Muchas veces cuando se piensa en los años 80, se cuaja la imagen de una época lúdica, tranquila y romántica. Asimismo, se recuerda un tiempo y toda una generación que evoca el cariño de gesta y añoranza, juventud y la nostalgia de un tiempo que definitivamente no volverá. Pero quienes vivimos esa etapa y que marcó a fuego a dicha generación, sabemos que no fue tan así. Al contrario, fueron años difíciles con una economía por el suelo, con un gobierno dictatorial implacable y draconiano, donde se declaraban prohibidas las votaciones, no existía el Congreso de la república –se encontraba disuelto para mejor votación de las leyes-, en la que imperaba el estado de sitio, la prohibición de transitar por las calles gracias al no menos sombrío toque de queda. Así también, dominaba la prohibición de reunirse en grupos de asociaciones, gremios o sindicatos. Una época en que los alcaldes, gobernadores e intendentes eran designados por la voz inapelable y la mano divina del poder. Absoluto. Sostenido casi en la palma de las divinidades del castigo y de las políticas de shock.
La década de los 80 dista mucho de un lugar romántico. Transgredir las normas y los estados de excepción o los llamados “artículos transitorios” codificados en la Constitución de 1980 implicaba, entonces, que se apostara un contingente completo de efectivos en las calles, a la puerta de cualquier casa, y que las avenidas del país se convirtieran en un campo de batalla, sin enemigos a la vista, mi teniente. Y la vida de cualquier ciudadano estaba, por ende, en franco y sincero riesgo. Por todas partes. No por poco hubo millares de exiliados en el extranjero y otros no escasos proscritos que proliferaban dentro de las penumbras del país.
Pero existía acaso un hilo conductor que aunaba los corazones, que levantó la moral alicaída de tantos compatriotas tristes y compungidos, surgió acaso un alma chispeante de alguna parte que exigía corazones fuertes y espíritus heroicos tan comunes y silvestres como el que puede contener cualquier ser humano. Tal vez sí, tal vez, no. Pero dicen mucho las protestas de aquellos años. Gente unida que se atrevió a levantarse –aunque hoy grupos de pequeños políticos se arroguen el hecho- causando más distancia y hasta indignación en los ciudadanos.
Fue la voz de los ciudadanos. Fue en las pequeñas reuniones, en las sencillas poblaciones y en las humildes capillas; fue la gente vulnerada, los jóvenes que se juntaban en una “fiesta ochentera”, en el Café del Cerro, en el Garage, en La Batuta o en el Trolley. Fue así, al pasar, que alguien trajo un casette de los ochenta. Un compilado de grupos underground con músicos chilenos: Los Prisioneros, La Banda del Pequeño Vicio, La Ley, los legendarios Electrodomésticos, el grupo UPA, con Pablo Ugarte, Viena, Aterrizaje Forzoso, Emociones Clandestinas, Aparato Raro y tantos otros.
Y en la vereda del frente: Congreso, Inti Illimani, Los Jaivas, Payo Grondona, o sus representantes simbólicos. Rompiendo el cerco. Quebrando la prohibición de aunarse en grupos de personas, individuos o ciudadanos que pudiesen pensar por sí mismos o formar una mancomunión de corazones heroicos y dispuestos a no resignarse. A afrontar con tenacidad el día a día, la incertidumbre, el temor en las sombras y la obediencia aplastante para todos. Excepto para los iluminados. Escogidos o designados por el régimen. Entre cuatro paredes. Y que años después dictarían cátedra con aire profesoral acerca de la unión, la tolerancia democrática y el libre pensamiento. Con los bolsillos atiborrados y un botín de guerra bien guardado.
Los ochenta fueron, sin lugar a dudas, años de esfuerzo y de lucha. Años gloriosos; donde una corriente vital recorrió poderosamente las venas de una juventud impetuosa y desprendida. Abierta al influjo que traerían los vientos, más allá de nuestras fronteras, pues, luego vino la corriente argentina y brasileña. Y se habló del rock latino. Luego, llegaron las olas del punk y del New Wave británico, tan rebelde y clásico como los mismos jóvenes. Y que incluso hasta ahora aquellas melodías cruzan por nuestro corazón. Aunque ahora ya en algo hemos cambiado.
A principios de los 80 aparecieron los primeros artilugios de las radios casettes. Y tampoco había PC´s en las grandes empresas. Lo que se llamó computador fue una sala llena de tubos y tarjetas. Pero ya en 1984 las radio casettes estaban en todas partes y luego los Personal Computer (PC) se irían masificando intensamente. Gracias a un humilde y pequeño país pobre que en lugar de vender arroz, materias primas y mano de obra barata, se hizo amigo de la educación, la ciencia y la tecnología. Así surgió una explosión de productos diversos y nuevos estilos con la aparición de las modas. Llegaron las marcas; las Pumas reemplazaron a las North Star, los Levi´s a los Kansas, el New Wave a los “lolos de ayer”, se impuso el video clip y los programas de música impulsados principalmente por los jóvenes más que por los editores de la TV.
Se atrevía el teatro a programar obras: en el Ictus o en la sala del Teatro Nacional Chileno, mientras persistían las protestas y las ollas comunes en las poblaciones, y los bandos militares no lograban ahogar las voces ni el descontento. Cuando millares de voces se convirtieron en una sola voz, buscando un nuevo sentido de libertad y un nítido clamor fue infiltrando de pensamiento propio y elección el alma de todas las cosas. Y se corrió la voz, de boca en boca, acerca de los buenos tiempos y los nuevos frutos escogidos que podría traernos la vida. Aunque como dice una canción de esa época, y que cada vez parece más real y sincera: “hay muchos que ahora son ingenieros, pero que pocos quedaron de aquellos”.
Por Emanuel Garrison
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