La avalancha del caos (2006)
Norton Maza
Impresión Giclée sobre papel Canson Infinity Montval Aquarelle
Edición de 6 + PA (69 x 55 cm.)
Museo Nacional de Bellas Artes
Santiago, Chile.
Una mortaja. Una pileta malherida, un poco de agua. Un pájaro azul mirando, unos aviones bombardeando como si fuera La Moneda, una virgen a un costado llena estará de alguna gracia. Unas nubes como pétalos con bengalas y cohetes, un planeta casi huérfano colgando como ciruela, un platillo medio rojo estacionado sin permiso, un paracaidista aterido conquistando con permiso de su dios. Un camión destrozado, unos cuerpos mutilados, un diablo metiendo su cola, un edificio herido hiriente contemplando el indecoro con su balcón abierto y sus ventanas roídas observando toda la trama toda con estragos desparramados como tragedia en fiesta, como orgía a granel con actores y héroes saboreando el puño, actores y héroes a zancada oculta del corre que te pillo, y mirones y sapos en tanto sobajeándose debajo de las faldas, y el resto aprieten cueva cabros que la grande se armó chiquillos, y mirones y sapos lo sabían hacía rato, mirones y sapos siempre son invitados a la fiesta, tropas a lo lejos avalan el ruedo con sus fuegos, y escaleras a techos llenos de metralla y ceniza lo declaman, y una gárgola se ríe como si ya no estuviera cesante, y un robot asiente como si se creyera pensante, y sacerdotes por doquier corren muertos de miedo y usura, y pájaros y enfado chorreando en babas sueltan sus descargos, y orificios al averno, basurales como hiedra, soldados soldados, transformes deformes, un cristo incrustado, un dios endiosado, un papamóvil horrendo mirando como si fuera wáter, como la casa del antro de donde todo sale con ese hedor de inmundo derramándose detrás de ese montón de traseros bajo sotanas corriendo consternados con sus botines hurtos, mientras una iglesia en la miseria, un Papa con cara incierta, un Arbusto con cara perversa, un chanchito más bien alegre caminando entre la histeria, y todo se junta y va a su misma parte, y todo baila y se queda quieto y se convierte en nicho mundo que existe y se siente, es una burbuja que parte el aire y te la quedas mirando por un siglo dos mientras todo se desordena y permanece quieto y vivo sangrante en perfecto equilibrio a todo destajo con sus ruidos calientes y sus vapores transpirando en yugo, un yugo en el que te palpas allí, y lo vas sintiendo detalle a detalle, paso a paso, mientras caminas por esa calle y sus escombros con su pequeña pileta junto a la mortaja, y te la quedas mirando la mortaja, tan sola, tan triste, al compás de tanques y neumáticos y ratas y monstruos y dinosaurios y mugre y G.I. Joe.
Y salí a la calle por José Miguel de la Barra, y me senté en el pasto a observar el día, y un perro callejero se sentó a mi lado y jugueteó su cola acompañando los malabares de los muchachos alegres que desperdigaban sus plácidas virtudes en la esquina del Forestal a cambio de unas monedas, y agradecí poder caminar por las calles, y me acordé del bello de Norton con sus ojos suaves atiborrados de ternura, y me acordé de los míos, y agradecí por la memoria, y todo me pareció tan en paz.
Por Marcelo Munch
El Ciudadano