudáfrica durante el apartheid.
El Ministerio de Asuntos Exteriores palestino acusó a Israel de «utilizar Eurovisión para reforzar la colonización de Palestina» y pidió a las radios y televisoras europeas que no emitan imágenes promocionales del concurso que muestren a Jerusalén.
«La Unión Europea de Radiodifusión (UER) tiene el poder de influir en la opinión pública global, e Israel, la potencia ocupante, está explotándolo al usar el concurso para fortalecer su ocupación colonial y normalizar de facto la aceptación global de su conducta ilegal«, señaló en un comunicado.
Dentro de las mismas delegaciones participantes ha sido evidente el rechazo a Israel. Tal es el caso de los miembros de la banda que representará a Islandia, quienes se comprometieron a aprovechar su plataforma para mostrar la “cara de la ocupación” israelí e, incluso, invitaron a Netanyahu a un combate de lucha libre.
Extrema seguridad
El temor más grande del Gobierno de Israel es que las protestas ensombrezcan el evento, y está dispuesto a evitar a toda costa que algo pueda salir mal en la gala musical, por lo que aplicará una ley aprobada en 2017 que prohíbe “cualquier boicot a Estado judío”.
De este modo, se le impedirá la entrada al país a aquellas personas que estén relacionadas con el movimiento BDS y que, según las autoridades, puedan perturbar la celebración del festival en Tel Aviv.
“Estaremos muy vigilantes para evitar que nadie venga aquí a causar problemas”, dijo al diario The Guardian el portavoz del Ministerio de Exteriores, Emmanuel Nahshon.
Según el vocero, algunos activistas estarían “planeando viajar a Israel para boicotear el evento”.
De hecho, la delegación de Islandia ya habría sido advertida por autoridades israelíes y por los organizadores del festival: si efectúan un acto de protesta durante la gala serán expulsados.
Lavado de imagen
Mientras, el movimiento BDS presenta en su web los horrores que sufre el pueblo palestino. El Gobierno israelí tomó cartas en el asunto y logró que cuando se escriba en Google la palabra boicot junto con Eurovisión, el buscador mostrará como primera opción el sitio boycotteurovision.net, un portal que ofrece propaganda turística y cultural de Israel y que utiliza a los participantes del concurso para hacer esta promoción.
La página invita a conocer la “verdadera historia del BDS: Bello, Diverso, Sensacional Israel”.
El Ministerio de Asuntos Estratégicos y Diplomacia Pública, que coordina la política del Gobierno de Netanyahu contra el movimiento BDS, reconoció a Reuters que se encargó la publicidad a Google “para promocionar los aspectos positivos” de Israel, frente al boicot.
“Definitivamente hay más controversia sobre el concurso en Israel que en ediciones pasadas”, destacó John Kennedy O’Connor, un escritor especialista en Eurovisión.
Para O’Connor, el festival representa una “oportunidad de oro” para un país pequeño como Israel, que intenta venderse como un destino de vacaciones, por lo que está tratando a toda costa de controlar la imagen que proyectará al mundo.
Tanto es el afán en tratar de “quedar bien “con el resto del planeta y “lavar su imagen” a través del espectáculo, que la gala final del próximo sábado contará con la participación de Madonna.
La llamada Reina del Pop, conocida seguidora de la Cábala, una interpretación mística del Antiguo Testamento de la tradición judía, interpretará dos canciones por la suma de un millón de dólares, que fue cubierta por el multimillonario canadiense-israelí Sylvan Adams.
Eurovisión, ¿un fracaso para Israel?
Pese a los esfuerzos del Gobierno israelí, Eurovisión no está siendo el negocio que esperaban. La Asociación de Hoteles de Tel Aviv advirtió que el concurso ha atraído a muchos menos visitantes extranjeros de los que se tenía previsto.
El director de la asociación, Oded Grofman, estimó que los hoteles recibirían alrededor de 5.000 visitantes, muy por debajo del pronóstico de Eurovisión de 15.000, y muchísimo menor a las 90.000 personas que viajaron hasta Lisboa, Portugal, para la edición de 2018.
Grofman dijo que la dificultad de viajar a Israel, las tarifas infladas de las habitaciones y los precios elevados de boletos ayudaron a reducir la demanda. Sin embargo, reconoció que la volatilidad política fue el motivo que disuadió a la gran mayoría, excepto a los fanáticos más leales del Festival.
Lo cierto es que el próximo sábado, mientras los 200 millones de televidentes observen el escenario, las luces y la música del festival en Tel Aviv, a 70 kilómetros de distancia miles de palestinos seguirán sufriendo los horrores de la ocupación israelí en Gaza.